Usted está aquí: domingo 12 de agosto de 2007 Opinión Festival Cinematográfico de Verano

Carlos Bonfil

Festival Cinematográfico de Verano

Entre las buenas sorpresas que reserva este año el Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca de la UNAM, figura el reciente documental del mexicano Everardo González, Los ladrones viejos. Las leyendas del artegio, una indagación del mundo de los carteristas y asaltantes de residencias que cobraron notoriedad en la ciudad de México en los años 60. Desde la cárcel se dirigen a la cámara en la mejor tradición picaresca: son personajes casi míticos por su temeridad y desparpajo, por la seriedad imperturbable con que detallan sus códigos de conducta, y el candor que resiste a la amargura de varios lustros de encierro. Ahí están El Carrizos y El Burrero, y también El Fantomas, los reyes de la delincuencia menor (los otros, el hampa política, figuran ya en los libros de historia), quienes se metieron a robar a las casas de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo, y tejieron redes de complicidad desde la cárcel con los altos mandos policiacos, los que “entambados” seguían contribuyendo a la prosperidad económica de los parientes cercanos.

El también director de La canción del pulque, ofrece un notable rescate de archivos fílmicos, y con él propone una crónica muy ágil de la ciudad post-alemanista. Ninguna nota de frustración real o de rencor social en los protagonistas de estas leyendas, sólo el testimonio coral que describe la corrupción del momento, tan semejante a la que se instalaría perdurablemente, hasta ese punto insuperable que fue la trayectoria de un jefe policiaco, El Negro Durazo.

Otra cinta interesante es la producción china Auto de lujo, de Wang Chao. A partir de la anécdota de un maestro que parte a la ciudad de Wuhan, en China continental, para buscar a su hijo y poderlo presentar a su esposa antes de que ella muera víctima de cáncer, el director hace un retrato muy áspero de las condiciones de vida en barrios miserables que desmienten el impulso modernizador oficial. Historia de una amistad entre dos hombres maduros, de la complicidad del maestro con su hija que trabaja en un centro nocturno, y búsqueda infatigable y estéril del hijo. El relato intimista, con ecos de otra cinta china reciente, Vida quieta, de Zhang Ke Jia, da también paso a una historia de gángsters, con gran habilidad del cineasta para manejar los dos registros sin mengua alguna de la emotividad y fuerza dramática en el asunto central de la trama.

Días de campo es la primera cinta que realiza en su país el director chileno Raúl Ruiz, luego de décadas de un prolífico exilio en Francia. Lectura muy libre de una novela de su compatriota Federico Gana y divagación sobre el desdoblamiento de la realidad en fantasía, la incorporación caprichosa de los muertos al mundo de los vivos, y el juego de espacios temporales, concentrados esta vez en un lugar de evocación nostálgica, un café, una tertulia de fantasmas, donde un anciano revive a su propio personaje 30 años atrás para referir una historia de pasiones desgastadas y esbozar con ternura el retrato de una vieja sirvienta a punto de morir, que sólo se mantiene viva por la espera de su hijo. La cinta remite a los climas de Tres vidas y una sola muerte (1996) del mismo director, con una malicia menor, pero con renovada audacia expresiva.

La lista negra (Zwartboek) marca otro regreso de un realizador a su tierra natal. Esta vez el Paul Verhoeven de Bajos instintos filma en Holanda una anécdota del periodo de la ocupación nazi. Una joven judía (la formidable Clarice van Houten) se une a la resistencia, seduciendo luego a un oficial nazi de quien espera sustraer alguna información valiosa.

El retrato edulcorado del oficial enamorado, la imagen cruda de una parte de la población holandesa pronta a colaborar con un enemigo al que siente racialmente cercano, y la conducta de una heroína judía tan inasible como seductora, todo ello le ganó al director y a la cinta una rápida reputación de incorrección política. Verhoeven filma de nuevo libremente, sin apremios financieros, una historia visiblemente de su agrado, y lo hace con la agilidad de sus mejores realizaciones.

El clavel negro, de Alf Hutberg y Suspiros del corazón, de Enrique Gabriel, son relatos en los que el lugar común y la manipulación sentimental desvirtúan desafortunadamente sus mejores intenciones. A falta de espacio se hablará de ellas en una próxima entrega. El balance del Festival de Verano es, como puede apreciarse, bastante positivo.

Se exhibe en Cinépolis Diana y Perisur, salas Julio Bracho y Fósforo, Cinematógrafo del Chopo y Cineteca Nacional.

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