Liderazgo y cambio climático
Cada día hay nuevas pruebas. El cambio climático se ha convertido en una realidad personal para todos y cada uno de los habitantes de este planeta.
Hace tan sólo unos días, por citar el ejemplo más reciente, un grupo de científicos de Estados Unidos anunció que el casquete glacial del Ártico se estaba derritiendo más rápido de lo que nunca se hubiera creído posible. Según sus cálculos, 40 por ciento de la capa de hielo estival que cubría el océano Ártico habrá desaparecido para 2050, cuando los estudios anteriores habían predicho que eso tardaría un siglo en ocurrir.
Así, pues, no ha de sorprendernos que el cambio climático haya pasado al primer plano en el quehacer político mundial, y por ello he invitado a líderes de todo el mundo a Naciones Unidas a participar en una reunión de alto nivel que se celebra hoy. Me asalta la profunda preocupación de que estemos haciendo mucho menos de lo necesario.
La reunión es un llamamiento político a la acción. Ha llegado el momento de que todos los países, pequeños y grandes, tomen conciencia del imperativo moral que supone hacer frente al cambio climático con renovada urgencia y empiecen a entender que ello redundará en beneficio de todos. El cambio climático es una cuestión que define la época en que vivimos.
La ciencia es inequívoca. A principios de este año, los principales científicos del mundo, bajo los auspicios del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas, lo expusieron con claridad sin precedente. El calentamiento global es una realidad y, de no ponérsele coto, podría alcanzar dimensiones devastadoras, si no catastróficas, en las próximas décadas. Sabemos lo que tenemos que hacer y disponemos de medidas y tecnologías asequibles para hacerlo. Debemos comenzar a atacar el problema sin dilación. Lo que no tenemos es tiempo.
Durante mi reciente visita a Chad pude comprobar con mis propios ojos el costo humanitario del cambio climático. Unas 20 millones de personas dependen de un lago y un sistema fluvial que en los últimos 30 años se han reducido a una décima parte de sus dimensiones originales.
Ahora mismo, las peores lluvias que se recuerdan en África arrancan a miles de personas de sus hogares. Éstos no son sino indicios de lo que se avecina. Los problemas a que se enfrenta nuestra generación serán peores para nuestros hijos, sobre todo si no pasamos a la acción.
Al convocar la reunión de hoy, he desafiado a los presidentes y primeros ministros de los países del mundo a demostrar sus dotes de liderazgo. El liderazgo consiste en tomar decisiones, especialmente decisiones difíciles, y marcar nuevos rumbos. Consiste en tener visión y voluntad política y la capacidad de anticiparse a las necesidades y acelerar el ritmo de cambio. Sé que no todo será indoloro, pero sólo si actuamos de inmediato podremos evitar mayor sufrimiento.
Tenemos la obligación colectiva de asignar a la acción la primera prioridad y corresponde a los países industrializados asumir una carga mayor. La responsabilidad de reducir las emisiones que causan el cambio climático debe recaer principalmente en quienes han creado la mayor parte del problema.
Es preciso asimismo ofrecer incentivos a las naciones en desarrollo para que puedan sumarse plenamente a esta labor. No sería justo que las soluciones propuestas al calentamiento global exigieran sacrificios que estos países no pueden hacer. Las naciones en desarrollo tienen derecho al crecimiento y el desarrollo económico. Tienen derecho a luchar para salir de la pobreza con nuestro apoyo inquebrantable. Para ello debemos lograr la participación del sector privado, estimular la actividad económica, utilizar nuevos mecanismos de financiación y sistemas de mercado, generar y transferir conocimientos técnicos y crear empleo.
Nuestro planeta es más frágil de lo que creemos. Ecosistemas enteros de los que dependen millones de vidas sufren perturbaciones considerables. En algunos casos, países y pueblos enteros, no sólo especies animales, corren peligro de desaparecer. Y los efectos golpean con más fuerza a quienes menos medios tienen para hacer frente a la situación y a los que cabe también menos responsabilidad en el problema. Nos encontramos ante una cuestión moral. Nuestra acción debe regirse por los principios de la responsabilidad común y el bien común.
Las iniciativas nacionales deben constituir parte fundamental de nuestra acción y lo que se ha hecho hasta la fecha no es suficiente. Quince años después de que se aprobó la Convención Marco sobre el Cambio Climático en Río, y 10 años después del Protocolo de Kyoto (cuyo primer periodo de compromiso finaliza en 2012), las emisiones de dióxido de carbono en los países industrializados siguen aumentando.
Pero tampoco basta con las políticas nacionales. La invisibilidad de las fronteras cuando se trata de los gases que causan el cambio climático, y la amplia variedad de los intereses políticos y económicos en juego, exigen la cooperación internacional. Disponemos de una estructura ideal, Naciones Unidas, cuyas características singulares la convierten en el foro óptimo para llegar a una solución real, equitativa y sostenible a largo plazo para el cambio climático mundial. Esta solución deberá mitigar el problema de las emisiones, ayudar a todos, especialmente a los más vulnerables, a adaptarse a los efectos del cambio climático y favorecer el desarrollo sostenible.
En este año decisivo en que los gobiernos han aceptado las conclusiones irrefutables del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, en que la conciencia pública del cambio climático ha pasado a ocupar un lugar predominante en el quehacer político de todo el orbe, exhorto a los líderes del mundo a ejercer una función rectora y pasar a la acción. No podemos seguir haciendo caso omiso de lo que ocurre a nuestro alrededor.
En la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebrará en diciembre en Bali, los gobiernos deberán trabajar con un sentido de urgencia y con creatividad para establecer un marco de negociación. Necesitamos un acuerdo multilateral sobre el cambio climático nuevo y amplio que todas las naciones puedan hacer suyo.
Nos encontramos en un momento crucial. Todos tenemos una responsabilidad histórica con las futuras generaciones. Nuestros nietos serán nuestros jueces.
* Secretario general de la Organización de Naciones Unidas