Usted está aquí: lunes 3 de diciembre de 2007 Deportes Por primera vez torearon en la Plaza México dos extranjeros y un mexicano

TOROS

La empresa de Herrerías violó la Ley de Espectáculos y rompió el convenio de 1946

Por primera vez torearon en la Plaza México dos extranjeros y un mexicano

Leopoldo Casasola y Rui Fernandes cortaron sendas orejas ante 4 mil espectadores

Lumbrera Chico

Ampliar la imagen El rejoneador Rui Fernandes durante la polémica corrida de la México El rejoneador Rui Fernandes durante la polémica corrida de la México Foto: Jesús Villaseca

Antes que nada, esta crónica se pone de pie para aplaudir al matador Israel Téllez, quien se negó a torear en la corrida de ayer, quinta de la temporada invernal 2007-2008 en la Plaza México, porque la empresa Renovación Taurina puso a dos extranjeros con un mexicano, algo que jamás había ocurrido en el coso de Insurgentes. Para muchos, fue un sacrilegio que debió sublevar a los antiguos aficionados dentro de su tumbas.

Sin que aún se sepa si la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos presentará una denuncia contra quien resulte responsable por esta violación al artículo 47 de la Ley de Espectáculos del Distrito Federal, o si el bloque perredista en la Asamblea Legislativa tomará cartas en el asunto, o si la Comisión Taurina cumplirá con su deber, o si el gobierno de Marcelo Ebrard actuará por su propia cuenta, o si todas las instancias agacharán la cabeza para que Rafael Herrerías vuelva a salirse con la suya, el festejo de ayer lo protagonizaron el texcocano Leopoldo Casasola en lugar de Téllez, el rejoneador portugués Rui Fernandes (sin acento ni zeta) y el español de a pie, Antonio Barrera.

Con la complacencia de los veteranos de la Porra Libre, los dizque “defensores” de la fiesta que no sacaron ni un cartelito para protestar por el rompimiento del convenio taurino de 1946, que hasta ayer había sido respetado invariablemente, el jinete y los peatones hicieron el paseíllo ante un público de no más de 4 mil espectadores. Fue, como era previsible, una función dominada por el tedio, al que contribuyeron las reses de Rancho Seco, bonitas de lámina pero carentes de fuerza, bravura y emotividad, con excepción del marrajo que le tocó en suerte a Casasola y que lo cogió tres veces, sin partirle la carne o los huesos de milagro.

Todo comenzó poco después de las cuatro de la tarde cuando, huyendo más bien de la oscuridad de los toriles, salió como espantado, a toda velocidad, un cárdeno bragado de nombre Banquero, que se estrelló contra el burladero de la contraporra porque no alcanzó a frenar. Montado en un tordillo de sobria estampa, Fernandes le clavó tres rejones de castigo y lo dejó parado ante la puerta de picadores. Luego se dedicó a colgarle banderillas a bordo de sucesivas cabalgaduras, con la misma emoción que habría provocado un niño en triciclo poniendo flores en un jarrón alrededor de una mesa.

Sin embargo, como a muchos espectadores aquello les gustó, y como el portugués mató con eficacia de un solo rejón de muerte, brotaron los pañuelos y el juez concedió una oreja. A continuación, Barrera se las vio con Tapatío, otro cárdeno pero de 471, con una cabecita ridícula, que salió brincando al sentir la puya del picador, volvió a éste de inmediato y tumbó al caballo (por la mala doma del equino), y al tercer intento al del castoreño se le rompió la vara, de modo que nadie le hizo sangre a la bestia y de todos modos ésta se quedó parada, igual que su antecesor, para una faena de trámite, un pinchazo hondo y un descabello.

El tercer turno fue para Pintor, un cárdeno de 478, mejor armado de cuerna aunque no de musculatura, que tiraba cornadas meneando la cabeza como reguilete (antes se decía rehilete, pero ya nadie lo recuerda) y que le desgarró la taleguilla a Casasola a la altura del ombligo, cuando éste acababa de embarcarlo en dos sentidas verónicas. El bicho, que sabía latín, no se dejó engañar a la tercera y sobrevino el percance. Luego fue al caballo y el varilarguero le arrancó la moña y le raspó la columna vertebral sin sangrarlo.

Casasola se dio cuenta de que el rumiante necesitaba más castigo porque estaba aún muy fuerte y a cada embestida lanzaba más gañafonazos, pero el público rugió cuando lo colocó otra vez a merced del caballo, y por la rechifla lo sacó antes de tiempo del peto. Así, por hacerle caso a los villamelones, tuvo que enfrentarse a un marrajo que volvió a empitonarlo y le perdonó la cornada en la pierna derecha, y con el que se jugó la vida en serio, en tandas por ambos lados, breves pero angustiosas, antes de liquidarlo de un volapié, llevándose un golpazo ahora en el pecho, que lo puso verde de dolor y de asfixia.

Conmovido por su hazaña, la gente pidió las dos orejas, pero el juez, con acierto, sólo concedió una. Por último, el rejoneador esperó en los medios a su segundo enemigo, donde hizo lo más importante de la tarde: un quiebro, a caballo, claro, sin irse del sitio, para ponerle un rejón de castigo en todo lo alto. Lo demás fue lo de menos. Basura. Bostezos.

 
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