El 15 de septiembre y los fantasmas
Cómo gritar, ¡viva la Independencia y la libertad! Cuando, pensando en los millones de marginados, el grito procede del desgarramiento producido por los espasmos lacerantes del hambre en los cuerpos desnutridos, y por la desesperación del desempleo, la baja del poder adquisitivo, la deuda eterna con los vecinos, los desastres naturales que dejan miles de damnificados, la corrupción y la violencia que se enseñorea cada día más en el país. Cómo gritar, ¡viva la libertad!, ¡viva México!, si cada vez los individuos se sienten menos libres y más acorralados por la desesperanza del dónde estaré mañana, del qué comeré y dónde dormiré.
Ante circunstancias tan graves y desesperanzadoras no queda más que recurrir a mecanismos de defensa primitivos, negación y proyección hacia fuera de lo que ya no toleramos dentro de nosotros mismos y, por otra parte, recurrir al pensamiento mágico (prender veladoras y rogarle a la Virgen de Guadalupe que nos libre de tanta penuria).
La depresión en los marginados, debida a la neurosis traumática que padecen, se enmarcará en estos festejos con conductas maniacas y con litros y litros de alcohol; para regresar después, inevitablemente, a las dos consabidas crudas: la etílica y la otra, aún peor, la “cruda” realidad cotidiana.
Y como siempre, al día siguiente, la resaca, la sensación de vacío, la violenta realidad que retorna inexorablemente.
En tiempos críticos y caóticos como los que vivimos en el país, donde se confunde legalidad con justicia, represión brutal con estado de derecho y entretanto la democracia incipiente se nos va como agua entre las manos, convendría reflexionar con Derrida en nuestra historia y nuestros fantasmas.
El filósofo francés dice: “Si me dispongo a hablar extensamente de fantasmas, de herencia y de generaciones de fantasmas, es decir, de ciertos otros que no están presentes ni presentemente vivos, ni entre nosotros ni en nosotros ni fuera de nosotros, es en nombre de la justicia. De la justicia ahí donde la justicia aún no está, aún no ahí, ahí donde ya no está, entendamos ahí donde ya no está presente, y ahí donde nunca será, como no lo será la ley, reductible al derecho. Hay que hablar del fantasma, inclusive al fantasma y con él, desde el momento en que ninguna ética, ninguna política, revolucionaria o no, parece posible ni pensable ni justa, si no reconoce como su principio el respeto por esos otros que no están todavía ahí, presentemente vivos, tanto si han muerto ya, como si todavía no han nacido”.
Sólo desde el fantasma y con él es posible una ética y una política revolucionarias. Una diferencia entre la justicia y el derecho.