TOROS
Sacaron a la gente de la plaza
El éxito franco, incondicional, sin discrepancias, sin estridencias de Rui Fernandes, fue del rejoneador portugués que se presentó en la México. Un toreo a caballo muy sobrio, lleno de torería de marcadas diferencias a la de los rejoneadores españoles. Dígalo, si no, la forma como recibió a su segundo enemigo, cambiando el viaje del toro, que levantó a los aficionados de sus lugares. O sus cites a pitón contrario entregando el pecho de las cabalgaduras. O la estocada en todo lo alto con la que despachó a su primer enemigo.
Rápidamente estableció una perfecta correspondencia entre su torear montando caballos, de espléndida torería, y la sensibilidad de la afición del coso capitalino. No hubo exceso, no en más, ni en menos, en el quehacer del lusitano. Tan fácil, tan afluente se acomodó las embestidas de los toros de Rancho Seco, a modo para el rejoneo.
Los toros si bien se prestaban al toreo a caballo, resultaron difíciles para los de a pie. De bella estampa, bien armados, generaban la sensación de peligro. Codiciosos de salida y bravos con los caballos, se venían abajo en las faenas, menos el tercero que desarrolló sentido y se fue “para arriba” y obligó a un atropellado Leopoldo Casasola, que se jugaba su futuro, a tragar las cornadas del toro que se revolvía y lo buscaba. Dispuesto a mandarlo a la enfermería, lo que estuvo a punto de conseguir. No se amilanó en la suerte suprema y cobró una estocada en todo lo alto, paralizando a los cabales. ¡Que torería de lance!
Y es que en el toreo, los duendes de lo inesperado hayan en la trivialidad de una existencia gris, materia dúctil para consagrar toreros. Nada hay insignificante en el mundo de los toros, como nada hay insignificante en la vida. Casasola le dio relieve a su quehacer, jugándose el pellejo.
Y entre chismes y grillas logaron sacar a la gente de la plaza. ¿Cómo la regresarán?