Bolivia y los fantasmas
Bolivia y Venezuela pasan por un momento similar al que pasaron la España de la República, la Argentina peronista en los primeros cincuenta, el Chile de la Unidad Popular. En efecto, gobiernos populares enfrentan hoy allí a la jerarquía católica, los medios de (des)información, el imperialismo, las finanzas, la mayor parte de la intelectualidad, los terratenientes, los industriales y las oligarquías, que cuentan como base de apoyo con sectores importantes de las clases medias urbanas y rurales y movilizan a los estudiantes (ayudados en esto por la ultraizquierda).
En España los fascistas vencieron sobre todo porque la derecha del gobierno legal temía más el armamento y la independencia de los trabajadores que la victoria franquista y no hizo una reforma agraria ni decretó la liberación de las colonias, desarmó las milicias, destruyó el poder popular. En Argentina, tras varios golpe derrotados por movilizaciones populares, la derecha impuso una serie de dictaduras que comenzó en 1955 y terminó en 1983 sobre todo porque el presidente legítimo, Juan Domingo Perón, militarmente vencedor, antes que llamar a los soldados a desobedecer a los oficiales golpistas y armar a los trabajadores que lo apoyaban, prefirió claudicar y exiliarse. En Chile, Allende y los moderados confiaron en Pinochet y en los mandos militares y en las instituciones para impedir cualquier golpe, y el resultado lo conocemos.
Hoy en Bolivia y en Venezuela las clases medias se oponen por todos los medios a la democracia. Pero quienes dan ya por despachado al gobierno boliviano y creen que no tiene fuerzas para reaccionar y, en Venezuela, apoyan al golpista Baduel para no perder el “centro”, no ven las diferencias que existen en relación con los fracasos del pasado.
En primer lugar, hay un despertar político masivo entre los sectores oprimidos y explotados y una radicalización de su lucha, la cual se apoya en los gobiernos pero no depende de ellos. Los campesinos bolivianos dicen, por ejemplo, a la oligarquía cruceña: si ustedes desconocen las leyes y la Constitución nosotros haremos lo mismo y les ocuparemos todas sus tierras. Y apoyan la Constitución (y, en consecuencia, al gobierno) con sus movilizaciones masivas y con sus rudimentos de milicias.
Ahora bien, como las derechas no pueden recurrir ni en Venezuela ni en Bolivia a la legalidad, tienen que trabajar a la vista de todos para preparar un golpe de Estado y la guerra civil, que están así en el orden del día. Pero, dado que las clases medias en ambos países son menos fuertes de lo que eran en España, Argentina o Chile, y como las instituciones del Estado tienen mucho menos peso y tradición, el éxito del puñado de golpistas oligárquicos no está de ninguna manera asegurado. Entre otras cosas porque, además, la oligarquía y sus servidores clasemedieros son racistas, mientras en la policía y en las fuerzas armadas la composición étnica es igual a la del país, y en ellas abundan los indígenas o los mestizos.
Por otra parte, las clases dominantes están divididas, y un sector teme una aventura que podría llevarle a perder todo, y no tiene los lazos firmes con el imperialismo que exhiben impúdicamente los dirigentes de la derecha política.
Por último, en ambos gobiernos hay sectores decididos a resistir al golpe y, por lo tanto, a avanzar apoyándose en las movilizaciones campesinas, mientras el entorno latinoamericano es hostil a un golpe oligárquico imperialista en ambos países.
La Constitución ya fue aprobada. Ahora un referéndum abrirá el camino a su aplicación, o sea, a la reforma agraria, a la autonomía indígena contrapuesta a la seudo “autonomía” secesionista y racista de la oligarquía, a la construcción de poder popular.
O la oligarquía da el golpe en Venezuela y en Bolivia o habrá perdido el tren y permitirá una reorientación de los gobiernos revolucionarios y su reconstrucción para las nuevas tareas política nacionales. La clave de la situación está, pues, en medir con precisión el nivel de disposición política de los oprimidos y en elevarlo con objetivos claros, y está también en comprobar hasta dónde llega la división en las fuerzas armadas para desarrollar en ellas al sector plebeyo frente a los mandos ligados a las embajadas de Estados Unidos.
Philip Goldberg, el embajador que trabaja con la derecha boliviana, fue operador en la división y destrucción de Yugoslavia y sin duda ahora encara una segunda opción si no lograse derribar al gobierno: crear dos Bolivias, la del Oriente, oligárquica, blanca, que trataría de monopolizar las riquezas energéticas, y la india-mestiza del Altiplano. Contra ese plan es posible levantar a parte de las clases medias urbanas y de las fuerzas armadas apoyándose en su sentimiento nacional y antimperialista.