Usted está aquí: miércoles 22 de agosto de 2007 Opinión Crisis mediática del arzobispado

Bernardo Barranco V.

Crisis mediática del arzobispado

Con sorpresa leí en El Correo Ilustrado la réplica del padre Hugo Valdemar, cuestionando el trabajo profesional de nuestro compañero Gabriel León. Muestra intolerancia y desesperación, y se coloca, en tanto Iglesia, en el plan de víctima sin asomo alguno de autocrítica. El comentario fue recogido en diferentes portales católicos, como ACI prensa, de Perú, que llega a extremos: “En una enérgica columna periodística, el padre Hugo Valdemar Romero, director de Comunicación Social de la Arquidiócesis de México, desafió al periodista del diario de fuerte influencia masónica anticatólica La Jornada… León Zaragoza, acusado de ser pagado por La Jornada para agredir sistemáticamente a la Iglesia católica y al cardenal Rivera, había señalado en un tendencioso artículo…” (aciprensa.com/noticia.php?n=18001)

La tónica y poca objetividad de dichas notas son las que reprocha Valdemar en el espacio abierto de nuestro diario a todas las voces, hecho que motiva mi reflexión sobre la crisis comunicativa que ha venido experimentando y agravado el errático accionar tanto del arzobispo Rivera Carrera como de su aguerrido vocero, quien ha pasado a convertirse en un actor con posiciones cada vez más enconadas e intransigentes, abandonando su papel de operador informativo y canal de comunicación entre el cardenal y los medios a fin de posicionar la postura, agenda y contenidos que interesan a la arquidiócesis metropolitana.

La Iglesia hoy necesita de los medios como vehículo para hacer presente sus posiciones; el mismo Valdemar reconoce que la Iglesia no está preparada para dicho desafío, y con su desatinado accionar nos lo ha demostrado (Zenit, 5/12/06), porque se ha empeñado en convertirse en polo exaltado y vapuleado por una opinión pública crítica, demandante y secular. Lo mismo legisladores que organismos de la sociedad civil, que él mismo descalifica, como el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, le han hecho reiterados llamados a moderar sus intervenciones, juicios y apreciaciones sobre los temas que últimamente abruman a la arquidiócesis y su cardenal.

En abril pasado, la Secretaría de Gobernación, a través del director general de Asuntos Religiosos, Salvador Beltrán del Río, reconoció “excesos” de clérigos en el debate por la despenalización del aborto. “Si ha habido excesos, debemos de manifestarlo y estamos evaluándolos, expresó, al tiempo de identificar al vocero Hugo Valdemar como integrante de una asociación religiosa que ha incurrido en ‘manifestaciones fuertes’, aunque no mencionó detalles.” (Milenio Diario, 23/4/07). El mismo Valdemar se ha rasgado las vestiduras, autodenominándose “el primer perseguido político de la administración de Marcelo Ebrard” (Hoy por Hoy, W Radio, 23/04/07, 7:47 am).

Lo que está de fondo no es sólo la falta de pericia del padre Valdemar, sino la conducción de la Arquidiócesis y el accionar del cardenal Rivera, quien en menos de seis años se ha visto políticamente inconsistente al simpatizar con la campaña de Francisco Labastida Ochoa en 2000 e intentar bloquear el texto de los obispos mexicanos, Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, que manifestaba simpatía por la alternancia en el poder; hacerse gran “amigo” del entonces jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, y organizar en julio de 2006 la primera gran cargada religiosa, utilizando al centro intrarreligioso de la ciudad de México a favor de Felipe Calderón en momentos de incertidumbre, pues no había resultados electorales definitivos. Ninguna política comunicativa podría salvar una conducta de extremo pragmatismo político y de adicción a los círculos del poder. En el pecado lleva la penitencia, pero Valdemar carga la parte más ruda: el continuo manejo de la crisis y el control de daños en los que el arzobispo se ha visto involucrado desde hace dos años.

Recién nombrado arzobispo en 1995, Rivera Carrera se apoyó en materia de comunicación en el experimentado Genaro Alamilla, entonces obispo emérito de Papantla, quien le mostró la importancia del manejo de la prensa y de su imagen como arzobispo primado. Sin embargo, fue el legionario Marcial Maciel, su principal mentor, el que lo convenció de dar un manejo agresivo y moderno de los medios para exaltar su imagen como líder de la Iglesia católica.

Maciel puso a disposición de Rivera un sofisticado y costoso equipo humano y tecnológico que logró posicionarlo en los primeros planos mediáticos y de opinión pública. Con destreza, ese equipo lo salvó cuando Vicente Fox asumió la Presidencia, a pesar de haber apoyado abiertamente a su principal contendiente. Utilizaron las murmuraciones sobre la posible candidatura de Rivera como probable sucesor del agónico Juan Pablo II para reposicionarlo en los entramados políticos del nuevo sexenio, contando con el refuerzo interno de la legionaria Marta Sahagún. De algún medio romano surgió el foco noticioso que cuenta con la resonancia y complicidad de medios locales y así fabricaron la quimérica papabilidad de Norberto Rivera. La misma estrategia fue utilizada en 1996 para destrozar la imagen del abad Guillermo Schulenburg, pues se libraba una encarnizada lucha por el control económico de la Basílica de Guadalupe.

Valdemar sustituye la política mediática desgastada de los legionarios que expusieron peligrosamente a Rivera, sólo que ahora confunde su papel y comete el mismo error al involucrarse innecesariamente en cada polémica, perdiendo objetividad y credibilidad. Otro problema crece cuando en ese posicionamiento del cardenal lo ha hecho aparecer como que habla en nombre de toda la Iglesia, de todos los obispos, y que está por encima de las estructuras de la CEM y de su propio presidente. En pocas palabras, su imagen, sumamente deteriorada por los escándalos, arrastra y afecta a toda la Iglesia mexicana.

No es la persecución a la Iglesia ni son los enemigos de la fe; no son el relativismo secular ni los embates a las tradiciones religiosas los causantes del deterioro mediático de la Iglesia: el cardenal con su vocero son los responsables de la aguda lejanía actual entre los medios y la arquidiócesis. Crisis mediática sumamente peligrosa.

 
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