Avances médicos
Personalidades magnéticas
Con los nuevos descubrimientos científicos y médicos, las enfermedades mentales podrán ser diagnosticadas con rapidez y facilidad.
Magnetoencefalografía es una palabra muy grande para una técnica que mide cambios tan diminutos. Con ella se detectan señales magnéticas que produce la actividad eléctrica de las células cerebrales; señales que tienen casi una billonésima parte de la fuerza del campo magnético de la Tierra.
En la actualidad se utiliza, sobre todo, como instrumento de investigación. Pero Apostolos Georgopoulos y sus colegas de la Universidad de Minnesota creen que podría adaptarse para uso médico. Si están en lo cierto, el diagnóstico de enfermedades cerebrales como el Alzheimer y la esquizofrenia estaría a punto de revolucionarse.
La magnetoencefalografía tiene ya una aplicación clínica. Se emplea para identificar el punto focal de los ataques epilépticos, el cual se encuentra en partes específicas del cerebro. La aportación del doctor Georgopoulos fue preguntarse si el zumbido general de la actividad cerebral contiene información diagnóstica. Y en un artículo publicado recientemente en el Journal of Neural Engineering, asegura que podría contenerla.
El año pasado, trabajando con vistas a este artículo, Georgopoulos halló un patrón característico en las fluctuaciones magnéticas de los cerebros de las personas sanas. Pidió a 10 voluntarios observar fijamente un punto luminoso durante 45 segundos, mientras yacían bajo su aparato. Cada prueba del experimento utilizó 248 sensores y cada sensor tomó 45 mil lecturas durante el curso de cada prueba. Fuera de esa abundancia de datos estaba el sincrónico zumbido de fondo del cerebro humano.
Por sí solo, este descubrimiento significaba poco. Pero el doctor Georgopoulos se preguntaba si los cerebros de las personas con enfermedades neurológicas podrían tener patrones magnéticos diferentes aunque igualmente distintivos. Para averiguarlo, invitó a pacientes diagnosticados con uno de seis padecimientos –Alzheimer y esquizofrenia entre ellos– a acostarse en su aparato y concentrarse en la luz. Georgopoulos registró las fluctuaciones magnéticas de sus cerebros.
Georgopoulos examinó los resultados usando una técnica denominada análisis de función discriminante. Este es un truco estadístico que permite reducir complicados datos como los derivados de la magnetoencefalografía, a un pequeño número de componentes cuyas coordenadas pueden ser trazadas sobre un gráfico estándar. La esperanza es que los puntos sobre el gráfico caigan en racimos que correspondan a algo observable en el mundo real. Y eso fue lo que pasó. Cada una de las enfermedades produjo un racimo distinto. Los cerebros sanos produjeron un racimo que no se superpuso con ninguna de las enfermedades.
La pregunta que el doctor Georgopoulos trata ahora de contestar es si la misma claridad resulta aplicable a personas con síntomas leves que pueden o no convertirse en algo peor. Si al adelantar un diagnóstico que demuestre de manera fidedigna que alguien va a enfermar realmente, el tratamiento podría comenzar mucho antes. En consecuencia, él y sus colegas están a punto de comenzar pruebas regulares en dos grupos de personas que sufren leves síntomas de anormalidad mental. Un grupo es de ancianos y el otro de jóvenes.
Casi la mitad de las personas ancianas con leves daños cognoscitivos desarrollan Alzheimer; el resto experimenta una regresión al patrón normal de declive no patológico que es la consecuencia casi inevitable de envejecer. En este momento es imposible predecir quién caerá en cuál grupo. Sin embargo, ya que el progreso de la enfermedad de Alzheimer puede reducirse con un tratamiento oportuno, el diagnóstico temprano favorecería a quienes están en riesgo. Y permitiría también a los que no están en peligro dejar de preocuparse.
La esquizofrenia, por otra parte, se manifiesta casi siempre en la adolescencia pero, como sucede con el Alzheimer, sólo la mitad –aproximadamente– de quienes manifiestan síntomas tempranos desarrollan la enfermedad. De nuevo, si el tratamiento es posible, el tratamiento oportuno es lo mejor. Pero como los fármacos utilizados tienen desagradables efectos secundarios y pueden ser adictivos, no es conveniente prescribirlos a no ser que causen algún beneficio.
Está por verse si la técnica del doctor Georgopoulos puede diferenciar a quienes enfermarán seriamente de quienes no lo harán. Pero si sus magnetos en realidad seleccionan a los pacientes indicados, la neurología habrá dado un importante paso adelante.
Traducción de texto: Jorge Anaya