Editorial
Gaza: en la ruta de Varsovia
La decisión del régimen de Tel Aviv de declarar “entidad hostil” a Gaza, con todo y sus habitantes, determinación imitada de inmediato por el gobierno de Washington, el cual manifestó por boca de Condoleezza Rice que la franja sitiada es “hostil a Estados Unidos”, no es un mero gesto retórico. Tras ese manifiesto vendrán los cortes de electricidad y la suspensión en el abasto de combustible a la población civil, y después, posiblemente, una nueva y mortífera incursión de las fuerzas militares israelíes, y una oleada más de asesinatos de palestinos. De hecho, las expediciones punitivas han comenzado ya, aunque en pequeña escala, y en el curso de una de ellas los militares israelíes aplastaron con un buldózer a un niño palestino de 12 años.
Éste es el acto más reciente de una campaña criminal de Estados Unidos, la Unión Europea e Israel, en contra del derecho de los palestinos a la autodeterminación. La campaña arrancó inmediatamente después de las elecciones celebradas en Gaza y Cisjordania en enero del año pasado, por cuya realización había presionado incansablemente el frente de naciones occidentales, y en las que triunfó el movimiento integrista Hamas. Aunque los comicios fueron impecablemente democráticos, Washington, Bruselas y Tel Aviv desconocieron al gobierno surgido de ellos, encabezado por Ismail Haniyeh, exigieron su remoción y secuestraron los fondos de la autoridad palestina legítimamente constituida. Al mismo tiempo, Occidente e Israel otorgaron pleno respaldo a la presidencia minoritaria depositada en Mahmud Abbas, de la organización secular Al Fatah, antaño hegemónica. Lograron, con ello, partir en dos al bando palestino, el cual aparece ahora fragmentado entre una Gaza controlada por integristas y una Cisjordania en manos de Al Fatah, movimiento en el que aflora la corrupción y que empieza a ser visto por una porción creciente de la sociedad palestina como una marioneta manejada por manos occidentales.
En Gaza, lo menos que puede esperarse de una población diariamente agredida con los medios militares más modernos, cercada, sometida al hambre, despojada de energía eléctrica buena parte del tiempo, de sus recursos económicos y del control de sus fronteras, sus costas y su espacio aéreo, es que responda con cohetes artesanales a sus agresores.
La falta de voluntad del régimen israelí para devolver los territorios que se robó en 1967 y el tamaño de la agresión económica, política, militar y diplomática contra la población civil de Gaza no sólo justifican, sino que hacen inevitables acciones de resistencia que no representan una amenaza militar real para el Estado judío, armado hasta los dientes y con armas nucleares, pero que exacerban las paranoias y el chovinismo de los sectores más belicistas de la sociedad y el gobierno de Israel.
En tal circunstancia, la amenaza de inminentes castigos colectivos contra la población de Gaza –acciones inadmisibles según las consideraciones éticas y humanitarias más elementales, y delictivas de acuerdo con los instrumentos del derecho internacional– y las presiones del militarismo israelí para emprender una enésima acción punitiva en la franja colocan al mundo ante la perspectiva de asistir a una atrocidad no muy distinta a la perpetrada por los nazis alemanes contra la población del gueto judío de Varsovia. La diferencia principal entre aquella situación y la actual no es de esencia, sino de ritmo y de escala: se perpetra ahora un exterminio más lento –y más hipócrita–, disfrazado de acción israelí de “autodefensa”, contra una población mucho mayor que la del infortunado enclave de la capital polaca.
Ante esta situación monstruosa e inadmisible, la Comisión Europea se limita a “seguir de cerca” la declaratoria israelí de Gaza como “entidad enemiga” y el gobierno de George W. Bush, por medio de Condoleezza Rice, habla de realizar una “conferencia de paz” carente de agenda, de sentido y, por supuesto, de las mínimas nociones de realidad.
En suma, la tragedia de Gaza, y en general la de la Palestina ocupada y martirizada, es doble, porque no sólo implica el sufrimiento, la muerte, el exilio, la cárcel, la tortura, el hambre y la miseria para la enorme mayoría de ese pueblo, sino también la pérdida, por parte de la comunidad internacional, de la capacidad de indignación y del sentido básico de justicia y humanidad.