¿La Fiesta en Paz?
Merecer, querer y poder
La Fuenteovejuna taurina al revés o la impotencia de las fuerzas vivas de la fiesta brava de México a la hora, cada vez más lejana, de fijar objetivos concretos, suscribir compromisos realistas y sumar esfuerzos serios para que a corto y mediano plazos la perspectiva sea menos oscura y se retome un rumbo más claro.
Una cosa es justipreciar lo propio y desear que vuelvan a tener vigencia las expresiones tauromáquicas que le dieron carta de ciudadanía a algo que se consideraba ajeno, excluyente y exclusivo, y otra muy distinta, escudarse en nacionalismos demagogos y en defensas emergentes de la mediocridad, tanto para justificar la negligencia de cada quien como para querer ocultar una realidad que de plano preferimos callar.
No es que “merezcamos” tener una fiesta de toros como la que hay. Ni tampoco que no queramos, por lo menos en el café, en la cantina o en ocasionales textos, un espectáculo taurino medianamente apasionante. Es algo mucho más grave: es que no podemos tener otra fiesta de toros, sino la que tenemos. Para muestra un botón:
Hoy toda la atención de la dinámica taurina del país se centra en la exigencia de una observancia estricta del artículo 47 de la Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos… en el Distrito Federal. ¿Y el resto del país? Sus empresarios, ganaderos, toreros, autoridades, críticos y público, ¿qué saben y pueden hacer?
¿Cuántos estados de la República siguen a la espera de que surja un torero interesante por arte de magia o por generación espontánea? En Aguascalientes, Monterrey, Guadalajara, Tijuana, Ciudad Juárez o León, el público taurino está cansado de la pobre oferta de espectáculo, así sea en ferias anuales o con figurines eventuales.
Ahora, si en el resto de las ciudades los criterios de selección de ganaderías y combinación de diestros siguen fracasando; si el interés de quienes tienen la responsabilidad de conservar y fortalecer una tradición está en otros horizontes económicos y si son mayoría las ciudades con parálisis taurina, entonces se puede concluir que la fiesta de toros está a merced no de “los malos”, sino de nosotros mismos, como endeble comunidad con una afición sustentada en la nostalgia y, por ahora, en que en la capital del país todos los carteles estén integrados por 50 por ciento de diestros mexicanos.
No existen recursos jurídicos que obliguen a un empresario a hacer verdaderamente rentables sus plazas a través de la función taurina. Basta con el hecho de arriesgar su dinero en el montaje de espectáculos a su elección para que el aparato legal lo respalde. La calidad y rentabilidad de aquellos son por cuenta y riesgo de la empresa.
La tarde de ayer partieron plaza en el coso de Insurgentes el tlaxcalteca Uriel Moreno El Zapata, el mexiquense Leopoldo Casasola y el tapatío Guillermo Martínez, para lidiar un bien presentado encierro de Santa María de Xalpa. Se trata de tres toreros mexicanos que saben torear y se arriman.