Proyectan De nadie, de Tin Dirdamal, en ese punto de Veracruz donde reciben comida y ropa
Mujeres de La Patrona, esperanza de migrantes centroamericanos
La cinta, premiada en festivales como Sundance, retrata la pesadilla que viven en su trayecto hacia Estados Unidos
“El tiempo que yo pueda, voy a ayudar”, dice doña Carmen, de 86 años
Ampliar la imagen Mujeres de La Patrona, Veracruz, se han convertido en la esperanza de los migrantes centroamericanos que cruzan territorio nacional para llegar a Estados Unidos, pues de ellas reciben comida, ropa y medicinas, cuando pasan trepados en los trenes de carga. Parte de este periplo se refleja en el documental del mexicano Tin Dirdamal, De nadie, el cual ya fue exhibido en esa localidad veracruzana Foto: Nathalie Seguin Tovar
Ampliar la imagen Entre los maquinistas hay de todo: unos aceleran cuando nos ven; también hay los buena onda, porque disminuyen la velocidad, dicen las patronas Foto: Nathalie Seguin Tovar
Ampliar la imagen Durante la exhibición en el Salón Social del pueblo La Patrona, municipio de Amatlán Foto: Nathalie Seguin Tovar
La Patrona, Amatlan, Ver., 14 de agosto. A un lado de este pueblo pasan los trenes de carga rumbo al norte. Sus habitantes, sobre todo aquellos que viven al lado de las vías, hacen algo tan elemental como milagroso: ofrecer agua, comida, ropa y medicinas a quienes viajan como pueden en esos trenes, trepados en el techo, de pie entre vagones. Son los centroamericanos, rumbo a Estados Unidos en busca de empleo, que necesitan, muy a pesar suyo, cruzar nuestro país.
Muchos de estos viajeros ya llevan semanas en territorio nacional y lo único que quieren es escapar de este infierno de maras, migra y policía. Así que las mujeres les devuelven, primordialmente, la esperanza en nosotros los mexicanos.
Las patronas (sobre todo son mujeres las que ayudan) no sólo llegan a salvar vidas. También rescatan a los mexicanos: México ya no es sinónimo de pesadilla. Ya no es sólo el terror de que los mara salvatrucha se suban al tren a despojarlos de los pocos dólares que cargan y a violar a la muchacha que va en el grupo; ni la angustia de que ahí viene la policía o la migra a intentar extorsionarlos de nuevo. También hay personas valientes que se arriesgan para ayudarlos.
La pesadilla y la esperanza están reflejadas en el documental De nadie (Tin Dirdamal, 2005), presentado este fin de semana en La Patrona.
Unas 150 personas se reunieron para la función en la amplia nave del Salón Social. De nuevo, una gran mayoría eran mujeres, bien arregladas, alegres, abiertas, orgullosas de verse en pantalla grande (en este caso, una pared del salón), y, claro, que les hubiera encantado que durara más el capítulo dedicado a La Patrona. “Ya tenemos una idea más clara de lo que es Honduras (de donde proviene una mayoría de los migrantes y donde fueron filmadas unas escenas)”, dijo Olga Martínez Galindo, de una de las familias más activas, ya que ocupan toda una manzana que da a las vías.
Ciertos problemas de sonido e imagen no impidieron que los asistentes hicieran todo por seguir la historia con atención: el paso de los centroamericanos por Veracruz, documentado por un equipo de jóvenes que nunca había hecho un documental, pero que logró retratar con tal sensibilidad a los migrantes que ganó el premio del público por mejor documental internacional en el Festival de Sundance y un Ariel, en 2006 (www.jornada.unam.mx/2006/01/30/a06n1esp.php y www.jornada.unam.mx/2006/01/08/mas-tania.html).
Necesidad compartida
La Patrona comparte con los centroamericanos la necesidad de ir al norte, y eso los acerca a ellos.
