China y el equilibrio del terror financiero
Durante el apogeo de la guerra fría, la doctrina de la destrucción mutua asegurada era fundamental. Estados Unidos y la Unión Soviética mantenían sus arsenales nucleares en estado de alerta permanente y ambas superpotencias sabían que no podían aspirar a aniquilar todas las armas nucleares de la otra en un ataque sorpresa. El arsenal sobreviviente sería suficiente para infligir daños intolerables al atacante. La garantía de destrucción mutua asegurada tenía en inglés la sugestiva sigla de MAD (mutual assured destruction). Como indica el acrónimo, estaba basada en una locura.
Hoy una estructura parecida rige el destino de la economía mundial. Estados Unidos y China están amarrados por un dilema semejante al equilibrio del terror nuclear, pero esta vez aplicado a las finanzas internacionales: el primero es el deudor más grande del mundo, mientras el segundo es su acreedor más importante.
El déficit en la cuenta corriente estadunidense aumenta cada mes a paso vertiginoso. Eso hace que crezcan los temores sobre el valor del dólar o, para ser más precisos, sobre la duración de la calma antes de la tormenta. En efecto, un escenario en el que se produzca la fuga frente al dólar y todo mundo quiera cambiarlos por otro tipo de activos o divisas no es impensable. En ese contexto, surge la gran pregunta: ¿estaría China interesado en detonar ese proceso?
China tiene reservas por 1.3 billones de dólares. De ese monto, aproximadamente 900 mil millones se encuentran en una mezcla de títulos y bonos del Tesoro estadunidense. Cualquier movimiento en el sentido de deshacerse de esta masa de recursos denominados en dólares provocaría el desplome de la divisa verde, un alza en las tasas de interés en Estados Unidos y causaría una severa recesión en ese país. La estabilidad misma de la economía mundial estaría en juego.
La semana pasada, funcionarios del gobierno chino utilizaron la metáfora de la "opción nuclear" al insinuar que su país podría utilizar como arma de negociación sus reservas en bonos del Tesoro estadunidense en respuesta a la imposición de sanciones comerciales por Washington.
En Estados Unidos la amenaza fue recibida con molestia. Pero también con incredulidad por considerar que si China provoca el desplome del dólar, sufriría pérdidas enormes ya que 70 por ciento de sus reservas está en activos denominados en dólares. Peor aún, afectaría negativamente la economía estadunidense y eso no le conviene porque esa nación está entre sus principales clientes.
Pero Estados Unidos sigue obsesionado con la idea de que el crecimiento de su déficit comercial con China se debe a la subvaluación del renminbi (que abarata más las exportaciones chinas). Todos los políticos de la Casa Blanca, desde Bush hasta Obama y Hillary, repiten esta idea: habrá que imponer sanciones comerciales a los chinos si no proceden a revaluar el renminbi para eliminar esta fuente desleal de competitividad. Este planteamiento ignora que en los últimos dos años el renminbi se apreció un 10 por ciento contra el dólar, pero eso no frenó el incremento en el superávit comercial chino, que en junio pasado alcanzó los 27 mil millones de dólares.
En esta era de volatilidad, restructuración de mercados de crédito e intervenciones de las autoridades monetarias para calmar burbujas especulativas, resurge el temor de una crisis financiera global. El equilibrio del terror que vincula a China y Estados Unidos es la pieza clave del entramado económico internacional y el nerviosismo de los acreedores (detentadores de dólares) aumenta.
En la economía planetaria los agentes saben que los días en que el dólar estadunidense era la moneda de reserva internacional por excelencia están contados (si no es que ya se acabaron). Pero todavía se mantiene una situación en la que la mayor parte de las reservas de los bancos centrales están denominadas en esa divisa.
Paradójicamente, en la medida en que China conserve una parte significativa de sus reservas en dólares, contribuye a mantener el papel de esa divisa como moneda de referencia a escala mundial. Pero si el equilibrio del terror descansa en una paradoja, eso lo hace especialmente inestable. La presencia del euro viene a complicar las cosas, porque el juego entre tres aumenta la probabilidad de desestabilización del balance de terror y nos acerca a un escenario de conflicto abierto.
China podría iniciar un cambio gradual en la composición de sus reservas, digamos con 40 por ciento en dólares, otro 40 por ciento en euros, y un 20 por ciento en yenes. Esto conduciría a una apreciación del renminbi, que es lo que dice buscar Washington. También sería más acorde con la diversificación geográfica del comercio chino. Pero, aunque eso podría permitir escapar del dilema de destrucción mutua asegurada, la ironía es que Washington no ve con buenos ojos esta solución porque contribuye a minar el papel del dólar a nivel mundial. Estados Unidos insiste en jugar al todo o nada. No es buena estrategia