¿La fiesta en paz?
Hombre, bestia y sentir
Ampliar la imagen Israel Torres, durante la penúltima corrida de la Feria Nacional de Zacatecas, donde logró dos orejas Foto: Notimex
Isabel Galván Rocha envía este inspirado correo: “Expresión cultural tan antigua como la fiesta brava implica obviamente un conocimiento de años; le comparto la experiencia única que fue asistir a una corrida por primera vez.
“Fue una tarde de noviembre de 2007, en la Plaza de Toros México, y siendo insumisa como soy, miraba las dos partes: la de jóvenes ambientalistas afuera y dentro del coso, un caudal hacia un triple sentido que atrapa diversas emociones, desde la pasión del torero, la sangre y la fatiga del animal, aunados al corazón de quien por primera vez los presenciaba...
“En la plaza ya me encuentro y la hago mía, porque somos tres quienes nos encaminamos en la misma senda: un hombre, una bestia y un sentir. El sentir soy yo, porque intimo sin hablar, porque me abro, me enciendo, me apasiono, me espero y me extingo al morir por dentro un poco. El torero, vestido de luces, con pensamientos que transitan por su ser y emociones que se descubren como tiernas flores al amanecer, piensa, siente, y en suspiros toca enfrentar su suerte o su muerte.
“Despliega su capote ante la bestia, la alienta y la llama con voz que sólo se escucha entre ellos, el toro atiende y acude, el hombre escruta con sensibles miradas que buscan abrir el oscuro e impenetrable proceder del que asola la purpúrea tela. El sentir calla y lo admira, entra en comunión, estoy ante él, en sentido, y al dar peso a un sentido, siento y me muevo con él y con el toro, porque no estoy aquí, estoy en él.
“Emociones que se entrecruzan con sentimientos de angustia y de pesar, de la fuerza que se rinde ante el orgullo; hay soberbia y se ostenta ante quien se sabe poderoso como el toro y la mente del torero, que es el hombre que argumenta con su astucia y su destreza.
“La montura con un jinete decidido, torpe el caballo con sus ojos cancelados, lleva a cuestas la carga de un peto que protege su cuerpo de astas decididas. El toro embiste, no se arredra de su acto, y el picador con la fuerza de su brazo asesta el duro golpe en el lomo de la bestia; la suerte de varas está hecha. El sentir entra en comunión con la bestia, que es el toro, es enigma, es silencio, no se postra y no es vencido, sigue adelante, más cansado...
“El tercer tercio comienza y estoy en él, soy yo la del sentir, que acosa y persigue sus sensaciones, que al estar en la mente y el cuerpo del torero concibe la astucia con la dureza que dan las experiencias del pasado; capturo e hilvano las emociones que su pasión desborda, transitan hacia mí y me alejo porque las he sentido.
“Con la muleta, en momentos esa comunión hombre-toro y toro-hombre, en sinergia, empuja a más, hay algarabía y oles, se suceden instantes de tensión o un pesado silencio. El sentir, que soy yo, mira al toro, lo observa y se adentra, es misterio, es símbolo que prestó con urgencia un ánimo encendido que se agita y se agota; es suspiro, es la sangre que se escurre lentamente por su lomo; ya no puede más, sólo espera; yo me retiro...”