El PRD, ¿partido único de la izquierda?
Recuerdo que un día (sin que pueda precisarlo con exactitud, pero debe haber sido a fines de 1988 o principios de 1989) estaba yo en una reunión del Frente Democrático Nacional a la que me había invitado mi querida Ifigenia Martínez, cuando Porfirio Muñoz Ledo se me acercó y me pidió que lo acompañara fuera del recinto en el que estábamos. Al salir me dijo que Cuauhtémoc Cárdenas acababa de anunciar a los dirigentes de los partidos del Frente (incluido el mío, el Partido Mexicano Socialista, PMS) que se disponía a formar un nuevo partido. Yo no lo podía creer. “Pero si el Frente es una fórmula ganadora”, y le pregunté: “¿por qué lo hace? ¿Qué va a ganar con eso?” Porfirio me contó que eso mismo le habían dicho todos los dirigentes, con excepción de los del PMS, que estaban eufóricos.
En los siguientes días yo estuve pensando en las dos posibilidades, mantener el Frente o crear otro partido. Recordar lo que habían sido el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y el Partido Popular Socialista (PPS), aparte de lo muy pequeño que seguía siendo el PMS, francamente, me daba grima y me producía un deprimente desconsuelo; pero la campaña electoral de 1988 lo había transformado todo y eso era lo que para mí contaba. Luego llegué a pensar que a la izquierda le habría ido mejor con el FDN que como le fue con el PRD. Conforme pasó el tiempo, me convencí de que Cárdenas se había precipitado y, más todavía, cuando vi cómo empezó a manejar el nuevo partido.
Con relación al nuevo partido la ecuación en la que medité fue: la relación de un líder carismático (que Cárdenas ya lo era) y un montón de gente dispuesta a seguirlo a ojos ciegos. Me pareció siniestra. En alguna ocasión le dije a Cuauhtémoc que no había sido buena idea disolver el Frente y crear el nuevo partido. Casi no me hizo caso, sólo me dijo: “Pero, tú, ¿de qué lado estás?” Jamás le volví a tratar el asunto. En cambio, lo seguí platicando con Porfirio y con Ifigenia. Ésta se fue convenciendo muy rápidamente de que Cuauhtémoc tenía razón. A Porfirio una vez le dije que sus posibilidades estaban con el Frente y no con el nuevo partido. Pero él replicó que tenía un pacto con Cuauhtémoc. Por lo que pasó, o no hubo tal pacto o el hijo del general no lo respetó.
Desde aquella época me quedó claro que las coaliciones son mejores que los partidos solos, aunque éstos sean muy grandes. La política es hacerse de aliados en todos los frentes. Hasta los militares saben que las guerras se ganan junto con otros y no solos. Una coalición, como lo dije en un artículo reciente, es siempre más atractiva para los ciudadanos y la historia del PRD, con un candidato en cuatro ocasiones y líder indiscutible, me lo ha confirmado plenamente. No se qué habría sido del PFCRN, del PARM, del PPS y del PMS; pero, seguramente, la historia habría sido diferente, incluso para Cárdenas, que habría podido estar siempre en la cúspide, sin rebajarse a tratar con intereses parciales, como le sucedió con el PRD.
El asunto lo traté también con mi inolvidable Heberto Castillo y con Arnoldo Martínez Verdugo. Me topé con pared. A ellos les entusiasmaba la idea del gran partido de la izquierda, aunque les replicaba que era mucho mejor la idea de la gran coalición de izquierda y no me cansaba de ponerles el ejemplo, a final de cuentas exitoso, del Frente Unido de Uruguay. De nueva cuenta, creo que una coalición es más apta para unir que un partido grandote. La primera, para empezar puede solventar mejor las diferencias. En el segundo, a veces, la lucha es a muerte. En la primera, es casi imposible que se den las exclusiones. En el segundo, es lo más seguro y a mí me pasó siempre en el PRD.
Fue por todo ello que leí en la prensa, con verdadera consternación, la propuesta del líder perredista en el Senado, Carlos Navarrete, de unificar a los partidos del Frente Amplio Progresista en un nuevo “gran” partido. Cada vez es más difícil saber qué enjuagues se traen los líderes de Nueva Izquierda, porque, la verdad sea dicha, se han vuelto muy duchos en las artes de la intriga y de las transacciones convenencieras. Alejandro Chanona dice que fue por un sentimiento de culpa. El caso es que todo parece indicar que Navarrete quiso poner contra la pared a los partidos del Trabajo y de Convergencia Democrática, como diciéndoles: “Ustedes son chiquillada, no los necesitamos para nada y, sin una unificación de la izquierda, ustedes están condenados a la extinción”. Si no lo pensó, los efectos son los mismos y ellos se dieron cuenta de ello.
Afortunadamente, diría yo, no estamos en las condiciones de 1988. Por entonces, Cuauhtémoc pensó que tenía su reino de los cielos en la tierra y le puso por nombre Partido de la Revolución Democrática, gracias, como en muchas otras cosas, al genio ocurrente de Porfirio Muñoz Ledo. En 1988, los partidos no tuvieron nada que oponerle al gran líder. Institucionalmente no valían nada, frente a lo que Cárdenas les había dado. Ahora, no sólo López Obrador valora mucho más responsablemente el valor de su coalición y la necesidad de mantenerla a toda costa, sino que los mismos partidos pequeños ahora tienen mejores defensas. Los arrebatos machistas de Dante Delgado (“¡Iremos solos la próxima vez!”) tienen un cierto sostén. Y López Obrador lo ha valorado, al parecer, muy bien.
Para mí, racionalmente, sólo hay una razón por la cual López Obrador despotricó contra la reforma electoral recientemente aprobada, a mi parecer, injusta y equivocadamente: él pensó que debía defender su Frente y eso quería decir defender a los pequeños partidos que tan fieles le han sido, lo que hace una diferencia abismal con Cárdenas en 1988. Eso le dio oportunidad, también, de hacer gala de su rijosidad (y, para los que piensen que eso está mal o es de pésimo gusto, quiero recordarles que es lo único que sus enemigos le han dejado y yo, en lo personal, quiero que siga siendo tan rijoso como las circunstancias lo aconsejen; está diciendo lo que la dirigencia del PRD no puede decir).
Lo más notable de la fórmula para hacer política de López Obrador es que es siempre unificadora, a diferencia de Cárdenas en 1988: PRD más Convención Nacional Democrática más Frente Amplio Progresista. Él no quiere meterse con el PRD y hace bien. Debe dejarlo que dirima solo sus intrigas internas. Desea aumentar el apoyo popular a su propuesta democrática y nacionalista de izquierda y hace bien, también, en aumentar cada día la fuerza de la Convención Nacional Democrática, pues ésta está sumando (aunque, en apariencia, sea una base suya personal de apoyo). Y hace bien, asimismo, en sostener el Frente Amplio Progresista, pues los aliados, por pequeños que sean, son una bandera unificadora frente a los ciudadanos.