Cuba: un debate insoslayable
El agravamiento del bloqueo estadunidense y de las condiciones climáticas resultantes del recalentamiento global (sequías, huracanes cada vez más fuertes y frecuentes) aumenta las dificultades que deben superar el pueblo y el gobierno cubanos. A esto se agrega el peligro planteado por el aventurerismo bélico de Washington (contra Irán, pero también con planes para Cuba y Venezuela), que obliga a destinar a la defensa recursos que se necesitan urgentemente en los campos económico y social. De este modo Cuba no sólo mantiene su “periodo especial”, sino que también atraviesa por las nuevas dificultades resultantes del recalentamiento de una economía débil y sin recursos cuando comienza acrecer a un ritmo alto. Por eso se encuentra nuevamente en una encrucijada, que es tanto más peligrosa cuanto que se realiza en medio de la renovación forzada de la dirección del gobierno y de las luchas sordas en el aparato estatal y en la burocracia sobre cuál debe ser el camino para la reorganización de la economía y de la vida política.
Desde hace mucho –ya he escrito al respecto– hay una fractura política generacional entre quienes conocieron las condiciones sociales y políticas anteriores a la Revolución de 1959 y quienes, por el contrario, se formaron después de ésta y, peor aún, en la larguísima crisis provocada por la aplicación de las recetas soviéticas en la isla y, después, por el inglorioso e incruento derrumbe del llamado “bloque socialista”, que aseguraba a Cuba un nivel de vida y de consumo artificial. También hay grandes diferencias entre la vida y la conciencia de la población campesina y la de las grandes ciudades y, por supuesto, entre los privilegiados de la burocracia (o los que reciben divisas) y los ciudadanos “de a pie”, que sufren todo el impacto de las dificultades cotidianas ya desde hace rato y cada vez con menos capacidad de soportar y con menos esperanzas sobre una rápida mejoría. Vastos sectores de la juventud urbana (sobre todo en La Habana) tienen ilusiones sobre las supuestas ventajas y maravillas del capitalismo (que el nivel de vida de los turistas estimula) y una parte importante de la intelligentsia también se siente frustrada pues desearía gozar del cosmopolitismo de sus colegas extranjeros. Ahora bien, como se sabe, Cuba es un país urbanizado desde antes de la Revolución y el peso en sus ciudades de los lumpen y de los marginales siempre ha sido muy grande, al igual que el desarrollo de una capa de intelectuales que miraba siempre hacia el exterior. La emigración drenó la base de una oposición capitalista en la isla pero el gobierno desde hace rato no obtiene ya consenso del apoyo a su orientación política y económica “socialista” sino de la conciencia de la mayoría de los cubanos de que un cambio de régimen haría de la isla una colonia estadunidense gobernada por la mafia cubana de Miami. Por otra parte, la confusión y los miedos aumentan porque nunca ha habido una definición de qué es para los dirigentes cubanos el socialismo ni un balance público del “socialismo real” y de qué efectos tuvieron los intentos de aplicarlo en Cuba. De ahí viene el temor generalizado a la reaparición del “periodo gris” totalitario (cuando un grupo de burócratas creyó erróneamente que Raúl Castro lo apoyaría, como lo había apoyado en el pasado) sin ver que los cambios en Cuba y en la misma burocracia hacían ya imposible la resurrección de los dinosaurios estalinistas.
¿Cuáles son los problemas más urgentes? Primero, la escasa producción y la baja productividad agrícola y ganadera, la escasez de alimentos de calidad, el desabasto en las cocinas de los hogares. Y, por supuesto, la carencia de la seguridad alimentaria, porque Cuba debe importar los alimentos de su población, cosa que no podría hacer en caso de una agresión armada. Segundo, el sentimiento de asfixia que tienen vastos sectores de la juventud debido a la desinformación, al control burocrático de los medios, que no discuten los problemas reales, al paternalismo oficial, a la falta de espacios para su autonomía, su autogestión, la libre discusión. O sea, la incredulidad ante las informaciones e intenciones gubernamentales, incluso ante las que son correctas. Tercero, el pésimo transporte, que desmoraliza e irrita e impide la puntualidad y la disciplina en el trabajo. Cuarto, la escasez de viviendas dignas. Todos estos problemas juntos colaboran para que la resignación se una al cinismo para llevar a pensar sólo en vías individuales de “arreglo” (desvío de fondos públicos, robos al por menor, jineterismo, mala calidad y baja intensidad del trabajo, ausentismo, estafas al turista). En vez de construir ciudadanos democráticos, ya no digamos socialistas, fomentando la solidaridad, la crítica, la asunción de responsabilidades, la honestidad, la creatividad, el paternalismo burocrático estatal ha funcionado en la dirección opuesta, ahogando la participación consciente de los trabajadores (que en Cuba son la inmensa mayoría), pese a que la proclama todos los días, rayando en la hipocresía.
¿Y cuáles son las tendencias que buscan dar una respuesta a estas –y otras– exigencias? Son básicamente cuatro: 1) la de Miami, por supuesto, y la de los “socialdemócratas” y “realistas” que creen que no se puede salir del marco del capitalismo y dejan todo en manos de “los mercados”; 2) la del “modelo chino” (libre capitalismo, pero con el control absoluto del aparato estatal por un Partido Comunista altamente centralizado y totalitario); 3) la de la reforma burocrática de la burocracia, con un llamado a la movilización y participación de los jóvenes pero manteniendo la centralización del partido y la identificación entre el partido y el Estado, y 4) la que desde varias revistas e institutos reúne a quienes quieren eliminar los restos del estalinismo para construir relaciones socialistas. En el próximo artículo resumiré sus propuestas.