Tras la proyección de la cinta, durante una emotiva reunión entre las patronas, integrantes del equipo realizador de De nadie y varios invitados, las mujeres contaron por qué ayudaban a los pasajeros del tren, algunos todavía niños: “Tengo mi hijo en Estados Unidos y una hermana… y de por sí se nos parte el alma y damos de comer”… “Mi hija siempre ha vivido por fuera, de migrante, y le dice a la gente: ‘mi madre está sembrando y yo estoy cosechando”… “Tiene uno hijos, cuñados que el día de mañana a la mejor se aventuren”… “Imagínese lo difícil que fue para ellos. Mi esposo se fue a Sonora en camión, pero ellos cruzan en tren, en el sol…”
Los hermanos, cuñados, hijos, llegan sobre todo a los estados de la costa este (California, Oregon y Washington), y a Carolina del Norte.
Las mujeres de La Patrona se han vuelto grandes expertas de la migración en muchos sentidos: conocen a quienes vienen del sur y son parte de quienes van al norte. Saben de la necesidad de salir, saben de lo que se padece en el camino, del hambre, del frío, del sol, las enfermedades, los accidentes, las agresiones. Han auxiliado a mutilados por el tren, han llorado a familiares fallecidos en el desierto.
Las vidas de unos y otros se han entretejido a tal grado que en una ocasión Andrea e Irene, oriundas de La Patrona y establecidas en el estado de Washington,
¿Por qué la mayoría de quienes ayudan son mujeres? Un señor presente en el festejo con las visitas defendió a su género: “Es que los hombres están trabajando cuando pasa el tren, en el ingenio, en los pasajes, y las mujeres son las que están en la casa, cerca de la vía”.
Eso sí, algunos hombres solidarios aportan botellas de plástico y pan.
Han recibido donaciones (frijol, arroz), sobre todo de gente con pocos recursos.
“En invierno nos hace harta falta darles ropa”, dijeron. Muchas veces terminan dando lo propio: “Mi hijo se fue a Nuevo Laredo y regalé su ropa”.
“Lo que siempre pedimos es medicinas”, explicaron. También nylons y bolsas.
Otros pueblos cercanos a las vías también han salido a dar agua y comida, como Cuichapa, San Nicolás Romero, Los Angeles, Palma Sola. Aunque en alguno de estos también han apedreado o tiroteado los vagones.
A las 11:30 horas del domingo pasó pitando un tren. Sentados en el techo y parados entre los vagones, venían unos 10, 15 migrantes. Pocos, en comparación con las numerosas veces que traen cien o hasta más.
El tren iba ni muy lento ni muy rápido. Digamos que a una velocidad que apenas permitía alcanzar a agarrar algunas de las bolsas con pollo, arroz y frijoles, y las botellas de agua de las manos que se estiraban lo más cerca posible al tren.
Algunos son “buena onda”
Las mujeres comentaron que entre los maquinistas hay de todo: unos aceleran cuando las ven; otros les cobran a los viajeros a cambio de pararse. También hay los “buena onda” que comienzan a pitar cuando todavía vienen lejos y disminuyen la velocidad lo más posible. O quienes hacen señas con la mano de que trae “malosos” (maras). Otros hasta se paran. En esas ocasiones, las mujeres platican con los centroamericanos. “Da tiempo de darles su comida, de darles palabras de aliento, porque muchas veces vienen tristes, cansados, y dicen ¿dónde está Dios? Y tienen razón en preguntar, porque vienen secos”, contó Norma Romero Vázquez, una mujer activa, de rostro redondo, tez clara, pecosa, y que comparte con muchas de las mujeres de La Patrona ser corpulenta y de carácter fuerte.
De Dios se habla mucho en este lugar. “Dios está aquí porque vemos que la comida se multiplica”, siguió Romero Vázquez.
Dios estará presente. Pero el padre del lugar, Julián Verónica, poco. Al menos hasta ahora, que comenzó a canalizar donaciones de pan de la tienda Chedraui.
Las mujeres son creyentes, pero en las autoridades religiosas tienen poca fe.
“¿Qué, no se supone que Cristo pregonó ‘dale de comer al hambriento’?”, dijo una mujer, respecto del poco respaldo de la parroquia y del obispo de Córdoba.
