Política exterior de EU y sus fundamentos internos
La salida de siete de los principales colaboradores del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, algunos en circunstancias escandalosas, viene a poner de manifiesto el grado de descomposición interna que sufre su mandato en la recta final.
El caso más reciente es el del fiscal general, Alberto Gonzales, que ha sido considerado una victoria política de los demócratas, especialmente de los legisladores de ese partido.
Se recordará también el de Paul Wolfowitz, quien dejó la presidencia del Banco Mundial, debido a que fue acusado de haber influido en que le incrementaran generosamente el sueldo a su novia. Donald Rumsfeld renunció a ser secretario de la Defensa en 2006, dado que se atribuyó a su política en Irak el aumento de bajas estadunidenses, así como ser el autor más o menos oculto de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib.
Colin Powell fue el primero en renunciar, como secretario de Estado, al gabinete de Bush, y fue considerado una excepción entre los anteriores: se le calificó como un personaje limpio y de los más moderados.
Gonzales, por el contrario, tiene un currículum verdaderamente desastroso: se destacó por su participación en escándalos legales, especialmente por su papel en el despido de ocho fiscales y por controvertidas medidas antiterroristas, como las intervenciones no autorizadas de conversaciones telefónicas. También se le atribuye haber sentado las bases para hacer posible las torturas en Guantánamo y ser el inspirador de la fundación de esa cárcel, que un día será condenada, quizá, en la Organización de las Naciones Unidas como una vergüenza para el mundo de nuestros días y del futuro, pues junto con Abu Ghraib son criticadas actualmente por la flagrante violación de los derechos humanos.
Las faltas que se le acreditan a Karl Rove no son de menor importancia que las anteriormente mencionadas; sin embargo, se trató de una falta a la política interior estadunidense, debido a que participó en el despido de ocho fiscales federales contrarios a los intereses de los republicanos.
La salida de Rove del gabinete adquirió estas dimensiones por tratarse del principal asesor de Bush. Tuvo una gran cercanía con él desde el principio de su carrera política, al igual que Gonzales (desde que el presidente Bush fue gobernador de Texas), pero sobre todo, por el apoyo que siempre manifestó al gobernador en la ejecución de las penas máximas, que fueron más de 150 en su momento.
A una larga historia viene a sumarse una política llena de manifiestas agresiones a las leyes internacionales. Por ejemplo, haber declarado obsoleta la Convención de Ginebra, y por haberse distinguido como un enemigo perenne de los derechos humanos, a los que consideró invariablemente de poca importancia ante los intereses de Estados Unidos. Fue una interpretación muy personal que, por lo visto, los demócratas estadunidenses no compartieron desde el principio.
Esta situación que se da dentro de Estados Unidos tiene otra cara que está saliendo a relucir, debido a las contradicciones de fondo en materia de política exterior que tienen los demócratas en Capitol Hill con el presidente Bush.
El asunto se refiere a la salida de las tropas estadunidenses de Irak, pues resulta que el debate no se limita a los miembros del Congreso, sino que ha salido a la luz la inconformidad de los comandantes en el campo de batalla, además de los generales de mayor nivel en el Pentágono, que están por recortar el número de tropas de combate más a fondo y más de prisa.
Entre otros, destaca el general Peter Pace, jefe del comando conjunto, así como el general George W. Casey, también de los mandos superiores. Estos militares avalan la recomendación para acelerar el ritmo de la salida de las tropas en Irak (y concretarla a finales de 2008), probablemente hasta la mitad de las 20 brigadas de combate que están actualmente en ese país (The New York Times, David S. Cloud y Steven Lee Myers, agosto 25 de 2007).
Las posiciones de los generales Pace y Casey son mucho más radicales que las que se esperan del también general David H. Petraeus, quien es el comandante supremo en Irak. Se espera que este mismo mes presente su posición ante el presidente Bush y altos miembros de su gobierno, y si bien la Casa Blanca no ha autorizado que los militares hagan pronunciamientos públicos sobre las opciones analizadas para el retiro de tropas de Irak, no ha faltado quien –incluso de forma anónima– sí lo haya hecho.
Desde luego, lo único que queda claro hasta ahora es que mientras no se conozcan los informes que presentará el general Petraeus, este asunto no se resolverá tampoco, a pesar de los claros y tajantes pronunciamientos que ha hecho el presidente Bush en diversas ocasiones, en el sentido en que él no está de acuerdo en el retiro acelerado de la tropas de Irak, como exigen los demócratas en el Congreso, lo que ha generado una polémica más, en la que el presidente se ha puesto a sí mismo en el ojo del huracán.
Así es que no solamente sus siete cercanos colaboradores han abandonado el barco, en el que el gobierno estadunidense navega en aguas procelosas; se sabe también que entre los altos jefes del ejército de esa nación, tanto entre los jefes superiores del comando conjunto, como entre los comandantes que pelean en el campo de batalla, también hay desacuerdos importantes con el propio presidente.
Mientras tanto, las cifras que miden la popularidad de George W. Bush siguen bajando a niveles que no se habían visto, justamente cuando corre el último año de su gobierno.