Astillero
Política informal
¿Opción postal, o militar?
Castigo electoral planeado
Meteorología contaminada
La atención política del país se ha concentrado en el tema del primer Informe presidencial. Quien esperaba ser el beneficiario de una tradición cortesana anual sufre porque las circunstancias lo han colocado con ironía en tesitura similar a la de su antecesor, de cuyo recuerdo trata de distanciarse: informas y te vas, podría ser el destino interno de quien en lo externo ha trabajado para reinstalar relaciones diplomáticas plenas con Cuba y Venezuela y para acercarse al polo sudamericano con el que el boxeador callejero Fox había mantenido riña permanente. A pesar de su deseo de alejarse del maleficio vicentino, el sucesor podría acabar estelarizando una estampa postal de entrega de paquetería informativa a la entrada de San Lázaro, tal cual sucedió en su último año de gobierno al vaquero cocacólico. De presidente (formal) a cartero (informal), de la añoranza por el pasado de fiestas regias a la lata de los cambios obligados.
Pero también podría suceder que alianzas naturales entre priístas y panistas (más el fascistoide aparato militar que en el pasado fue capaz de abrir un hueco tragicómico para que por allí asomara un aspirante a rendir protesta presidencial) lleguen a crear condiciones propicias para que el licenciado Calderón use la tribuna de la Cámara de Diputados (constituida en sede del Congreso General de la Unión) y desde allí pronuncie algún breve mensaje cuyo contenido sería menos importante que el hecho mismo de que el gran impugnado se hiciera ver como presunto conquistador del territorio legislativo parcialmente rebelde.
Sea cual sea el escenario por venir (haiga sido como haiga sido, podría justificar el pragmático michoacano que ha popularizado esa frase de cinismo ranchero), Calderón ha sido tempranamente derrotado por una condición sustancial: el estigma de ilegitimidad derivado de la manera como se hizo del poder en 2006. Sea en condición de oficiante de ritos de paquetería instantánea, o de figura protocolaria nuevamente impuesta (ahora, otra vez, para hablar en un Congreso tomado militarmente), Calderón no ha podido desprenderse ni siquiera mediáticamente de la etiqueta afrentosa que persiste, ya imborrable, a pesar del trabajo de su equipo oficial y, en particular, de los segmentos “intelectuales” y periodísticos que desdeñan toda referencia al fraude electoral desde el Olimpo de sus privilegios conservados y acrecentados.
En busca de salvar algo de lo perdido, el calderonismo lanzó una propuesta de presunta modernidad política que en realidad era una invitación a que lo validen: informar y debatir. Varios opinantes profesionales de la política mexicana se han deshecho en elogios a lo que entienden como un gesto maduro y audaz que, de ser aceptado, marcaría el inicio de un proceso de reformas políticas y electorales altamente beneficiosas para el país. En contrapartida, reprueban la nula visión del partido que se ha opuesto no sólo a la novedosa pretensión de polemizar sino al hecho en sí de que alguien considerado espurio cumpla con una ceremonia no contemplada en ley alguna.
Pero nada prospera ni funciona porque en México lo que hay es una política informal aposentada en las calles institucionales cual comerciantes irregulares, precarios, huidizos y al mismo tiempo persistentes. El licenciado Calderón advierte en tonos sombríos que la ciudadanía sabe castigar a quienes trastocan mecanismos institucionales (si López Obrador habría “perdido” la Presidencia por no ir a un debate y por otros detalles presuntamente desdeñosos, ¿el PAN será hecho ganar a fuerza en los comicios congresales del año venidero para confirmar el “castigo” ciudadano por lo que sucediera un primero de septiembre?). Y los perredistas se hacen bolas a la hora de precisar si el mandato de su reciente congreso se traducirá en acciones físicas que impidan a Calderón usar la tribuna legislativa o simplemente quedarán satisfechos con “no aceptar” esa presencia. En ese coro de voces del informal comercio político reinante ha aparecido, por ejemplo, el converso Santiago Creel, que jugando con un papel de policía bueno que nadie le ha asignado, advierte que de entramparse el próximo Informe presidencial podría sufrir daños graves el proceso de una presunta reforma electoral (tan bonitas cosas que el país habría alcanzado si unos cuantos escandalosos no hubieran cometido el error supremo de afear el primer Informe calderonista, ¡lástima, margaritos!).
Astillas
La naturaleza no se acompasó al montaje de periodismo de escándalo que las principales televisoras del país habían preparado para dar cuenta de lo que pasara con huracanes y tormentas. Ante la falta de materia prima sensacionalista, el tiempo electrónico fue consumido en dar vueltas y estirar el hecho muy simple de que los daños sociales causados por fenómenos meteorológicos estuvieron muy por debajo de las empresariales expectativas deseadas de audiencia. El licenciado Calderón aprovechó muy bien el escenario de las desgracias por venir para aparecerse como salvador recién llegado de tratos internacionales peligrosos de los que no da cuenta porque está metido en atender personalmente los altísimos riesgos que no sucedieron. El aprovechamiento de los medios fue evidente para mostrar a un funcionario preocupado por lo que sucede a su amadísimo pueblo. Otro ganador ha sido el siempre electorero Fidel Herrera, a quien cae de perlas el pretexto de ayuda a damnificados para mover recursos de gobierno a favor de planillas tricolores en ruta hacia próximos comicios… Y, mientras los priístas se ponen de acuerdo sobre autorías y complicidades en el pretendido aumento a la gasolina, ¡hasta mañana, en tanto el subprocurador federal de derechos humanos de la PGR, el antaño parlamentariamente fogoso Juan de Dios Castro, se desdice de haber dicho (porque le ganó “la pasión”) lo que cree y piensa respecto al indefendible Ulises Ruiz!