Frente a un público fiel al guión, el Presidente ofreció la segunda parte de la película
Matiné en palacio con la exhibición de Es posible transformar a México
Los convidados al acto recibieron una andanada de calificativos por parte de simpatizantes de AMLO
La película había terminado. ¿Alguien quería segunda parte? El presidente Felipe Calderón sí. Y aquí estamos, en la matiné dominical, en el filme con un actor central, muchos figurines y una frase machacona de esas que los mercadólogos llaman idea-fuerza: “Sí es posible transformar a México”, se repite Calderón en su discurso de una hora 20 minutos, frente a un público fiel a sus guiones, es decir, mayoritariamente panista.
Es la segunda parte de la película que comenzó y terminó el sábado en el Palacio Legislativo de San Lázaro, y que tiene ahora público cautivo en los panistas del gobierno, acompañados por algunos invitados, empresarios en la primera fila, sobre todo. Cada dirección de área del gobierno federal trajo tres empleados para que no alcanzaran las butacas.
Buena parte de los convidados desfila, muy de mañana, frente a una gran manta desplegada en uno de los extremos de la plancha del Zócalo: “ndrés Manuel López Obrador, presidente legítimo de México”. En otra, con la Catedral de fondo, se lee: “Un presidente ilegítimo es un peligro para México. No queremos un Informe, queremos su renuncia”.
Los lopezobradoristas no pasan de ser unos centenares pero, eso sí, son de los más entrones y reciben a los invitados al mensaje del día después con rudos gritos: “¡Apátridas!” “¡Ratas panteoneras!”
Fiel al espíritu cinematográfico del momento, el Estado Mayor Presidencial coloca una batería de bocinas frente a Palacio Nacional. Alguien recuerda que en la cinta Una jornada particular, de Ettore Scola (con Marcello Mastroianni y Sofía Loren), sonaba así la música de la Italia de Mussolini, tronaba como truena ahora la Cavalleria Rusticana para acallar a los gritones. Borrados son del mapa, a fuerza de decibeles, como borrada fue de las pantallas la perredista Ruth Zavaleta, el sábado anterior.
Poco antes de la llegada de Felipe Calderón funcionarios de diversos niveles se echan la bolita por el borrón. Nadie sabe, nadie supo.
Doña Perpetua, Ye Gon y los aplausos
A las 10:47 de la mañana, 13 minutos antes de la hora programada, Felipe Calderón entra al primer patio de Palacio Nacional y se coloca frente a la fuente de Pegaso (símbolo del valor, la prudencia y la inteligencia, salido de la espantosa cabeza de la Medusa).
Lo flanquean el panista Santiago Creel, el también panista Cristian Castaño y el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Guillermo Ortiz Mayagoitia.
Único orador, Calderón menciona, en la apertura, a los representantes de los otros poderes, del Banco de México, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y del Instituto Federal Electoral. En primera fila, al lado de los gobernadores, lo escucha Luis Carlos Ugalde, quien en los últimos días ha reprochado al gobierno calderonista entregar su cabeza a cambio de una reforma electoral (“aprobar nuestra remoción es aceptar que hubo fraude”, dijo, para solaz de sus muchos enemigos, el 28 de agosto pasado).
Y el Presidente arranca con una breve referencia al sábado de San Lázaro (“ceremonia sobria y respetuosa”) y su acuerdo para cambiar el formato del Informe presidencial para convertirlo en un “diálogo de poderes”. Y a lo suyo, la mano dura que saldrá machucada.
Como desde sus primeros días en Los Pinos, Calderón Hinojosa marcha contra la delincuencia. “Recibí”, dice, “una delicada situación en materia de seguridad pública”. Tétrica herencia foxista describe Calderón. La delincuencia había desafiado al Estado y pretendía suplantarlo. El futuro secuestrado por el crimen. Y a lo suyo: “Del tamaño del desafío ha sido la respuesta de mi gobierno”.
Felipe Calderón habla en pasado del México rojo, sólo para enseguida reconocer que “sería irresponsable” decir que ya se ganó la guerra. “La batalla será larga, difícil y costará vidas humanas” (¿remember Fox en Tijuana, los primeros meses de su sexenio?) Antes que los delincuentes capturados en sus nueve meses en el poder (10 mil, asegura), Calderón destaca el incremento “sustancial” de salarios que otorgó a soldados y marinos. El Presidente ha de volver al tema de la inseguridad una y otra vez, para acompañarlo de sus otras dos insistencias: el combate a la desigualdad y la buena marcha de la macroeconomía.
