A la mitad del foro
Maromas de la meritocracia
El primero de septiembre era "el Día del Presidente". Con el vuelco llegó la oportunidad de modificar la norma constitucional y la reglamentaria del Congreso de la Unión, para hacer efectivos los pesos y contrapesos de la división de poderes y evitar el lamentable espectáculo de un acto republicano devenido en cortesano. Luego, bajuna exhibición de rebeldía sin riesgos, insultos a modo de interpelaciones; la soberanía popular empuñando pancartas. Y tomas de tribuna para impedir el debate parlamentario.
Ah, la pluralidad democrática llegó al fascistoide recinto de San Lázaro y los reformistas de la devolución que devoró a la revolución escucharon la portentosa propuesta de Muñoz Ledo: hay que eliminar el corredor central del salón de sesiones, sendero de la presidencia imperial. Paso a la alternancia en los vericuetos del sonámbulo andar de vuelta al origen; a la oligarquía que no sabía su nombre; al poder bajo palio. Camino a San Lázaro la deslumbrante revelación del autoritarismo presidencial, el poder omnímodo del individuo en quien se depositaba el Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. Eso creían antes de que Ernesto Zedillo tirara el arpa.
Pero el poder era de la institución presidencial. Con Vicente Fox volvió el crucifijo, y el ignaro administrador de los intereses de los dueños del dinero no se dirigió al Congreso de la Unión desde la tribuna, sino a sus hijos ahí presentes. Y los representantes del pueblo inclinaron la cerviz y aprobaron por unanimidad las iniciativas de presupuesto del Macabeo abajeño. Flotaba en el ambiente el eco pertinaz de la urgencia de cambio en el republicano rito de la apertura de sesiones a la que debe asistir el Presidente, y presentar un Informe por escrito del estado que guardan los asuntos de la cosa pública. El coro entonaba el canto del "nuevo formato". Pero nadie legisló. Y Fox no asistió a la apertura del periodo de sesiones del último año de su mandato. Se quedó en el pasillo. Y de ahí al basurero de la historia.
Para colmo, no era nuevo el disgusto con el ánimo cortesano de los informes. Con el vuelco ocuparon su sitio entre los invitados las sotanas y los capelos cardenalicios. El doctorcito Zedillo abandonó la pompa y circunstancia del rito que concluia con el hoy denostado "besamanos", ocasión única de la plebe para entrar a Palacio Nacional, formarse en la misma fila con la aristocracia pulquera y los que hacían como que hacían política, y dar la mano al "señor Presidente". Vieja historia la de los desencuentros de poderes: dictaba la Constitución de Cádiz de 1812 que el rey acudiría a la sesión de apertura de las Cortes, acompañado de sus hombres de armas, que llegarían nada más hasta las puertas del recinto.
Hoy, en vísperas del primer Informe de gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, discuten los náufragos de la transición si los hombres de armas del mandatario estarán dentro del recinto y se harán cargo de la seguridad de los dos poderes y los elegantes asistentes, ya habituados al espectáculo de manazos y tribuna tomada, para concluir mansamente en teatrales interpelaciones y calambures de carpa. Un diputado del PRD presidirá la sesión. El líder Javier González Garza afirma que no habrá medidas extremas de seguridad. Santiago Creel saca el pecho y asegura que Felipe Calderón asistirá "cueste lo que cueste", como la puesta en escena del primero de diciembre, para rendir protesta ante la resignación de quienes montaron barricadas con curules y dejaron libre el paso a la derecha.
Sonido sin furia. Emilio Gamboa rememora al pie del monumento a Zapata, en Cuernavaca, Morelos, las reuniones de respuesta al "complot" y el "fraude electoral": que los del PRI fueron convocados a no integrar el quórum, evitar que rindiera protesta Felipillo santo y de inmediato designar un interino, un provisional que llamara a nueva elección. Que se negaron, dice el líder de la bancada del PRI. Final anticlimático, si los hay. Pero Andrés Manuel López Obrador no se quita la banda tricolor ni para dormir; recorre el país y en estas vísperas de Informe sin formato nuevo, combate molinitos de viento: denuncia que Felipe Calderón se reunió en la Riviera Maya con "el perverso Carlos Salinas", a quien le pidió consejos para ver "cómo se va a legitimar."
Por lo pronto, hay que cumplir lo que dicta la ley, dice Manlio Fabio Beltrones. La norma dicta que el titular del Poder Ejecutivo "asistirá" a la apertura del periodo de sesiones del Congreso de la Unión. No dice que ha de entrar a hurtadillas a los pasillos, entregar un legajo y escapar de ahí como villano de ópera. El senador Beltrones sostiene que los legisladores mal pueden violar las leyes, no cumplir con lo que dictan la norma constitucional y su propia ley reglamentaria. Y ni siquiera estamos ante un caso de dura lex, sed lex. Los de la pluralidad despistada coinciden en la urgencia de modificar el acto del Informe. Pero se acuerdan cada año, a unos días del primero de septiembre. Desde 1997 gesticulan y lanzan confusos gritos libertarios. Pero no legislan, no cambian la ley que están obligados a cumplir.
Felipe Calderón parece dispuesto a transitar de la democracia a la meritocracia. Parlamentario que ha sido, propone al Congreso debatir el mismísimo primero de septiembre. Es vieja aspiración de todas las fuerzas políticas, dice. Pero la terca ley prohíbe toda interpelación. Hasta las de tímido corte que le ganaron a Muñoz Ledo fama de "¡Porfirio, valiente, callaste al Presidente!". Y continúa el combate imaginario con el poder desvanecido con la fusión de curros laicos y mochos en ejemplar muestra de la persistencia de todo antiguo régimen, en lo que el cultivo yucateco de Carlos Castillo Peraza llamó la "victoria cultural". Grandes lanzadas a moro muerto. Lejos de festejar el fin del pasado, festinan el eterno retorno: junta de notables en lugar del Senado en el que ya no hay el mismo número de representantes de cada estado de la República federal.
Habrá que reconocerle a Felipe Calderón el sentido de la oportunidad política al ofrecer a la oposición a ultranza el debate que siempre han exigido, diálogo entre pares válido para un régimen parlamentario. Les mató el gallo. Pero sin reformar los poderes constituidos, sin cambiar el régimen presidencial a parlamentario, el debate propuesto violentaría el estado de derecho y sería parodia de convención revolucionaria; preludio a un comité de salud; bases para el estado de excepción, al borde del cual estamos por la guerra al crimen organizado.
Si el próximo primero de septiembre ha de ser episodio repetitivo de tribulaciones anarquizantes; torneo de visionarios con los ojos en la nuca, que los de la pluralidad deslumbrada con el parlamentarismo le pidan al rey don Juan que nos envíe un monarca Borbón.
Afuera del Congreso de la Unión habrá "informe legítimo" en el Zócalo. Los redundantes representantes populares de los pueblos irán a la columna de la Independencia donde los panistas dan cada año el Grito: "¡Viva Agustín de Iturbide!".
Agustín Carstens, al lado de Heladio Ramírez, anuncia iniciativa de nuevo régimen fiscal para Pemex, paralela a la reforma fiscal paralizada por los privilegios de los dueños del dinero. Marco para el imaginario colectivo del libre mercado que devora a sus hijos.