Eje Central
Irse de aquí
Inclinada sobre el fregadero, con el televisor encendido en un programa cómico, Delia sigue pensando en la confesión que le hizo Kevin anoche, cuando salieron del baile de 15 años donde él había actuado como chambelán. Ella iba feliz de caminar al lado de su hijo y orgullosa de que todas las muchachas se deshicieran por él. Kevin aceleró el paso y se lo reprochó: podía perder el equilibrio y tirar el trozo de pastel que la abuela de Esmira le había puesto en un plato de cartón: "Ya que no tuvimos el gusto de que su esposo nos acompañara, al menos llévele este bocadito".
En la avenida apareció la limosina que había conducido a la quinceañera y a sus chambelanes hasta la iglesia de San Liborio y después al salón de fiestas Miss Ilusiones. El chofer, Gildardo, se asomó por la ventanilla: "Súbanse. Los dejo y luego voy al estacionamiento, al fin que está cerquita de su casa".
Kevin le contestó precipitado: "No, Gil, gracias. Mejor píntate a guardar la limosina. Nos vemos luego". Delia protestó: "¡Cómo eres! Hace tiempo ando con ganas de subirme a la cosa ésa y ahora que tenía la oportunidad me la quitaste. ¿Qué se siente viajar en limosina?" Kevin ignoró el tono emocionado de su madre: "Lo mismo que en cualquier coche". Como siempre, Delia pretendió suavizar la aspereza de su hijo: "Lo dices porque te subes a cada rato, pero yo nunca lo he hecho: no tuve fiesta de 15 años. Por cierto, tu papá y yo andamos muy ilusionados con celebrarte tus 18. Ya me anda por que llegue el 9 de septiembre".
II
Delia vuelve a sentir el desconcierto que le provocaron anoche las palabras de su hijo: "De eso quería hablar contigo: mejor ni hagan planes, porque no estaré aquí. Pienso irme". "¿Adónde?" Kevin se concretó a apresurar el paso. Ella lo siguió, suplicándole que le diera una explicación. No consiguió nada.
En cuanto llegaron a la casa -dos cuartos de tabique sin enjalbegar y con techos de asbesto-, Kevin se tiró en la cama como si se hubiera desvanecido. "La tintorería está muy cara. Quítate el esmoquin, porque el sábado vas a necesitarlo". Kevin se cubrió la cara con las manos: "No, me largo el martes 3".
Delia asentó en la mesa el plato con la rebanada de pastel: "No me digas que te metiste con alguna chamaca..." Kevin se levantó como si una fuerza superior lo expulsara de la cama, se arrancó la corbata y la tiró al suelo. Delia fue a levantarla: "Hasta en eso saliste parecido a tu padre: tratan su ropa como si tuvieran mucha". Kevin se frotó el cuello: "No voy a necesitarla porque el martes me largo ¿no me oíste? Me lar-go de esta casa, de esta colonia, de esta ciudad, de este pinche país donde nunca voy a tener nada".
Ahora Delia se arrepiente por haber tomado a la ligera las expresiones de su hijo: "¿Cómo puedes pensar así? Eres muy joven, tienes toda una vida por delante. Mi corazón de madre me dice que si te preparas, si estudias, llegarás muy lejos". Aún le duele el tono burlón de Kevin: "¿Como mi tío Samuel? Tiene su título de contador y ¿para qué le ha servido? Para vender porquerías en la calle".
Delia lo interrumpió: "Tu padre..." El muchacho no le había permitido concluir la frase: "El sí llegó muy lejos, para que veas: hasta el estado, donde maneja un chimeco. ¿Por qué te ofendes? ¿No es verdad lo que digo? ¡Contéstame, carajo!"
