Editorial
Ejemplo democrático
Ayer, en una jornada electoral que en términos generales transcurrió en paz y tranquilidad, y con un sistema de voto electrónico transparente e irreprochable, los venezolanos rechazaron por estrecho margen –alrededor de uno por ciento– la propuesta de reforma constitucional presentada en agosto pasado por el presidente Hugo Chávez. Como todo lo referido a él, su iniciativa fue objeto de adhesiones fervientes y de virulentas descalificaciones; muchas de ellas alimentadas por Estados Unidos y por el bloque de gobiernos latinoamericanos alineados con Washington. El eje argumental de la propaganda antichavista fue que el carácter presuntamente autoritario y antidemocrático de la actual presidencia venezolana se vería reforzado por un texto constitucional que establecía una concentración de poderes aún mayor en la figura del jefe de Estado. A partir de estos enfoques, la oposición local se movió ayer en una forma que fue más allá de la mera vigilancia de las urnas –práctica legítima y necesaria en cualquier votación– y que parecía apuntar más bien a la descalificación de las instancias electorales, en caso de que el resultado le fuera adverso.
Sin embargo, y a pesar de un retraso comprensible, habida cuenta de lo cerrado de la votación, el Consejo Nacional Electoral de Venezuela cumplió a cabalidad con su tarea, contó los sufragios en forma escrupulosa y poco después de la una de la madrugada –hora de Caracas– dio a conocer la victoria del “No”. Poco después, el propio Chávez reconoció plenamente el triunfo de sus adversarios, e instó a sus simpatizantes a mantener la calma e irse a dormir.
Paradójicamente, el triunfo electoral de la oposición venezolana es, también, una victoria moral para el movimiento que encabeza el polémico jefe de Estado: de golpe, el referéndum de ayer y su culminación desmienten en toda la línea a quienes han acusado al mandatario venezolano de antidemocrático, de autoritario y hasta de dictador, y obligan a recordar la trayectoria de un gobierno que se ha sometido al veredicto ciudadano en numerosas ocasiones, todas ellas con pulcritud: para ganar la Presidencia, para aprobar la Constitución vigente, para dar curso a un referéndum revocatorio exigido por la oposición y para relegirse. El que ahora pierda una de esas consultas y acepte sin ambigüedad un resultado electoral que le es adverso refrenda actitudes y disposiciones inequívocamente democráticas que deben serle reconocidas.
Con el referéndum de ayer se desactivan, por añadidura, las tendencias golpistas que siempre han alentado sectores de la oposición venezolana, apoyados por posturas internacionales cavernarias como las que representan el actual presidente de Estados Unidos y el ex mandatario español José María Aznar, partidarios de la democracia sólo cuando ésta es favorable a sus intereses y a los de sus socios, así como instigadores de acciones violentas e ilegales contra gobiernos que no se afilian a las derechas neoliberales.
Por lo demás, el rechazo mayoritario de la ciudadanía al texto constitucional propuesto por Chávez no altera el curso de una administración a la que le quedan cinco años en el poder y que podrá seguir gobernando en el marco de la Constitución actual. Así, lejos de salir debilitado por la derrota electoral de ayer, el chavismo sale del trance fortalecido y revestido de una autoridad moral que sus adversarios tendrán que reconocerle.
Finalmente, el referéndum celebrado ayer en Venezuela presenta un doloroso punto de contraste con el desaseo y la turbiedad con que fue operada la sucesión presidencial del año pasado en nuestro país, y en el que la negativa del oficialismo a recontar los sufragios marcó a la actual administración con una huella indeleble de sospecha y le causó un déficit de legitimidad insoslayable. A la luz de lo sucedido en el país sudamericano, quienes en México mencionan al gobernante venezolano como ejemplo de lo políticamente indeseable y parangón de autoritarismo tendrían, en lo sucesivo, que pensárselo dos veces, porque el espíritu y las prácticas antidemocráticas están, más bien, en el bando contrario.