A la Mitad del Foro
Clientelismo y caos
Alianza energética
La escuela del Banco de México
El Ejecutivo, debilitado
Ampliar la imagen Ahora se habla de la reaparición de Carlos Salinas, del ir y venir de Elba Esther Gordillo y de la regresión al autoritarismo. En imagen de archivo, el ex presidente Foto: Foto: Fabrizio León Diez
Evo Morales y Lula se fotografían sonrientes para anunciar al mundo que el gas boliviano y Petrobras trabajarán unidos. Brasil recién dio a conocer la posesión de reservas enormes de petróleo. Eran la potencia del cono sur y se encuentran con que también les escrituró veneros de petróleo el diablo. La Venezuela bolivariana de Chávez ofrece barriles de crudo a bajos precios en la faceta efectiva del liderazgo regional anhelado y perseguido; incluye a Cuba, pero también a la Nicaragua que volvió a creer en Daniel Ortega. Dos visiones del dominio soberano sobre el energético que mueve al mundo y lo desestabiliza.
Para bien y para mal. Dominio eminente proclamó Evo el boliviano. Pero no dudó en asociarse con Petrobras, la empresa mixta del poderoso vecino. Fuera de excesos retóricos no hay reproche que valga. Brasil necesita gas, Bolivia necesita capital. Lo de Venezuela es desmesura tropical, de la mano con la urgencia de consolidar un espacio libre de la injerencia imperial que avala democracias y desestabiliza naciones sin ton ni son. La América nuestra ya pasó las horas de la democratización con sello de Washington. Pagó la enorme cuota de la disciplina impuesta por conducto del FMI y del Banco Mundial. Tocó fondo y salió a flote en cuanto desechó la coyunda neoliberal que lamen otros. La América Latina crece. Nosotros no.
México siempre leal, decía Karol Wojtyla. Tanto monta, monta tanto Ernesto como Vicente. Ido Fox quedó el duro cuño de Paco Gil y Agustín Carstens sirve a Felipe Calderón con la versión bonachona del mismo ascetismo impuesto a los pobres por su antecesor y a éste por Guillermo Ortiz. La escuela del Banco de México y el pragmatismo triunfal de Pedro Aspe que logró imponer el pactismo y excluir de la política económica al Congreso. Corporativismo, aunque entre nosotros, los patrones, en extraño maridaje con la izquierda, lo reducen al sindicalismo geriátrico que apoyó el plan de Aspe, con Miguel de la Madrid, primero, con Carlos Salinas, después; en espera de que llegara Ernesto Zedillo y diera vía franca a la patronal mussoliniana y falangista para poner a un empleado en Los Pinos y emprender el ataque frontal contra el sindicalismo.
Outsourcing en lugar de una política social de Estado. Para llevar a los más pobres de los 50 millones de pobres que sobreviven apenas, la filantrópica ayuda que los mantenga en el marasmo de la miseria que se reproduce a sí misma. Vino el vuelco y tuvimos democracia sin adjetivos, ni siquiera soñada, ya no digamos representativa. O popular, adjetivo que carga el peso de la caída del socialismo realmente existente, la muerte de las ideologías, de las utopías y, finalmente el fin de la historia. Aunque Fukuyama precisara la premisa hegeliana de sus tesis y luego se incorporara al sombrío grupo neoconservador que ofreció a George W. Bush sus diplomas de intelectuales bien cotizados y mejor pagados, para justificar la injerencia del imperio, la intervención en países ocupados a nombre de la guerra sin fin contra el terrorismo.
