La Fundación Antonio Pérez, otro tesoro de la ciudad
Ampliar la imagen Homenaje a Vasarely II, de Amadeo Gabino Foto: Tomada del catálogo del Museo de Arte Abstracto de España
Cuenca, España, 2 de septiembre. La Fundación Antonio Pérez es otro de los recintos conquenses que se suma a los sitios dedicados al arte contemporáneo. Alojada en un convento de Carmelitas Descalzas del siglo XVII, en el casco viejo de la ciudad, la fundación fue creada por la Diputación Provincial de Cuenca para gestionar y proteger la donación hecha por Antonio Pérez (Sigüenza, Guadalajara, 1934), editor, escritor y artista, afincado en esa ciudad a partir de 1975, después de radicar 20 años en París.
Este espacio laberíntico se ha dado en llamar “la gran instalación” de Antonio Pérez, porque su relevancia reside no tanto en las obras de arte, sino en cómo están ubicadas y el juego que el creador emprende con la mezcla de objetos encontrados, de arte africano y trabajos originales de sus innumerables amigos artistas. Este museo atípico también realiza exposiciones temporales.
A los 20 años, Pérez emprendió estudios de filosofía y letras en la Universidad de Madrid. En ese año publicó su primer poema en la revista postista El pájaro de paja. En 1956 visitó a Ernest Hemingway en El Escorial. Un año después recorrió el río Tajo, en Cuenca conoció a los pintores Manolo Millares y Antonio Saura, luego, viajó a París, donde se instaló definitivamente.
En 1959 publicó Verso sin pan, verso perdido; en 1961 fue uno de los fundadores de Edición Ruedo Ibérico –título tomado de Ramón del Valle Inclán–, donde se publicaban los libros prohibidos en España durante la dictadura de Franco. Por ejemplo, los antologías poéticas Versos para Antonio Machado, España canta a Cuba y Episodios nacionales, de Gabriel Celaya. Pérez dirigió los premios de poesía y novela de la editorial.
Pérez lo cuenta así: “Comencé la colección al conocer a Manolo Millares y Antonio Saura, en 1957, durante mi primer viaje a Cuenca. Más tarde, en París, tuve la ocasión de vivir la amistad y el trabajo con diversos pintores. Cuatro décadas más tarde la colección volvió a su lugar de origen”. El entrevistado describe su guión museográfico como “un guiño a la historia del arte contemporáneo”, en donde “se van encontrando Sauras, Tápies y Chillidas. Lo que nunca se encuentra son Velázquez. Rembrandt tampoco”. Millares (1926-1972) tiene un cuarto dedicado a su obra de la época negra, poco antes de morir.
Otro que fue muy amigo de Pérez, “equivalente a Millares, pero en holandés”, fue Lucebert, seudónimo de Lubertus Jacobus Swaanswijk (1924-1994), pintor y poeta perteneciente al grupo COBRA. Su viuda, mediante la Fundación Lucebert, en Amsterdam, le cedió a Pérez 150 gouaches y 15 cuadros.
Aunque Antonio Pérez se fue “más por el campo de la edición”, siempre coleccionaba objetos encontrados. Al conocerlo, en 1957, Antonio Saura hizo un inventario de los primeros objetos que vio en su casa de Sigüenza. Los exhibió con mucho éxito por vez primera en El Círculo de Bellas Artes de Madrid. Desde hace más de 10 años los ha expuesto en muchos lugares.
–¿Cuántos objetos tiene?
–Miles, porque todos los días recojo cosas por la calle. Y, cuando viajo, mucho más: pequeñas piedras, papeles, envoltura de caramelos, todo lo que me recuerda una obra de arte. Un poco la huella de mi gran maestro Marcel Duchamp, quien inventó lo del ready made, el objeto encontrado, l’object trouvé.