Usted está aquí: miércoles 22 de agosto de 2007 Opinión Los Dembskis y los Sarkozys

Arnoldo Kraus

Los Dembskis y los Sarkozys

Entre las incertidumbres acerca de la existencia de Dios y los permisos que le otorga al ser humano para hacer lo que hace, y entre la naturaleza que no deja de ensañarse motu proprio o por lo que le hace el ser humano, queda el azar. A diferencia de Dios, y de la naturaleza, la serendipia ocurre “porque ocurre”. Creer o no creer en el azar, es cuestión personal. Muchas veces es prudente mirarlo y respetarlo, pues con frecuencia las asociaciones que parecen fortuitas no lo son.

El 19 de agosto, el periódico El País publicó en páginas contiguas dos noticias emparentadas: “Vacaciones en Tiffany. Sarkozy revela que la casa en la que ha pasado el verano fue alquilada por la presidenta de la joyería en Francia y una directiva de Prada”, es el título y subtítulo de la primera. “Los Dembski, primeras víctimas de Sarkozy. Un niño de 12 años acaba en el hospital en Francia, perseguido por policías que tienen que expulsar a 25 mil extranjeros este año”, es el título y el subtítulo de la segunda.

La primera crónica se acompaña de una fotografía de tres personas haciendo deporte: una es Sarkozy y los otros dos (si no fuese porque soy ateo lo juraría) parecen y huelen a guardaespaldas. Atrás del trío se observan unos árboles muy bellos. La segunda información contiene dos retratos (el dolor no requiere más imágenes que el placer, pero sí más material para que la gente lo crea): en la primera se observa a los padres del niño hospitalizado tomados de las manos, acompañados por un adulto y un niño que cogen las manos de los Dembski. Atrás de ellos hay otras personas solidarias con las primeras víctimas de la política de Sarkozy. Todos los rostros son similares: respiran silencio, tristeza, preocupación y dolor. A diferencia de la fórmula griega, “mente sana en cuerpo sano”, practicada por el trío trotabosques de Sarkozy, la marcha de los Dembski retrata el destino de incontables seres humanos: “Migrar para intentar sobrevivir” parece ser una de las máximas de la modernidad y una de las más crueles realidades de éste y del pasado siglo.

La primera noticia habla de los placeres de la familia francesa, de los gastos del viaje, y recuerda el protagonismo de Cecilia, la esposa de Nicolas, quien, gracias a su pericia y a sus habilidades políticas, logró excarcelar y salvar a seis enfermeras búlgaras y a un médico palestino que habían sido condenados a muerte por el coronel libio Muammar Kadafi, acusados de haber infectado deliberadamente a más de 400 niños y niñas libias con el virus del sida. La noticia no recuerda la realidad de la maniobra: Sarkozy requiere hidrocarburos libios; para posar ante las cámaras con Kadafi era imprescindible la liberación del grupo sanitario.

La segunda información señala la realidad de la familia Dembski y narra los acontecimientos suscitados por la persecución policial. Durante su campaña, Sarkozy ofreció expulsar a los extranjeros en situación irregular, por lo que, a finales de 2007, la meta es que 25 mil sin papeles regresen a su lugar de origen. Ya que los Dembski son parte de ese grupo, la policía golpeó desde las siete de la mañana la casa donde vive la familia procedente de la antigua URSS. Ante la amenaza, Andrei, el padre, se descolgó por la pared trasera del edificio cogiéndose de las tuberías; Yvan, el hijo, solidario, siguió a su progenitor. Cayó. “Conmoción cerebral. Fracturas. Si bien su estado mejora –abrió los ojos por primera vez a los tres días– aún no está fuera de peligro. Si sobrevive, no está claro que pueda recuperar la movilidad de todas sus extremidades”, dice la nota.

Los Dembski huyeron primero de su tierra porque tras la ruptura de la URSS se quedaron sin patria; ahora huyen de la política francesa y es probable que se queden nuevamente sin hogar, amén de que tendrán que cuidar de un hijo lisiado como parte de su condición de seres indeseables.

Es obvio que no es Sarkozy el responsable de los extranjeros en situación irregular, y es igualmente obvio que no son los Dembski los causantes de lo que sucede en su antigua casa. Es preclaro también que el dignatario francés tiene que cumplir lo que prometió: expulsar lo expulsable, cueste lo que cueste y sin que importen esas “cuestiones intrascendentes”, como es retratarse con Kadafi a sabiendas de que éste pisotea los derechos humanos de sus ciudadanos. Es, asimismo, evidente que todos los Dembskis del mundo, sean de donde sean, son útiles mientras sirvan y material desechable cuando sea menester cumplir promesas políticas. No en balde Dios cree en el azar.

 
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