Fukuyama se arrepintió y escribió textos que debieran leer no pocos de nuestros intelectuales que, toda proporción guardada, formularon el manifiesto de la libertad de expresión como moderno apéndice del libre mercado y el flujo de capitales y mercancías, en notable concierto con los de la patronal, las cúpulas empresariales y, desde luego, con los grandes concesionarios de la televisión y la radio, bienes públicos regulados aquí y en todas partes por los gobiernos y funcionarios electos para representar a los ciudadanos. No diré que a todos, porque esa simpleza queda para los triunviratos que proliferan y proclaman las virtudes de la democracia, menos la fundamental: el mando de la mayoría. Quieren consenso. Ya olvidaron la confusión de los sumisos al autoritarismo presidencial: unidad no significa unanimidad.
Un juez negó el amparo pedido por los intelectuales del manifiesto del mercado. Pero las vanidades de la legitimidad esgrimida para intervenir en los asuntos internos de otros países; la injerencia en nombre de la democracia electoral y en defensa ostentosa de los derechos humanos violentados por otros gobiernos, eso no se resuelve con que un juez de distrito o algún buen samaritano fije los límites de la legitimidad invocada, o dictamine que intervenir, que la injerencia a nombre de la democracia, era y es riesgo de desestabilizar al vecino y de incendiar la casa propia con el fuego del caos intestino: Bombas, atentados, magnicidios y, a fin de cuentas, una breve aparición de George W. Bush para lamentar la muerte de Benazir Bhutto, víctima de los enemigos de la democracia; y sueltos los perros de la guerra, arde Pakistán, cliente imperial poseedor de armas nucleares, y arde la región. El resto es silencio.
Las economías de la América nuestra crecen. Nuestro producto interno bruto, no. Aquí hemos logrado trasladar las decisiones de la agenda política al Congreso. La división de poderes que ya establecía la norma constitucional nos sorprendió dando vueltas a la noria: urgía acotar el poder presidencial, decían. Urge fortalecer al Poder Ejecutivo debilitado, inerme, incapaz de alcanzar los acuerdos parlamentarios que son materia obligada y cotidiana en todo gobierno republicano, dijeron después. Se fueron Fox y la cauda de incompetentes empeñados en gesticular bajo los reflectores de la televisión omnímoda que dio y quitó mientras lo quisieron los que tenían a su cargo regularla y optaban con regalarle su humillación en el ágora electrónica, someterse a juicio y aceptar con falsa humildad y fingida tristeza sus condenas. De pronto se hizo el milagro de los acuerdos. Y nuestra clase dirigente, lejos de celebrarlos, los atribuyó a conjuras de futurismo en el mundo del revés.
Ah, Manlio Fabio Beltrones negocia ser declarado el sucesor ahora que se acabaron las designaciones unipersonales, incontestables, aceptadas y festejadas con la cargada; estampida de los búfalos, decía José Alvarado; momento estelar de la democracia encarnada, decía el Meme Garza González. Ah, Enrique Peña Nieto capitaliza las promesas de campaña cumplidas y conjuga el verbo madrugar. Beatriz Paredes camina por los rincones y no hay ostentosos actos de proselitismo partidista, luego ha cedido la tlaxcalteca la conducción a los 18 gobernadores del PRI que se encontraron dueños de espacios de poder y de dinero para hacer política. A lo mejor, si bajo Beatriz Paredes siguen cosechando victorias electorales, los gobernadores podrían recuperar algo de la facultad mayor que tuvieran antaño: hacer política y hacer políticos.
A lo mejor. Pero aunque se prolongue el sordo combate de Andrés Manuel López Obrador contra “el usurpador”; aunque Felipe Calderón mantenga al Ejército en pie de guerra y logre acuerdos parlamentarios con las fracciones de los partidos que reconocen el liderazgo del “presidente legítimo”; las cuentas no les salen. Dos millones de votos dicen que ha perdido el PRD; 900 mil el PAN.
Ah, con razón hablan tanto del retorno de los brujos; de la reaparición de Carlos Salinas; del ir y venir de Elba Ester Gordillo; de la regresión al autoritarismo; de las victorias de esos “retoños del priísmo” que según Germán Martínez quieren volver al poder.
Ponen el coco y luego se asustan de él.