Educación, asignatura pendiente
De ser un país modelo a escala internacional, por sus proyectos educativos, considerados como innovadores y revolucionarios durante varias décadas del siglo pasado, México presenta condiciones educativas deplorables, en comparación con naciones que no hace muchos años eran considerados como atrasadas y que han sabido y han querido remontar sus deficiencias educativas.
Olvidados han quedado los programas educativos de José Vasconcelos y de Moisés Sáenz, que sacaron del atraso a miles de poblados de todo el país; los programas de alfabetización apoyados en las cartillas de alfabetización y en el esfuerzo voluntario de decenas de miles de hombres y mujeres dispuestos a dar su tiempo para enseñar a leer a los que no sabían; el establecimiento de las escuelas rurales en todas las comunidades del territorio nacional; la introducción de los libros de texto gratuitos de primaria. Eran tiempos en que la educación era prioritaria para el gobierno y también para el pueblo.
La educación es la mejor herencia que los padres pueden dejar a sus hijos, se decía entonces; después las cosas empezaron a cambiar y a deteriorarse. Pese al esfuerzo continuado de muchos maestros, la educación dejó de ser prioritaria y los esfuerzos para actualizarla resultaron inútiles. Varias décadas después, en los inicios del siglo XXI, los resultados empiezan a saltar a la vista; las evaluaciones realizadas por organismos nacionales e internacionales nos señalan nuestro atraso respecto de otras naciones, como resultado de nuestro conformismo y del estancamiento de los programas educativos.
Las explicaciones del fenómeno son diversas; vale la pena enumerarlas, como un paso necesario para plantear y proponer soluciones. Reconocida como prioritaria en los discursos oficiales de los sucesivos gobiernos, la educación es puesta entre las últimas prioridades en las asignaciones presupuestales, y constituye el renglón favorito para los recortes que se hacen necesarios para enfrentar cualquier eventualidad, trátese de una inundación en Tabasco, de un ciclón en Yucatán, de un sismo en Oaxaca o de la reducción de las reservas monetarias.
Los modelos educativos empleados presentan, por otra parte, un retraso inaceptable: el énfasis en la memorización, trátese del Himno Nacional, de las capitales de estados y países, de las tablas de multiplicar o de listas de nombres de caudillos, de políticos, es una práctica superada por los programas educativos de otras naciones, en favor del desarrollo de competencias de pensamiento lógico, de planteamiento y solución de problemas, de la capacidad de observación, experimentación y de apropiación del conocimiento.
El modelo enciclopédico de la educación, orientado a preparar a los estudiantes mexicanos para ser exitosos en ambientes propios del siglo XIX, carece de sentido actualmente. La acumulación de grandes cantidades de conocimiento superficial sobre una amplia diversidad de temas, cuya única justificación es contribuir a formar una cultura aceptable, debe ser cuestionada y revisada con objeto de definir una estrategia orientada al desarrollo de las competencias para la vida.
Estos cambios tomarán tiempo, porque su instrumentación implica una preparación diferente de los profesores en servicio, así como de los que están en proceso de formación, no sólo en los conocimientos, sino también en las actitudes personales y en los métodos de enseñanza a emplear. Aunque esto parece sencillo de instrumentar, no lo es y no lo ha sido, por la inercia y la oposición al cambio por parte de las estructuras administrativas y del sindicato nacional de maestros.
Unas pocas semanas atrás, luego de una conferencia que impartí en una universidad privada de cierto prestigio, los jefes de varios departamentos académicos me comentaron que los cambios que proponía para el bachillerato eran interesantes pero imposibles, en la medida en que para la institución era más importante mantener los contenidos y esquemas educativos actuales que mejorar los conocimientos y habilidades de sus estudiantes.
No todos los problemas de la educación radican en el sistema educativo o en las escuelas: muchos de los obstáculos para una buena educación están en los aspectos de la familia, de la comunidad y de la sociedad en general. En otros países, principalmente asiáticos y europeos, la selección de los juguetes que los padres regalan a los hijos es cuidadosa; una selección adecuada tiene efectos importantes en la educación. Ello no pasa aquí, donde la selección se hace en términos de lo que las campañas televisivas indican; de hecho la televisión nos ha marcado ya como una sociedad orientada a lo trivial, no a lo sustantivo.
El ejemplo de los gobernantes, que no líderes sociales, de los cuales carecemos absolutamente, forma parte de un entorno educativo para los niños que les indica con claridad que el éxito en la vida adulta no se logra con el estudio o con el esfuerzo, sino por medio de las relaciones sociales, del agandalle y del aprovechamiento de influencias de todo tipo. La decisión reciente de la Suprema Corte de Justicia respecto del gobernador de Puebla y la periodista Lydia Cacho constituye la lección educativa más reciente para millones de jóvenes, que aprenden así acerca de las ventajas de la impunidad sobre la ética y las leyes.
Mejorar las capacidades, las competencias y los conocimientos de los estudiantes mexicanos constituye el desafío más importante de la nación. Para su logro se requiere de pasión y liderazgo nacional, y éste ciertamente no se ve por ningún lado entre quienes tienen asignadas hoy estas tareas en el gobierno federal.