Editorial
Veracruz: comicios a la antigua
Las elecciones legislativas y municipales de ayer en Veracruz evocan obligadamente el desaseo, la violencia y la incivilidad con que se desempeñaba el antiguo partido de Estado en las jornadas comiciales en las que corría el riesgo real de perder puestos de elección popular: en las semanas previas a la fecha se repartía masivamente toda clase de regalos, se intimidaba y agredía a los opositores, se adulteraba el contenido de las urnas, se hurtaba la papelería electoral, se recurría a toda clase de triquiñuelas como cambio de ubicación de las casillas, rasurado del padrón y madruguetes en los que los candidatos oficialistas anunciaban sus “triunfos” antes que fueran corroborados por una autoridad electoral que por norma favorecía las candidaturas del partidazo.
A juzgar por el ambiente violento e ilegal que imperó ayer en la entidad del Golfo, el único cambio significativo de aquellos tiempos a la fecha es que hoy en día son dos los partidos oficiales: el que es gobierno en el ámbito federal y el que ocupa el Ejecutivo estatal.
Lo que antes se llamaba “la subcultura del fraude” ha sido, en efecto, puesto en práctica en forma impúdica y copiosa por los dos partidos –el Revolucionario Institucional y Acción Nacional– que, en los hechos, operan en el ámbito federal como un cogobierno y como una alianza cuyo propósito central es impedir las transformaciones sociales que el país requiere, y cuidar, desde las posiciones de poder, los intereses del grupo político-empresarial y mediático que detenta el poder real en el México contemporáneo. Enfrentados entre sí en el ámbito veracruzano, ambos bandos han echado mano de la compra de votos, han traicionado los pactos suscritos entre ellos y han usado, sin ningún recato, los recursos públicos –de las alcaldías y de la gubernatura– para distorsionar en su favor la voluntad popular.
Particularmente graves son los hechos de violencia ocurridos horas antes de que empezara la jornada comicial: balaceras y enfrentamientos a golpes que han dejado al menos un muerto y más de una decena de lesionados, y en los que las víctimas han sido quienes localmente son oposición. Para colmo, la información disponible indica que el gobierno de Fidel Herrera no muestra voluntad alguna de investigar y sancionar los delitos perpetrados.
Desde otra perspectiva, la generalizada incivilidad de esta elección muestra por enésima vez la fractura entre el México institucional y el país real: en el primero, mientras los gobernantes federal panista y veracruzano priísta se reunían esta mañana en la capital de la República en un decorado de institucionalidad, en el segundo los grupos de choque del PRI veracruzano la emprendían con violencia contra los opositores –panistas incluidos– y la Presidencia de la República rompía, por segunda vez en menos de 24 horas, un pacto de honor y transmitía a territorio de Veracruz, en plena jornada comicial, el discurso matutino de Calderón Hinojosa.
En el fondo, lo ocurrido ayer en la entidad costeña expresa las consecuencias del ya largo maridaje entre blanquiazules y tricolores: el priísmo se atrinchera en cacicazgos estatales cada vez más arbitrarios, represivos y violentos, y el panismo asimila lo peor del viejo régimen. Mientras las dirigencias de ambos formulan la descripción de un país democrático, institucional y moderno, sus partidarios se trenzan, como en Veracruz, en duelos de lodo y en competencias de distorsión electoral.