Asaltos telefónicos
Hace unos días leí que en plena sesión de la Cámara de Diputados, cuatro legisladores (o legisladoras) recibieron llamadas telefónicas que advertían del secuestro a algún familiar, con la consecuente solicitud de pagos para dejarlos a salvo. Creo que la llamada causó alguna sensación.
Hace como dos años me ocurrió algo parecido. Iba en mi automóvil y sonó mi celular con una solicitud semejante. Me fui de inmediato a la Procuraduría General de Justicia del DF a presentar una denuncia.
Me acordé de que soy abogado. Me recibieron más o menos pronto y muy amablemente. El agente del Ministerio Público me dijo que no me preocupara, que ese era un mecanismo en virtud del cual un preso en algún centro penitenciario se encargaba de hacer las llamadas, con todas las amenazas imaginables, y sugería que para evitar problemas se acudiera a algún organismo económico a depositar el dinero solicitado y allí un tercero se encargaría de hacerlo llegar al reclamante. Se me hizo raro el procedimiento, pero no me volvieron a llamar y el tema se convirtió en anécdota.
Por lo visto el mecanismo se está poniendo otra vez de moda. La noche del jueves, ya tarde, cuando estaba con el buen espíritu que me dejó el triunfo de los Pumas sobre los Santos, sonó el teléfono. Una voz evidentemente alterada porque fingía una juventud falsificada me pidió auxilio: creo que me dijo “papá” y que porque había tenido un accidente se encontraba en un grave problema. Le pasó el teléfono a un señor de voz cavernosa quien me dijo que habían secuestrado a mi supuesto hijo pero que por 400 mil pesos se arreglaba el asunto.
Me pareció un poco caro y así se lo expresé. La respuesta, también cavernosa, fue que de no pagar la cuota solicitada, podría entregarles alguna cosa, un automóvil, por ejemplo, porque de otro modo matarían a mi supuesto hijo. Les dije que tenía un Chevrolet antiguo, y me equivoqué porque tengo un carro antiguo que no es Chevrolet, independientemente de otro más moderno y en ese momento decidí olímpicamente mandarlos al demonio. La trama era demasiado simple.
El problema es que esos temas se repiten. Mi hijo mayor ofreció hablar a la policía, lo que a mí me causa siempre un cierto terror, pero habían cambiado el teléfono y no pudo hacerlo.
Yo supongo que existen antecedentes de sobra para saber quiénes son los utilizadores de este sistema. Yo no tendría inconveniente en formular cuantas denuncias sean necesarias aunque mi escasa experiencia en asuntos penales es muy poco alentadora en cuanto a la tardanza de las gestiones y, a mayor abundamiento, en cuanto a su eficacia. Supongo que habrá remedios y no sería malo que se pusieran en práctica.
La verdad es que uno se impresiona de leer en la prensa que los policías son, sin la menor duda, delincuentes natos. Hay la ventaja de que, cuando llevan uniforme, uno se alerta para salir corriendo a la mayor velocidad posible pero puede ocurrir que sean de la Judicial y aun cuando la pinta los delata, no siempre se adivina.
El muy reciente encuentro de varios policías enfrente de la procuraduría me pareció una noticia increíble. No le envidio la chamba a mis admirados procuradores. Porque pudiera ocurrir que junten pruebas suficientes de las actividades complementarias de sus súbditos y prescindan elegantemente de sus servicios para, simplemente, hacer que recuperen su oficio verdadero sin uniforme, con grave perjuicio de la ciudadanía y aún de los que no son ciudadanos.
Quizá esta tarea no sea de las más espectaculares para el mundo de la política. Pero sí valdría la pena que le echaran ganas. De otro modo tendremos que exigir se autorice el uso de armas y la posibilidad de disponer de ellas, para su destino específico, de no encontrar la mínima protección que a todos nos puede hacer falta.