Otra institución que no se asoma es la presidencia municipal, panista. Aunque el partido da igual: “Una vez que se sientan en su silla, qué van a opinar del pobre”, dijo Carmen Galindo. El presidente actual, Miguel Angel Figueroa, “nada más nos engañó con que iba a mejorar las calles”. Vamos, ni siquiera se ocupó de la de casa de su madre, comentaron.
“La tierra ya no da para vivir”
Durante sus pláticas con los centroamericanos, las patronas han escuchado una historia que se repite una y otra vez, con distintas variantes: “La tierra ya no da para vivir”.
“Simplemente dicen que no aguantan la pobreza, que los hace añorar Estados Unidos, que es la grandeza de todo pobre, es la ilusión”, dijo Olga Martínez Galindo.
Ellas saben de lo que habla. Algo muy parecido ocurre aquí mismo.
Según los lugareños, desde hace como 10 o 15 años comenzaron a pasar los trenes más cargados de gente del sur. Coincide con el tiempo en que comenzaron a irse más y más sus hermanos e hijos.
En ocasiones, la ayuda ha ido mucho, mucho más allá de un taco. Lidia Reyes Romero, joven que comenzó como a los 15 años a ayudar en las vías, contó sobre cómo recibieron un muchacho, de unos 20 años, que había sido apuñalado en el tren al impedir que unos individuos, a quienes identificó como maras, violaran a su novia. Lo llevaron a las clínicas de salud cercanas y no lo quisieron atender. Así que las mujeres lo bañaron y le echaron sal en las heridas. Sus compañeros de viaje se quedaron con el herido y, en agradecimiento por haber curado a su amigo, trabajaron: uno en el campo, otro de mecánico y uno más de albañil.
En otra ocasión, recibieron un hondureño que tenía una hernia. Lograron que lo atendieran en un hospital en Córdoba (a unos 15 minutos en coche) porque pasó como pariente de un local con los mismos apellidos. El migrante se quedó cuatro años trabajando en el campo y luego volvió a emprender el camino. Lo último que supieron es que está en Miami.
Estas valientes mujeres también se han enfrentado a las fuerzas públicas. Hace un par de años, la policía correteó a los migrantes, lanzaron tiros al aire, los agarraron; se juntó un buen grupo de pobladores y lograron que los soltaran.
“Si se llevan a uno, nos llevan a todos”, cuentan las mujeres que le dijeron a los uniformados.
“El día que un migrante se meta a sus casas y les robe, ni nos llamen”, fue la respuesta.
Desde entonces, no ha habido enfrentamientos con la policía.
Este fin de semana, un grupo de pobladores comía pastel con las visitas, en la calle, a unos metros de las vías. Una camioneta de la policía se metió a la calle, se acercó, luego dio vuelta en u y se quedó en la esquina, con el vehículo tapando la calle. ¿Estarían ahí para intimidar? Una mujer aventuró que quizá buscaban a fulano de tal que anda en la tala del bosque. Pero no para detenerlo, sino para que les pase su mordida, aclaró.
Ante la falta de empleo que dé para mantener una familia, la tala de bosque es una de las actividades por las que han optado los hombres de la región.
En esta tierra fértil solían abundar los plantíos de café y los platanares. Luego se difundió la idea de que la caña daba más. Hoy, ni el café ni el plátano ni la caña es redituable. “Ya ve que el café está por los suelos. Gana el que lo compra, pero le pagan a uno muy barato el café. Estamos mal, mal”, dijo Carmen Galindo. El café se los pagan –explicaron– a 2.50 o 3 pesos el kilo y “ya poca gente conserva sus fincas”.
Algunos pobladores crían marranos, borregos, se dedican a vender alimentos (pollos, chiles rellenos), tupperware, en fin, cosas que se venden de casa en casa.
