Con tendidos llenos en la Monumental de Mérida, Garfias ganó un premio de bravura
Triunfó Uriel Moreno El Zapata en la séptima corrida de la Plaza México
Casasola y Martínez penaron ante los débiles novillos de Santa María de Xalpa
Ampliar la imagen Uriel Moreno El Zapata, el triunfador de la séptima corrida de la Plaza México, en su primer intento con la espada a su segundo enemigo Foto: Jesús Villaseca
Todo insinúa que los planes para la demolición de la Plaza México –de los que ya se ha hablado en este espacio a lo largo del año– siguen avanzando con firmeza. De otro modo no se entiende por qué, habiendo transcurrido ya siete de las 12 corridas que ampara el derecho de apartado –para las cuales fueron anunciados los toreros más interesantes del mundo, excepto el mexicano Joselito Adame–, la empresa continúa armando carteles como el de ayer.
No se trata, por lo visto, de que Rafael Herrerías, por medio de su escudero Víctor Curro Leal, se embolse como de costumbre los más de 20 millones de pesos que los tenedores de abonos le pagan obligadamente cada año (porque de lo contrario pierden sus asientos) sin disfrutar a cambio la actuación de los diestros prometidos. No, señor, no señora: se trata de acabar con la afición capitalina, para poder decir que ya no hace falta un embudo de 50 mil espectadores como el de Insurgentes, para así proceder a reconvertirlo en centro comercial con cines y tiendas como los que hay por todas partes.
Con ese no declarado pero evidente propósito, para la séptima función del serial de invierno 2007-2008, los empresarios reunieron a tres jóvenes exponentes de la torería local, que no son lo que se llama “imanes de taquilla”: el tlaxcalteca Uriel Moreno El Zapata, el texcocano Leopoldo Casasola y el tapatío Guillermo Martínez, y les echaron seis novillos del hierro guanajuatense de Santa María de Xalpa, cuyo encaste de sangre ibérica de Parladé, productora de gigantes, le permite criar bichos enormes de apenas tres años, inflados de esteroides, para hacerlos pasar por toros adultos aunque estén, como los de ayer, muy lejos de serlo.
En consecuencia, por la puerta de toriles salieron tres castaños claros, cortos y mínimos de trapío, que dieron al traste con los empeños de los muchachos por su total ausencia de fuerza y bravura. Con el primero de ellos, Esto, de 478, El Zapata arrancó una sonora ovación al clavar un par de calafia en los medios al quiebre y dos más al cuarteo dejándose llegar al burel con gran peligro y emoción. Y punto.
Premiado con el retorno a Mixcoac por su labor de la semana pasada, Casasola no se esforzó ante Ilusión, de 466, que tenía más cuerna, pero logró extraerle vagos destellos en una tanda de franela por la izquierda. En seguida vino Martínez, que no quiso ni oler a Shasto, de 463, al que le pegó unas frías y rápidas verónicas en tablas, se los brindó a los paleros de la Porra Libre y se lo llevó a los medios para aburrirlo con trapazos por ambos lados, entre los cuales consiguió detallitos y palmas postreras.
Lo mejor de la tarde ocurrió tras la espectacular salida de Benamejí, un bonito pelirrojo de 502 con cuernos de plátano, que suscitó un aplauso de bienvenida por su estampa, y que se comió el capote de El Zapata cuando éste lo recibió con una prolongada serie de verónicas despatarradas y profundas, antes de llevarlo al caballo donde apenas le partieron el pelo, y sentirlo en cuatro suaves chicuelinas en los medios, para banderillearlo también, ahora con menos suerte, porque el bicho, de plano el más débil del encierro, se le caía a la hora de la reunión, aunque a punto estuvo de pegarle una cornada al final del tercer viaje.
Por su falta de energía, el animalito llegó a la muleta hecho un dulce y embistió por derecha e izquierda con gran emotividad, en pases redondos y lentos, que fueron coronados con un pinchazo arriba y un estoconazo al volapié, de efecto instántaneo, que le valieron al Zapata la única oreja de la tarde y a la bestia un discutible arrastre lento.
Lo demás, los trasteos de Casasola a Sepia, un negro zaino de 472, y de Martínez al también zaino Desafío, de 470, el más cabezón del sexteto, fueron mucho menos interesantes que la crónica de La Pulga de lo que al mismo tiempo ocurría en la Monumental de Mérida, donde hubo un concurso de seis ganaderías que ganó la de Garfias.
Esta envió un hermoso ejemplar de 550 kilos, que volvió a poner de relieve la catadura de Pedro Gutiérrez El Capeíta, ese muchacho que sigue toreando sin ganas ni afición porque su glorioso papá, El Niño de la Capea, lo obliga a ello.
Pero al margen de esto, la contienda consistió en colocar a cada una de las reses dentro de un círculo de tres metros y dejarlas ahí, con el ruedo vacío, para que solitas se le arrancaran de largo al caballo del picador. ¿Por qué nunca hemos visto nada igual en la México? La respuesta, por desgracia, está en las primeras líneas de esta crónica.