Aquí, claro, comienza la construcción del país ideal al lado de la danza de las cifras: 13 mil millones de dólares de inversión extranjera en el primer semestre de 2007, y 618 mil empleos formales del primero de enero al sábado pasado (“arriba de la cifra más optimista prevista para todo el año”). Ya tendrá ocasión el INEGI de desmentir al jefe del Ejecutivo.
Por lo pronto, el primer aplauso de la mañana es para la profesora Elba Esther Gordillo (Doña Perpetua, como la han rebautizado los maestros disidentes). Es decir, el primer aplauso es para la reforma a la Ley del ISSSTE. Ni siquiera la lucha contra la delincuencia o los esfuerzos para “estabilizar” el precio de la tortilla ha-bían merecido un batir de palmas.
Basta de optimismo. Tenemos reservas probadas de petróleo sólo para nueve años y urge la reforma fiscal. Basta de optimismo. Tres de cada cuatro jóvenes no tienen lugar en la educación superior. Vuelva el optimismo. En los últimos años, ¡20 millones de mexicanos salieron de la pobreza extrema! (es decir, dejaron de ser miserables y ahora son sólo pobres).
Antes de que se lo coman los pobrólogos, Calderón admite que las cifras son “controversiales”, pero indican que vamos en el “camino correcto” y por ello reafirma su apoyo al Programa Oportunidades (herencia de Vicente Fox, quien a su vez lo heredó de Ernesto Zedillo y Santiago Levy).
A estas alturas, los cinéfilos ya no son tímidos. Aplauden programotas y programitas (sea que beneficien a 5 millones de familias o 63 mil niños) y también aplauden las caravanas con sombrero ajeno, como cuando Calderón presume a los niños mexicanos (“el gobierno no nos ha dado nada”) ganadores de un concurso internacional de geografía. Pero no aplauden, a saber por qué, la única mención calderonista al mundo cultural: el medio millón de asistentes a la exposición de Frida Kahlo. Y tampoco lo hacen cuando el Presidente se refiere al ciudadano mexicano Zhenli Ye Gon, sin mencionarlo: el decomiso de dinero ilícito más grande del mundo. El mayor escándalo de sus nueve meses hecho un logro.
La ovación patriotera
Ha llegado el momento, dice Calderón Hinojosa, de pasar del sufragio efectivo a la democracia efectiva. Tres mil personas lo escuchan y la mayoría celebra el apoyo y el lavado de manos: “Soy partidario de que se fortalezca la fiscalización, de disminuir los recursos a las campañas, de hacer campañas más cortas y de mantener la equidad. Seré respetuoso de lo que los partidos decidan…”
Como su antecesor, Calderón insiste en su llamado a las fuerzas políticas y al Congreso para “abrir las amplias avenidas del diálogo” y así “consolidar nuestra democracia”. Esas avenidas, dice el inquilino de Los Pinos, ya se han reabierto en la política exterior, pues se “han recompuesto y fortalecido” las relaciones del país con todas las naciones de América Latina, a fin de recuperar su papel de “líder histórico” de la región.
Claro, falta la mirada al norte. Felipe Calderón resume sus dichos de los últimos meses. Eleva de nuevo una “protesta enérgica” por las medidas unilaterales del gobierno de Estados Unidos, rechaza el trato “vejatorio” a los migrantes y la construcción del muro en la frontera (más bien su ampliación).
¿A quién se le ocurriría acusar a los panistas de antiestadunidenses, si aquí dominan los felices con el Tratado de Libre Comercio? A saber, pero la arenga calderonista despierta la vena patriotera del público formado por legisladores, alcaldes, funcionarios y empleados, todos panistas. Esta vez no sólo aplauden, lo hacen largamente y de pie.
Remata Calderón: la lucha contra la delincuencia seguirá con toda la fuerza del Estado; sólo las reformas estructurales harán posible “pagar la enorme deuda social. ¡Sí es posible transformar a México! Sí es posible, sí es posible”, machaca antes del “¡viva!” y los aplausos finales.
Afuera, en cuanto el público comienza a salir y arranca el desfile de camionetas y carros de escoltas, los simpatizantes de López Obrador mientan madres y hacen caracolitos a todo el que voltea a verlos (que no son muchos).
Frente a palacio, al término del acto, dos señoras con trajes imitación piel de leopardo comentan:
–¿Sabes quién está guapo?
–¿Quién?
–El gobernador de Durango. Indígena, pero guapo.