Doña Carmen, a sus 86 años, una mujer energética, contó, mientras se tomaba un café cosechado por ella (una de las pocas que sigue haciéndolo), en la cocina con ventana a la exuberante vegetación de la región: “Mi abuelito hizo mucho dinero con el plátano”. Décadas después los lugareños tiraron los plantíos de café y plátano para sembrar caña, para los ingenios de la zona, San Miguel y San Nicolás. Ahora, los hombres siguen trabajando en los ingenios, pero también se van a Córdoba, Puebla, a la maquila en el valle de Tehuacán, al Distrito Federal. “A Estados Unidos ya muchos se van con sus esposas”, dijo doña Carmen. Ella tuvo 16 hijos. Cinco se murieron chiquitos, “de que no teníamos doctor cerca, de ignorantes”, se lamentó.
A pesar de las carencias, los habitantes de La Patrona no se conciben a sí mismos como pobres. “No nos hace falta comida. Dios está aquí, porque vemos que la comida se multiplica.”
Lo paradójico es que a pesar de ser un pueblo migrante, también hay en La Patrona quienes las tachan de “viejas locas sin qué hacer”.
“Unos no ayudan porque dicen que son unos sinvergüenzas, que por algo se salieron de su pueblo”, dijo una mujer.
Otros dicen, “son mariguanos, roban”, comentó Norma. “No somos nadie para criticar. Es muy cómodo decir ‘ahí van unos rateros’, porque por muy malos que sean dejan familias, les duele.”
Salvo casos aislados, los centroamericanos no han agredido ni robado en La Patrona.
Invitación a participar
El documental ha movido de distintas maneras a mucha gente, inclusive a buscar cómo participar. “La han visto en unos 20 países”, dijo su director, Tin Dirdamal.
Los realizadores explicaron que cuando la gente comenta sobre la cinta, muchos hacen mención especial de La Patrona (reflejado en una carpeta de correos electrónicos entregados a las patronas).
“Lo que ustedes hacen es referencia de lo que debemos hacer como seres humanos. La gente nos ha escrito que les cambiaron su modo de pensar”, les contó Dirdamal durante la reunión con los pobladores.
Iliana Martínez, del equipo realizador de De nadie, comentó que tras una proyección en Estados Unidos, un señor les dijo que se había dado cuenta de lo equivocado que estaba sobre su percepción de los migrantes y que iba a buscar una manera de ayudar.
Además de estar en festivales, circuitos universitarios y ciclos, De nadie ha circulado por las diócesis del norte de México y sur de Estados Unidos, contó Jackie Campbell, de la Pastoral de Comunicación de la diócesis de Saltillo. Esta diócesis puso dinero para el documental y recolectó entre obispos de la frontera.
A su vez, las palabras de aliento fueron “una gran motivación” para las mujeres: “Estamos agradecidas, porque nos dio a entender que nuestra ayuda de algo puede servir. Si bien somos pobres, nuestro corazón, nuestra esperanza fue reconocida y nos sentimos más motivadas para seguir dando”.
“Fue al revés”, dijo Lizzette Argüello, del equipo de De nadie. “Lo que nos enseñaron en la escuela no sirve de nada. Aquí nos enseñaron más”. Ella, junto con varios de los realizadores, estudió en el Tecnológico de Monterrey.
“¡Ya ven que no estamos solas!”, exclamó Norma Romero Vázquez.
Cuento de nunca acabar
“Es cuento de nunca acabar”, dijo doña Carmen, la enérgica mujer de 86 años, viuda de cañero. Pero, eso sí, “hasta el tiempo que yo pueda, voy a dar”.
–¿Quiénes son los migrantes? –le preguntaron a los niños que esperaban con ansias la repartición del pastel para el festejo de La Patrona.
–Son las personas que se van de los lugares que viven porque van buscando trabajo –dijo una chiviada Saraí, de unos ocho años.
Un pequeño bromeó que él también va a organizar un grupo para ayudar a los que van de paso.
Para ellos todavía es demasiado peligroso acercarse a los trenes en marcha, pero, al parecer las ganas de ayudar de las doñas son contagiosas.
Así que mientras los centroamericanos tengan que seguir abandonando su hogar, habrá quienes les devuelvan la esperanza en medio de la pesadilla que, vergonzosamente, implica para ellos cruzar nuestro país.