Las autoridades están acabando con estos sitios, lamenta el dueño del Salón Martell
“Cuando desaparece una cantina se pierde una larga amistad”
El negocio de Ángel González es uno de los pocos locales tradicionales que existen en el DF
Los cantineros deben saber de futbol, toros, religión, historia... ser como una enciclopedia, dice
“No sé qué es más barato: ir al siquiatra o tomar unos tragos, pero esto último es más alegre”
Ampliar la imagen Si desaparecen las cantinas, los habituales de aquí tomarán en las calles, anticipa el señor Ángel González (en medio) dueño del Salón Martell. En la imagen, lo rodean, de izquierda a derecha, Guillermo Medina, Tomás Bravo y Víctor Cruz, sus trabajadores Foto: Marco Peláez
En unas cuantas décadas, menos de una vida, el desarrollo urbano del Distrito Federal rodeó de edificios y ejes viales al Salón Martell, una de las últimas cantinas tradicionales de la capital. “Si desaparecen estos sitios, se perderá una forma de vida y de cultura de los mexicanos. Las pulquerías ya casi están extintas y el prejuicio, la mala fama, acosa a diario a estos negocios”, expresó en entrevista Ángel González, dueño de ese “oasis”, donde el transeúnte llega a saciar su sed, mitigar el hambre, platicar o, simplemente, en la mesa del rincón, pensar en sí mismo.
Ubicado en Romero de Terreros 629, esquina Mier y Pesado, el Salón Martell fue adquirido por González en 1968. “Se lo compré a la viuda del que era el propietario. Era la mitad de lo que es hoy; yo lo agrandé.” Tiene dos áreas cómodas. “En funcionamiento tiene unos 65 años. Estamos en la zona vieja de la colonia Del Valle, y hay construcciones que datan de 1930.”
Mantener la tradición no ha sido fácil. Han brotado infinidad de restaurantes y restaurantes-bar que venden a los jóvenes “cubetazos” de cerveza. “Esta sigue siendo una cantina con botana. Para mí, una cantina es un club donde se reúnen los amigos, para jugar cubilete o dominó; para tomar la copa y platicar. Ya quedan pocas cantinas, lo cual puede ser porque llegó un grupo de gallegos que compraron cantinas y las transformaron en restaurantes-bar.
“Les gusta (a los gallegos) trabajar más la comida y no les agrada lidiar; no trabajan la barra. No es que sea difícil; tiene la ventaja de que se conoce mucha gente, pero ellos no están acostumbrados a aguantar cierto tipo de gente.”
Recordó los años en que los clientes llegaban y pedían un buen coctel. Ahora: cerveza o tequila (paloma: tequila con refresco de toronja). “La época en que se tomaban bebidas preparadas ya pasó a la historia, quizá por las modas y la publicidad.”
De mentadas para arriba
Mientras se desarrolla la entrevista entran clientes habituales, “de los que merecen su calendario”. Se saludan, algunos fuerte, de a mentada para arriba. Se toleran, y mañana harán lo mismo. Una cantina es una escuela del albur y hay que aprender para defenderse.
“Aquí vienen personas de todo tipo; desde luego de clase media –a una cuadra está la Torre de Mexicana de Aviación–; viene gente bien y preparada. A borrachos o teporochos no los dejo entrar. Hay una estricta selección de la clientela. Aparte, aquí todos son amigos y se conocen.”
El trajín es sobrellevado por González y tres empleados: un cantinero, un mesero y un cocinero. “Definitivamente, una cantina es una manifestación cultural. Hay que mantenerlas para que no se pierda la historia. Muchas veces tenemos que hacerla de siquiatra, porque muchos llegan para desahogarse, a decir sus penas, sus problemas. No sé que es más barato: ir al siquiatra o tomarse unos tragos, pero esto último es más alegre.
“Para tomar aquí hay de todo, desde whisky, coñac, vodka, ginebra, etcétera. El trago más caro por copa es el coñac importado, a 80 pesos; el más barato es la de Bacardí: 39 la cuba libre. Cerveza, a 24. Ahora la gente llega y pide un tequila preparado; ya no es derecho, con limón y ¡pum!
“De botana damos una sopa o caldo, un guisado, tacos; todos los días cambia el menú. Los problemas no radican en el servicio, sino con el gobierno del Distrito Federal y la delegación. Los inspectores siempre extorsionan y acaban con los negocios; no toman en cuenta que la cantina es un lugar de reunión, y nos consideran giros negros.
“Una cantina es un lugar de esparcimiento donde vienen las personas a tomarse unas copas. Hay una idea negativa de las cantinas, e inclusive al pueblo le han dicho que la cantina es mala, pero somos los que menos problemas ocasionamos. Aquí ya llevo 40 años. Cuando llegué el rumbo era distinto; era una zona habitacional y no había problemas de estacionamiento. Hay muchas oficinas… nos han ido aislando. Muchos vienen a tomarse la copa en la barra, porque está el tubo para descansar el pie. No les gusta la mesa.”
Parroquianos de todos ámbitos
A esta cantina han llegado artistas, políticos, gobernadores, escritores, pintores, teatreros, jubilados y estudiantes. “La colonia Del Valle siempre ha tenido gente bien; es una colonia de artistas. Vienen y han tocado aquí Marcial Alejandro, Rafael Mendoza y David Haro. Cuando desaparece una cantina se pierde una amistad de muchos años.”
González ve normal que ahora entren mujeres a las cantinas. “Aquí no las molestan. Vienen a la copa y a la botana. Consumen y se van. Es mentira que los hombres las molesten. Ellas comenzaron a entrar aquí hace unos 15 años. Al principio les daban chance de entrar a las cantinas, pero no querían o no se decidían por miedo, pero se fueron acostumbrando. Llegan en grupo, tres o cuatro; piden su mesa y sus tragos. Luego se van. Todo en paz.”
González informó que su negocio es adecuado para festejar cumpleaños, cerrar algún negocio o cortejar a una dama.
“Para una fiesta nos arreglamos en el precio, en lo que quieren consumir. Debe quedar claro que los cantineros son personas especiales, pues conviven con los clientes. A muchos les sirven sin preguntarles, pues ya saben lo que les gusta.”
–¿Ha aprendido a alburear?
–Sí. Uno tiene que seguirles la corriente, saber de futbol, de toros, de religión, de historia… uno debe ser una enciclopedia. La cantina es un centro de información.
Abre sus puertas a las 12 y cierra a las 24 horas. “Antes abríamos a las nueve de la mañana, pero han venido los inspectores y nos han cambiado los horarios. Están acabando con nosotros. Tienen una mentalidad absurda respecto de las cantinas. ¡Me da mucho coraje! Si desaparecen las cantinas, los habituales de aquí tomarán en la calle. Aquí están protegidos, pues si se emborrachan los subimos a un taxi seguro.”
Cocinan unas manitas de puerco de rechupete, una suculenta sopa de tallarines con pollo, tortas de milanesa que exigen la repetición, o carne a la mexicana. La rocola tiene 3 mil canciones, de todos los géneros, desde lo grupero hasta lo clásico, pasando por lo romántico. De a dos piezas por cinco pesos. “Si amaneció mal por el trago, aquí se la curamos. Por ejemplo, un colibrí o una piedra, con fernet”, dijo González, “doctor cantinero”.
Invitó a conocer el Salón Martell. “El 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, serviremos unas carnitas jugosas.”
Para mayor información: 5523-7147.