Habla Carmen Parra, autora de las 21 tintas que ilustran el libro Arca de Guadalupe
La Guadalupana, única madre que unifica a este país “de huérfanos”
La pintora creó “una reflexión gráfica” alrededor de la Virgen
Difícil, poner límites al auge de la literatura en torno de la “doncella del Tepeyac”, dice el autor del prólogo
Ampliar la imagen Una de las ilustraciones de la artista Carmen Parra, incluida en el libro Arca de Guadalupe, publicado por Editorial Jus
La Virgen de Guadalupe es la única “madre” que unifica a este país “de huérfanos”, expresa la pintora Carmen Parra, autora de las 21 tintas que ilustran Arca de Guadalupe, libro que recopila cinco siglos de poesías y textos inspirados en la “doncella del Tepeyac”.
Parra concibe sus dibujos como una especie de “rezos” sobre los textos que leyó, que empiezan con Nican mopohua (1556), de Antonio Valeriano, y terminan con Doce rosas (2002), de Jorge F. Hernández. En esta tarea, la artista hizo, como es su costumbre, “una reflexión gráfica sobre la pintura virreinal mexicana, desde la original de la Virgen, que está en la Basílica, hasta todos los cuadros que de ella se han pintado”, contenidos en los libros de su biblioteca.
De acuerdo con Adolfo Castañón, autor del “prólogo y cosecha” del libro, una de lecturas que se puede hacer de Arca de Guadalupe (Jus, 2007), más allá de un volumen devocional o de historiar la literatura, es cómo “nos muestra la historia de las mentalidades, de las actitudes, respecto del fenómeno guadalupano y todo el paisaje en su entorno.
“Hay un progresivo proceso de secularización, de desencanto, pero lo que es curioso es que dentro de ese proceso hay también un hilo conductor que es la reverencia al aliento de la ‘doncella’ o virgen del Tepeyac. Sí hay un cambio de actitudes que son explicables en función de los cambios culturales que ha tenido México. Pero, en cierto modo son declinaciones de un mismo verbo, porque el verbo siempre sigue allí.”
“Devoto” no sólo de las letras mexicanas, sino de todas las escritas en español, Castañón dijo que el libro parte de un texto que empezó a escribir hace seis años, que se retomó para la presente antología. Arca de Guadalupe, apuntó, tiene tres fuentes principales: los libros Cancionero histórico guadalupano, del padre Jesús García Gutiérrez, y Flor y canto de la poesía guadalupana, del padre Joaquín Antonio Peñalosa, ambos publicados por Jus, y el propio Castañón, ya que tiene la costumbre de “trufar” los libros. Es decir, recorta escritos de su interés para un posible uso posterior.
Nican mopohua, texto básico
Para Castañón una antología de la literatura guadalupana tenía que empezar con el escrito “básico” del Nican mopohua, texto náhuatl multitraducido. Aunque el “Fondo de Cultura Económica publicó una en fechas recientes, con un estudio del historiador y humanista Miguel León-Portilla”.
Al reunir el material, “alterné los huecos que sentía que podían tener las antologías de García Gutiérrez y Peñalosa”, a la vez que lo actualizó al introducir textos que ellos “no podían haber considerado, dado que eran sacerdotes católicos, mientras que yo soy simplemente un lector devoto”.
Incluyó un canto chamánico y descubrió que había poemas o letras de canciones contemporáneas, de Botellita de Jerez, el Tri y Los Ángeles Azules. Entonces, “empecé a involucrarme en el coleccionismo de textos guadalupanos. En ese momento, “Juan Diego se canonizaba, hecho que generó gran cantidad de información periodística”.
El entrevistado alude a cuatro maestros: primero, su padre, aunque no fue guadalupano y una tía que “se hizo llamar sor Guadalupe, cuando profesó en la orden de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús”. Octavio Paz es el segundo.
Luego, Alfonso Reyes, por medio de quien Castañón se involucró en “un conocimiento más sistemático de la cultura mexicana contemporánea desde los pasados 20 años”. El último fue Gabriel Zaid, “cuya forma de pensar los libros en cierto modo me ayudó a la configuración de este corpus que de alguna manera emula el Ómnibus de la poesía mexicana”.
Si el florecimiento de la literatura guadalupana no es privativo de ningún siglo, el escritor dice que es “difícil ponerle límites, pues hay una especie de correlación entre las preguntas vinculadas con la identidad de México y la reflexión que lleva al poeta a acercarse a tocar, con la palabra, la imagen de la Virgen de Guadalupe”.