Usted está aquí: lunes 3 de diciembre de 2007 Cultura Los intocables

Hermann Bellinghausen

Los intocables

Hay personas a las que les gana el personaje que su histrionismo ha creado y ya no lo pueden abandonar. No Voltaire. Se desenchufa de sus caracterizaciones, incluso de la actitud claridosa con la que juega, y vuelve a ser ella (cualquier cosa que eso signifique). Como si fuera consciente, se incorporó y dejó la terraza sin decir siquiera “orita vengo”, pensé que al baño. Minutos después regresó ya sin su atuendo cabaret-punk, llevando una camiseta grande de algodón y un batik azul a manera de falda (de los que lo mismo sirven para cortina o mantel, tapete de playa, turbante, chalina). Recuperó su menguante gin and tonic y dijo:

–Ven adentro. Hay novedades.

Ya decía yo. A diferencia de mí, que durante el party sólo me hice pato, ella en su sospechosa mesa junto a la pasarela no hizo otra cosa que chambear con sus informantes gringos.

–Este Duncan es bueno en lo suyo –reconoció de su vecino budista. Puse cara de “tú dirás” y la seguí al estudio. La noche era tibia, a pesar de aproximarse ya la madrugada.

–La parejita mona que Duncan trajo a la mesa, Rick y Claudia, son investigadores de Los Ángeles que van undercover a todas partes, así que chitón con ellos. Dicen que México ya parece Tailandia, pero que nuestras “exportaciones” podrían ser mayores. La CIA calcula que por la frontera han entrado a Estados Unidos unos 50 mil niños y niñas en tiempos recientes.

–No diré nada de tu parejita. Seré una tumba –dije.

–No te creo, eres bien bocafloja –replicó, bien seria. Casi irreconocible. Si Voltaire no se pone bossy conmigo es porque no se lo permito, pero le encanta regañarme.

–¿Vamos a trabajar o qué? –la atajé.

–Eso –asintió, firme.

–Nuestros amigos Rick y Claudia tienen ubicada una red de garajes en Los Ángeles, disfrazados de refugios para indocumentados, por donde pasan muchos mexicanitos que serán exportados al sureste asiático.

–“Nuestros amigos, quimosabi” –dijo mi alergia a los tiras.

–Te caerían bien. Son chidos. Me proporcionaron un mapa detallado de los garages, y dos organigramas: de la red, y de los clientes y patrocinadores. Otro dato, agárrate, fue el del lugar por donde sale del país el mayor volumen de “mercancía”.

–Alguna playa de Baja California, Sinaloa o Guerrero –aventuré.

–Frío, frío –replicó.

–¿Pistas clandestinas en la frontera?

–No. El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

–¿En vuelos comerciales?

–No necesariamente, ya ves cómo es eso.

No sé cómo es eso, pero en fin. Encendió la computadora y le introdujo una memoria que evidentemente le dieron sus nuevos amigos. Incluía varios archivos. Abrió uno y juntos leímos la lista de traficantes; puros desconocidos, menos un par de funcionarios muy poderosos.

–¿Hay pruebas? –dije instintivamente.

–No muy firmes. Rick y Claudia están seguros, pero también preocupados. Se trata de gente muy protegida mero arriba.

Corrió otro documento, lleno de gráficas y flechas, con citas en inglés. Más abajo apareció una lista doble. A la izquierda, los “puentes” entre la red de distribución y los usuarios A la derecha, los segundos. Resultó peor. Pura gente importante. Ríete de las “botellas de coñac”.

–No preguntes por pruebas. Se las confiscó el Departamento de Estado cuando empezó el lío de Lydia Cacho. Conservaron una parte, pero no pueden usarla. Algunos son los libaneses, claro. Sólo algunos.

Voltaire salió a renovarse el trago y me dejó a solas en la contemplación atónita de los nombres enlistados. Entendí al fin a qué se refería su “todo conecta”. Regresó diciendo desde su gin and tonic y otra cerveza para mí:

–Cualquiera de esos nombres que sueltes, y al otro día tienes encima a sus abogados en los dos lados de la frontera. O algo más cabrón.

–Entre más información encontramos, menos pienso que podamos hacer algo –dijo un poco desesperada. Todavía no mencionaba las amenazas de muerte contra Rick y Claudia, que se me empezaban a figurar como nuestro döppelganger angelino.

–En México, 85 mil niños son usados para producir pornografía infantil y 25 mil más son víctimas de explotación sexual, según la Coalición Internacional contra la Trata de Mujeres. Un español, Carlos Castresana, de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito en México, considera que las drogas están perdiendo terreno frente al negocio del tráfico de personas, que deja unos 32 mil millones de dólares anuales.

–¿Aquí?

–No creo. No me queda claro. En África central y occidental cada año son vendidos 200 mil niños. Pero sin ir más lejos, sólo en el Distrito Federal se conocen 20 lugares de comercio para pederastas, protegidos por policías y funcionarios. No lejos quedan Guadalajara, Monterrey, las tres fronteras y los grandes centros turísticos. Pero con jueces como los que tenemos, ni Lydia ni nadie puede hacer gran cosa.

Bebimos, fumamos. Nos quedamos pensativos.

 
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