Editorial
Trasfondos del cambio climático
Prácticamente de último momento, los 189 países representados en la 13 conferencia internacional de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre el cambio climático, celebrada en Bali, Indonesia, arribaron a un acuerdo que incluye la negociación, a más tardar para 2009, de un nuevo tratado global en materia ambiental que entraría en vigor tras el vencimiento del Protocolo de Kyoto, en 2012. Debido a las presiones de Estados Unidos, la redacción final del documento no incluye la adopción, por parte de las naciones firmantes, de medidas concretas para reducir las emisiones de gases invernadero –los principales causantes del calentamiento global–, lo que ha generado desilusión e inconformidad en grupos ambientalistas, que señalan que se pagó un precio muy alto por la inclusión de Washington al acuerdo.
La suscripción del Acuerdo de Bali es un hecho que debe saludarse, pues, como lo señaló el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, se trata de “un primer paso hacia un acuerdo que pueda afrontar la amenaza del cambio climático, el desafío que define a nuestra era”. Sin embargo, en la circunstancia actual, el convenio resulta insuficiente, no sólo por la referida ausencia en su redacción de las medidas restrictivas en materia de emisión de contaminantes, sino además porque ha quedado de manifiesto la reticencia de las potencias industriales para adoptarlas. Las constantes negativas de Estados Unidos para ratificar el Protocolo de Kyoto, y las cortapisas que impuso para suscribir el Acuerdo de Bali, dan cuenta de una falta de voluntad de su parte para combatir un fenómeno global que avanza de manera sostenida. Otro tanto podría decirse de China y la India, países menos desarrollados económicamente pero con un vasto potencial industrial, que ocupan el segundo y cuarto lugares, respectivamente, dentro de la lista de las naciones más contaminantes, y que igualmente intentaron bloquear de última hora el consenso adoptado en Bali.
Actitudes como las descritas expresan una lamentable falta de responsabilidad de naciones que se empeñan en defender un modelo caracterizado por el derroche energético, basado en la quema de combustibles fósiles y que resulta ya insostenible: por un lado, porque los yacimientos de hidrocarburos se agotan a un ritmo acelerado, pero sobre todo por los trastornos ambientales que generan, que implican graves consecuencias para la vida en el planeta.
Para colmo, los más afectados por el cambio climático son también los más desprotegidos. Las inundaciones causadas por las constantes precipitaciones, que se conjugan con el desbordamiento de ríos, son fenómenos particularmente trágicos para los sectores más depauperados de la población, por lo regular asentados en las zonas de riesgo. Del mismo modo, el calentamiento global ha sido un factor determinante en la pérdida de vastas áreas de cultivo, indispensables para la subsistencia de millones de habitantes, sobre todo de los estratos sociales más bajos. La pobreza tiende a magnificar los de por sí catastróficos efectos del cambio climático.
En suma, poco podrá hacerse contra este fenómeno en tanto que no haya una voluntad real de parte de todos los países, pero especialmente de las potencias industriales, de cambiar sus paradigmas mundiales de producción, comercialización y consumo humano. Cabe esperar que los distintos gobiernos cobren conciencia del enorme peso que sus decisiones y sus acciones tienen en materia ambiental: de ellas depende nada menos que la viabilidad de la vida en el planeta.