Usted está aquí: lunes 3 de septiembre de 2007 Cultura Cuenca, sede medieval del Museo de Arte Abstracto Español

El recinto fue abierto en 1966 en las Casas Colgadas, edificios volados sobre el río Huécar

Cuenca, sede medieval del Museo de Arte Abstracto Español

Su principal impulsor fue el coleccionista y pintor Fernando Zóbel, quien donó su acervo

Cada obra está colocada después de estudiar las condiciones formales y de luz que la rodean

Merry MacMasters (Enviada)

Ampliar la imagen Aspecto de las Casas Colgadas, sede del museo Aspecto de las Casas Colgadas, sede del museo Foto: Ilustración del catálogo de Museo de Arte Abstracto español

Cuenca, España, 2 de septiembre. Hace más de cuatro décadas, cuando aun imperaba el régimen dictatorial de Francisco Franco, un trío de intrépidos pintores logró que el ayuntamiento de Cuenca les cediera parte de las Casas Colgadas, una serie de edificios volados sobre la pared rocosa que da al río Huécar, que acababan de ser restauradas, para que fungieran como sede del Museo de Arte Abstracto Español.

Al abrir sus puertas, en 1966, el museo, único en su tipo en España, también conllevó a la recuperación del casco original de esta ciudad medieval, de origen moro, inscrita en 1996 en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

El Museo de Arte Abstracto Español fue creado para albergar el acervo del pintor y coleccionista Fernando Zóbel (1924-1984), nacido en Manila, Filipinas, hijo de un hombre de negocios español. El 22 de diciembre de 1980, Zóbel, creador y propietario de las obras que albergaba el museo, donó las más de 200 piezas, entre pintura, escultura, obra gráfica, dibujo, cartel y otros trabajos de autores españoles contemporáneos, a la Fundación Juan March que la aumentó con sus propios fondos.

Durante la Guerra Civil española Zóbel se refugió en Filipinas, donde estudió medicina, y permaneció allí hasta 1945. Finalizada la Segunda Guerra Mundial se trasladó a Estados Unidos, donde se tituló en filosofía y letras por la Universidad de Harvard, al tiempo que crecía su interés por la pintura. Había comenzado a pintar en 1942 cuando una lesión de la columna vertebral lo dejó inmovilizado durante un tiempo.

Impulsor del arte moderno

Gracias a los viajes de Zóbel por Estados Unidos, Francia, Italia y España, conocía perfectamente bien tanto el expresionismo abstracto estadunidense como el informalismo europeo. Desde 1955, en que comenzó a viajar por España, se interesó por el trabajo de los entonces incipientes artistas abstractos. Cuando Zóbel se instaló definitivamente allí en 1961, los animó adquiriéndoles obra. Inclusive, fue el primer comprador de algunos de ellos.

Cabe recordar que el interés por el arte abstracto fue tardío en España. El régimen de Franco no veía con buenos ojos “unas manifestaciones estéticas que hablaban en un lenguaje críptico, que sin duda era subversivo y extranjerizante”, escribe el historiador de arte y de arquitectura Javier Maderuelo.

Por tanto, “hacer arte abstracto a finales de los años 50 era algo más que adoptar una estética: suponía tomar una postura, arriesgándose a la reprobación en unos momentos políticamente difíciles”.

A fin de desarrollar su trabajo individual, casi todos los artistas abstractos, en algún momento de su vida, se agruparon para realizar exposiciones y publicaciones colectivas. Se imponen Dau al Set, en Barcelona; El Paso, en Madrid; Parpalló, en Valencia, y Gaur, en Vitoria. Algunos artistas de estos grupos se reunirían alrededor de Zóbel y de los pintores Gustavo Torner y Gerardo Rueda en la creación del Museo de Arte Abstracto Español.

Zóbel había hecho especial amistad con Torner (1925) y Rueda (1926-1996), primeros conservadores de la colección que, una vez consolidada, nació la obligación social de mostrarla. Zóbel realizó varios viajes a Toledo en busca del espacio ideal.

Luego, Torner, que es conquense, le informó a Zóbel de “la existencia de unas viejas casas en el casco antiguo que no tenían uso, pero estaba prevista una restauración, y que podría ser un lugar ideal para albergar su acervo”, expresa Rodrigo Díaz, alumno del doctorado de Bellas Artes en Cuenca. El coleccionista viajó allí y de inmediato se enamoró del lugar.

Para Díaz, quien trabaja de guía en el museo, el de arte abstracto es un museo diferente, porque fue “pensado, diseñado y creado por artistas. Quizá –agrega– les gustaba la ciudad porque era acorde con su manera de pensar y entender el arte. Veían en Cuenca una ciudad insumisa, colgada en la roca, que desafía la ley de gravedad”.

Relación obra-espacio

A Zóbel, quien tenía una relación estrecha con la cultura oriental, le gustaba comparar la estética de los jardines zen con la que podían tener las salas del museo, apunta Díaz. De allí, “la tranquilidad, la calma que se puede respirar también en cuanto al color, a las formas, a la colocación de las obras, todo en contraposición con el exterior, lo que es la roca, más violento, abrupto, escarpado”.

No obstante, de alguna manera la estética exterior se mete por medio de las ventanas y se ve reflejada en muchas de las obras.

El del Museo de Arte Abstracto Español no es un espacio expositivo común en el que el espectador “entra, observa las obras y ya está”. Al contrario, existen relaciones muy estrechas entre las obras, el espacio interior y los espectadores. Cada obra está puesta después de estudiar las condiciones formales y técnicas del lugar, como, por ejemplo, si la luz es natural o artificial.

Las ventanas del estudio de Gustavo Torner, es el caso, daban al paisaje y ofrecían una lectura de sus rocas.

El museo contiene obra de Néstor Basterrechea, Rafael Canogar, Eduardo Chillida, Martín Chirino, Francisco Farreras, Luis Feito, Joan Hernández Pijuán, César Manrique, Manuel Millares, Manuel H. Mompó, Lucio Muñoz, Jorge Oteiza, Antonio Saura, Eusebio Sempere, Antonio Tápies y Jordi Teixidor, entre otros.

 
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