Editorial
Canadá: relación descuidada
El encuentro de la Comisión de Libre Comercio del TLCAN, que se realiza a partir de hoy en Vancouver, Canadá, y el próximo viaje de Felipe Calderón a ese país, son oportunidad propicia para examinar el estado de las relaciones entre México y la nación más septentrional del continente.
Es claro, por principio de cuentas, que la interposición geográfica y la enorme gravitación política y económica de Estados Unidos sobre sus dos vecinos coloca con mucha frecuencia en segundo plano la relación entre éstos. Tal situación induce a olvidar que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) nos vincula con dos socios, no con uno, y que las más elementales consideraciones económicas y geopolíticas hacen recomendable la búsqueda de mayor simetría en esa relación triangular.
Existe, por añadidura, la tendencia a considerar como un bloque todo lo que queda al norte del río Bravo, y a desdeñar las especificidades de Canadá y sus diferencias con Estados Unidos, empezando por el hecho de que la actitud de su gobierno hacia México es, por regla general, más respetuosa que la de Washington, cuyos afanes injerencistas en nuestro país son política de Estado y reflejo mental de la clase política estadunidense, la cual considera desde siempre al territorio mexicano "patio trasero", según la expresión brutal, o parte irrenunciable de su "zona de influencia", de acuerdo con un lenguaje más diplomático.
Sería pertinente recordar que, si bien en una magnitud muy diferente a la de México, el necesario deslinde ante Estados Unidos y la preservación de la soberanía frente a la superpotencia planetaria es también una constante de la historia canadiense. Habría que tener en cuenta, asimismo, que la sociedad del país polar es distinta a la de nuestro vecino inmediato, empezando por su conformación binaria entre la población anglófona y la francófona.
Con esos datos en mente, resulta claro que es necesario el fortalecimiento de los vínculos políticos, económicos y culturales mexicano-canadienses para introducir un mayor equilibrio en las relaciones trilaterales y establecer un cierto contrapeso conjunto, deseable para ambas naciones, al poderío estadunidense.
Cabría esperar que el grupo que gobierna en México hiciera conciencia sobre un dato incontestable: históricamente, la principal amenaza a la seguridad nacional de nuestro país ha provenido, invariablemente, de su vecindad con Estados Unidos, y tal aseveración está sostenida por el expansionismo territorial de Washington en el siglo XIX, por su intervencionismo a todo lo largo del XX -que llegó a traducirse en agresiones armadas-, y por el hecho de ser, hoy día, el mayor consumidor de drogas ilícitas en el mundo y el Estado más belicoso del planeta. Esas características del país vecino constituyen un factor de permanente riesgo para sus vecinos, Canadá y México, y es necesario que las autoridades de ambos países actúen con plena conciencia de ello.
Finalmente, no debe omitirse la existencia de aspectos incómodos y problemáticos en la relación bilateral con nuestro tercer socio del TLCAN, particularmente en lo que se refiere a las pésimas condiciones laborales que padecen decenas de miles de nuestros connacionales en territorio canadiense.
Aunque sujeto a un marco normativo, el flujo migratorio de trabajadores mexicanos a Canadá deriva con frecuencia en situaciones inaceptables de sobrexplotación, indefensión, condiciones insalubres, hacinamiento y hasta circunstancias que han sido calificadas como semiesclavitud. Sin perder de vista la importancia de fortalecer los vínculos con la nación septentrional, el gobierno mexicano debe tomar cartas en el asunto y demandar un trato digno para esos trabajadores mexicanos.