El Presidente fue a la Sierra Norte a dar auxilio y se encontró con la población más vulnerable
“Lo peor del huracán ya pasó”, dice Calderón a damnificados en Puebla
Tras escuchar sus testimonios les ofrece resolver lo urgente: agua, reconstrucción de casas y empleo la promesa
Pide evitar abusos o discriminación en la entrega de apoyos
“¡Ora’, gobernador!, señala a un absorto Mario Marín que se cuidaba de no caer en el lodo
Ampliar la imagen Destrozos en escuelas de Tlacolulan, Veracruz, tras el paso de Dean. En este municipio la población pide apoyo del gobierno del estado pues aseguran que están sin energía eléctrica desde hace varios días. Abajo, Mario Marín, gobernador de Puebla, y Felipe Calderón, presidente de México, durante la reunión de evaluación por el huracán, en Puebla Miguel Carmona y José Castañares
Ahuacatlán, 24 de agosto. Si Dean se ensañó con alguna zona fue con la Sierra Norte de Puebla. El presidente Felipe Calderón llegó a auxiliar damnificados y halló a los pobladores más vulnerables en un desastre: indígenas nahuas y totonacas asentados en cerros de fango.
A su llegada a Zacatlán de las Manzanas, se mostró confiado: “Ha pasado ya lo peor de este huracán”. Luego la realidad se encargó de mostrar que las lluvias habían cesado, pero venía lo más difícil: atender a pobladores que siempre han necesitado lo elemental: agua, luz, clínicas, una tierra firme donde colocar sus casas, escuelas. Quizás por eso en esta entidad se dio el peor balance: cinco muertos y siete municipios que siguen incomunicados.
En medio de la polémica por el uso electoral de la ayuda en Veracruz y durante su visita a la tierra del góber precioso, Mario Marín, Calderón Hinojosa volvió a hacer un llamado para evitar abusos en la entrega de apoyos o discriminación por cualquier razón étnica, religiosa o política.
En los cuatro días de sus recorridos por entidades dañadas por el meteoro no se habían dado estas diferencias abismales.
Si bien ágiles en el fango, los pies descalzos o con huaraches de los pobladores indígenas contrastaban con los de los funcionarios, calzados con botas recién estrenadas, que aún así caminaban con dificultad.
El símbolo de la desprotección se dio en un precario hospital de Zacatlán, el primer punto de la gira.
Con apenas 12 camas disponibles, a todas luces insuficientes para 70 mil habitantes de la sierra poblana, eran atendidas cuatro víctimas de Dean. El consuelo del secretario de Salud es que para noviembre ya habrá un hospital más grande.
Victoria Gutiérrez, una bebé de dos años y ocho meses, perdió a su madre y a su hermana en la tormenta que cayó en el poblado de Xochitlaxco. La pequeña tiene fracturas en el cerebro, el cuerpo lastimado y aún muchos raspones en su rostro. Su tío, Moisés Hernández, sólo pidió ayuda del Presidente para encontrar al padre de la niña, que trabaja en el Distrito Federal, y que no le cobren su estancia en el hospital.
En otra salita, Calderón intentó hablar con María Tomasa Ursula, que recostada, no alcanzaba a entender lo que le decían. La mujer hablaba totonaco, por lo que desde su cama, otro enfermo fungió de traductor.
–¿Perdió su casa?, cuestionó el Presidente.
–Sí, la perdió.
–¿Alguien más quedó debajo?
–Sí, tiene otros dos familiares lastimados en San Marcos, pero no sabe cómo están.
“Que si nos puede dejar sus datos para buscar a su familia”, insistió el michoacano y después del ir y venir de preguntas y respuestas, el traductor exclamó: “Pero, disculpe, es usted… el Presidente”. Sorprendido le explicó a la mujer: “¡Es el Presidente de la República!”.
De ahí, Calderón y su comitiva viajaron en helicóptero a San Miguel Tenango y luego a Ahuacatlán. Por el camino principal de este último sitio, una angosta vereda medio pavimentada, aún corría un río de lodo.
Rodeado de pequeñas y menudas indígenas vestidas con sus blusas bordadas y el vestido tradicional quexquemitl, caminó Calderón hacia un cerro desgajado, donde la lluvia derribó tres casas. “Me decían que me saliera y mi casa ahí quedó”, alcanzaba a relatar uno de los damnificados.
Caída en el fango
En el trayecto, el michoacano cayó en el fango. Sólo el secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, lo acompañaba, pues los titulares de Sedeso, Beatriz Zavala; de Salud, José Angel Córdova, y de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, prefirieron mantenerse en lugar seguro.
Confiado en que los indígenas por lo menos tenían agua, el Presidente exclamó: “Pero todavía tienen algo para beber”.
“No, no hay nada, es lo principal que queremos, no tenemos ni agua potable ni purificada, ya se acabaron”, le explicó un habitante.
Otro dijo: “Hay casas que no tienen techos, todas están en cerros, 500 hectáreas de cultivo de maíz, de frijol y café se perdieron, las personas no tienen trabajo”.
Después de escuchar estos testimonios, el Presidente prometió que primero iba a resolver lo urgente, que era el agua y la reconstrucción de las casas, y luego el empleo. Y ante las quejas porque la clínica es muy precaria y no hay especialistas por las tardes, volteó y le preguntó a Marín: “¿Qué podemos hacer ahí señor gobernador?”, pero no obtuvo pronta respuesta, porque el priísta estaba absorto cuidándose de no caer en el fango, hasta que finalmente respondió que ya existía el hospital de Zacatlán, pero “no quieren ir allí”.
De ahí, Calderón, en mangas de camisa y con la ropa manchada de lodo, repartió, auxiliado por el jefe del Estado Mayor Presidencial y diversos elementos, cajas de despensas a decenas de mujeres, que hicieron una larga fila y aún con sus niños en brazos tomaban de inmediato la ayuda.
Como Marín no actuaba con celeridad, en un momento, el Presidente exclamó: “Ora’ gobernador”, lo que aprovechó Téllez para secundarlo: “No sea flojo”, pero el secretario de Comunicaciones y Transportes seguía con su chamarra colgada de un brazo y observando la entrega hasta que finalmente se animó a pasar un par de cobijas.