Kevin muchas veces se había comportado impaciente y agresivo con su padre, pero jamás con ella: "No me hables así ni juzgues a la gente sin saber. Francisco no tuvo las oportunidades que tú has tenido. No estudió porque le faltó el apoyo de un padre que lo mantuviera". Kevin la malinterpretó: "¿Me estás echando en cara las miserias que me dan? Pues olvídalo, ya no tendrán que hacerlo". "No cometas locuras de las que te vas a arrepentir. Hazme caso, hijo, no pierdas tu trabajo, porque luego..."
La risa de Kevin había retumbado como una descarga de balas: "¿Me arrepentiré de que no me contraten para acompañar quinceañeras? ¡Puta madre, qué gran cosa, qué gran trabajo! Imagínate si no: 500 pesos a la semana, cuando me llaman y cuando no... Tengo que poner la jeta para que mi papa o tú me den 50 pesos". Delia se resistió: "Sabes que no podemos darte más, que para nosotros es un sacrificio".
Kevin tiró el pastel de un manotazo: "Odio esa palabra. Quiero largarme adonde nadie se sacrifique por mí, donde no te vea llorar, donde tenga un chance de conseguir un trabajo de a de veras y no bailando como las putas". Delia se avergüenza de no haber sabido mantener su autoridad: "Te suplico que no hables así, que lo pienses, que por favor no te vayas sin al menos avisarle a tu padre".
Delia no pudo contradecir a su hijo: "La ultima vez que mi jefe se puso un pedo tardó 15 días en volver. No tengo tiempo de esperarlo. El cuate que me llevará a Tijuana se va el martes, pasado mañana, y sin cobrarme un centavo". "¿Conoces bien a ese hombre, puedes confiar en él? Tráelo, quiero verlo, porque así estaré segura de que no es un desgraciado que te abandonará por allá en alguna carretera".
Kevin se acercó al retrato donde aparecía de niño junto a su hermana Anibel: "Conociste a Mauro, te inspiró mucha confianza y ya ves lo que le hizo a mi hermana: la embarazó, le desgració la cara y después la botó. Dicen que anda de loca..." Delia sintió una punzada en el pecho: "¿Dónde está, dónde te la encontraste?" "No la he visto ni quiero... Por eso también me voy".
III
Por el tono de Kevin, Delia comprendió que todos sus esfuerzos de frenar los planes de su hijo serían inútiles: "Te di la vida, tú sabes qué hacer con ella: irte, quedarte... Dondequiera que estés no olvides que tienes una familia". Kevin se acuclilló y, sonriendo, la tomó de las manos. "Hablas como personaje de telenovela". Delia se sintió ridícula: "Búrlate todo lo que quieras, pero el día en que tengas hijos me comprenderás". Kevin la miró de frente: "Los llamaré por teléfono, tal vez muy pronto vendré a visitarlos. ¿No me crees?"
Delia le acarició a Kevin el cabello erizado de gel: "¿En qué mundo vives, mi amor? Todos los días aparecen en los periódicos y en la televisión jóvenes asesinados en la frontera. Cuando veo las imágenes de los muchachos muertos me imagino el dolor de sus padres y pienso que si no se hubieran ido tal vez estarían vivos. Desempleados, pobres o lo que sea, pero con vida".
Kevin se alejó de su madre: "¿Te acuerdas del Johnny? Lo mataron a cuchilladas aquí nomás, a tres cuadras, para quitarle el reloj y los mendigos cien pesos que sacó de propinas. A Mirsa le dieron un balazo en el momento en que estaba cerrando su accesoria. Sergio, el primo de..." Delia no resistió más: "No sigas hablando de esas cosas y menos ahora que no ha vuelto tu padre. Voy a recoger el pastel que tiraste porque al rato esto se nos va a llenar de hormigas".
Delia pasó la noche sin desvestirse, despierta, esperando el regreso de Francisco. Tuvo tiempo de pensar en todo lo que le había dicho Kevin y acabó por darle la razón: "Está bien que se vaya. Será mejor vivir con la esperanza de que un día regrese y no con el miedo de que a cualquier hora lo maten".