José Ramón López Portillo y Amparo Espinosa sentados a la misma mesa
Grave error histórico, estatizar la banca en 1982: ex subsecretario Suárez Dávila
Fustigan actuar del ex presidente; la liberalización financiera condujo a la crisis, señalan
Ampliar la imagen Soledad Loaeza y Jesús Silva Herzog, durante la entrega del reconocimiento Espinosa-Yglesias, ayer en el Club de Industriales Foto: Yazmín Ortega Cortés
Sentados a la misma mesa, en uno de los salones del Club de Industriales, José Ramón López Portillo y Amparo Espinosa Rugarcía levantan la copa y brindan. Son los descendientes de dos de los personajes centrales de la estatización de la banca, decretada por el gobierno federal en septiembre de 1982: José López Portillo, entonces presidente, y Manuel Espinosa Yglesias, a la sazón el poderoso propietario de Bancomer y, en su tiempo, el hombre más acaudalado de México.
“Es tiempo de sanar las heridas”, comenta, un poco antes de ese brindis, la propia Espinosa Rugarcía, al referirse a la estatización bancaria.
“Soy la piñata de este encuentro”, apunta José Ramón López Portillo, al dirigirse a los asistentes al seminario Vigesimoquinto aniversario de la Nacionalización de la banca en México, organizado por la Fundación Espinosa Rugarcía y el Centro de Estudios Espinosa Yglesias.
El auditorio está compuesto por personajes que participaron en la primera línea de aquel proceso, la estatización de la banca, hecho que, no se dudó en decir en el foro, constituyó “un grave error histórico”, como relató Francisco Suárez Dávila, ex subsecretario de Hacienda, y uno de los asistentes al acto.
Se trató de un seminario a puerta cerrada, sin entrada para la prensa. Entre los asistentes estuvieron Agustín F. Legorreta, el propietario en 1982 de Banamex –y el autor de aquella frase de que México era gobernado por 300 personas–; Carlos Abedrop Dávila, quien fue el principal accionista del Banco del Atlántico y, en la fecha de la estatización, presidente de la Asociación de Bancos de México; así como Jesús Silva Herzog, secretario de Hacienda al momento en que López Portillo decidió transferir la propiedad de las instituciones de crédito al Estado.
Dice Amparo Espinosa Rugarcía en uno de los pasillos del Club de Industriales, al detenerse a responder algunas preguntas de la prensa, que el seminario organizado por las fundaciones que dirige “busca sanar las heridas”. Como lo afirmó en un desplegado de prensa publicado la semana anterior, “que no se olvide”.
Frente a las grabadoras, añade: “es muy fructífero organizar foros como este, porque hay, todavía, muchas opiniones de lo que sucedió hace 25 años”.
Vaya que las hay.
Agustín F. Legorreta, en su participación durante el seminario, apunta una. La estatización de la banca, asegura, no obedeció a que los banqueros hubieran llevado a las instituciones a una mala situación. “Hubo banqueros que usaron el banco en beneficio propio y también hubo abusos, pero de ahí a considerar que el sistema financiero actuara contra el país, eso no era cierto”.
Y añadió: “en 1982 contó la voz de un hombre egocéntrico y ebrio de poder, José López Portillo, que quiso con esa acción (la nacionalización de la banca) limpiar su imagen”. Así lo dijo en el foro, según contó a este diario uno de los presentes. Cuando fue entrevistado en uno de los pasillos, Legorreta declinó abundar en sus aseveraciones. “Ya dije muchas cosas”, afirmó.
Estuvo, como ponente, José Ramón López Portillo, uno de los hijos del ex presidente y quien, confesó en el lugar, fue uno de los cinco integrantes de un equipo que trabajó en el proceso que llevó a la redacción del decreto de nacionalización de la banca en septiembre de 1982.
Como él mismo dijo al presentarse ante los ex banqueros, era “la piñata de la fiesta” en el seminario. Como contó uno de los presentes en el foro, José Ramón López Portillo afirmó en su presentación que el México de los años en que gobernó su padre era un país de “empresarios ricos y empresas pobres”. De los bancos habían salido hacia las empresas préstamos por 50 mil millones de dólares, relató, mientras la moneda se pulverizaba y la inflación llegaba por las nubes.
“La decisión de nacionalizar la banca no fue una acción de gobierno contra personas”, contó. “Lo que hicimos fue evitar la ingobernabilidad”, apuntó. Lamentó: “los cambios no fueron aprovechados por la administración entrante”, la de Miguel de la Madrid Hurtado, quien –eso no lo dijo José Ramón– regresó de inmediato una parte del pastel perdido a los banqueros, a través de la emisión de los entonces famosos Certificados de Aportación Patrimonial o Caps.
José Ramón López Portillo acotó: la nacionalización no fue la causa de la crisis que desde entonces ha vivido México. “Nos fuimos a tendencias monetaristas y neoliberales”; la causa de la crisis, dijo, hay que buscarla en “la falta de políticas bien estructuradas”.
Después de terminado el foro viene la comida. Antes de que las mesas sean servidas, Suárez Dávila acepta relatar algo de lo ocurrido. “Aquí han surgido algunos consensos. Primero, la nacionalización o estatización, como se la quiera llamar, fue un error histórico muy importante. No hay vuelta de hoja. Segundo, tuvo consecuencias muy importantes. Una de ellas fue que fracturó a la sociedad mexicana, la dividió, rompió el consenso nacional que existía entre el sector privado y el gobierno. Hubo algunas ventajas: propició el avance hacia un proceso democrático, hizo que se intensificara este proceso y se crearan contrapesos, derivó en cambios políticos muy importantes, como lo contó Soledad Loaeza” (colaboradora de La Jornada y ponente en el seminario).
Pero también, dijo, se hicieron patentes diferencias. Una, la afirmación de algunos, que a su juicio es equivocada, que ven una relación de causalidad entre la nacionalización bancaria y la extranjerización de la banca. “Eso es equivocado, no hay relación directa entre una cosa y otra. La extranjerización se deriva de un proceso de liberalización financiera y un proceso de privatización (entre 1991 y 1992) con muchos problemas, se soltaron las amarras del crédito sin una regulación de las autoridades; hubo una liberalización financiera dogmática, apresurada, que condujo a la crisis de 1994”