¿Llamadas finales?
Las llamadas de las primeras planas no dejan respiro: “Pega la turbulencia financiera al crecimiento económico mundial” (El Economista, 30/ 01/08); “Ya nos pegó la desaceleración económica de Estados Unidos” (Ibid., 31/01/08); “Se rompió el blindaje: menos empleos este año” (El Universal, 31/01/08); “Reculó el gobierno: sí hay frenón económico” (La Jornada, 31/ 01/08). Antes, en Davos, asistimos abochornados a la pamba nevada que le asestaron tirios y troyanos, mexicanos parisinos, alemanes, americanos y chinos, a las presunciones oficiales sobre la imbatible fortaleza de nuestra economía. El recule que anuncia La Jornada no es primicia, sino confirmación de otro despropósito anunciado: el valor y el gusto por la adversidad pueden o no tener lugar en la política, pero lo primero que hay que hacer para que estas virtudes juveniles tengan eficacia es reconocer claramente y sin temor lo que marcan las tendencias y remarcan los hechos: estamos en un bache de la economía mundial que puede volverse hoyo negro, tal vez el primero con carácter global y del que no hay escape, sólo desafíos inéditos y en nuestro caso la acumulación de reclamos y agravios insatisfechos o no atendidos por quienes han pretendido gobernar en los últimos años.
Puede mantenerse la idea del gran economista Minski de que lo ocurrido en los años 30 del siglo pasado no tiene por qué suceder de nuevo. El mundo, en especial los países poderosos, tienen recursos intelectuales e institucionales para prever y salir al paso de tendencias centrífugas y corrosivas del sistema mundial, como lo hicieron Clinton y su escudero Rubin, cuando lidiaron con el efecto tequila, las crisis asiáticas de fin de siglo y el desplome económico post soviético, siempre, no se olvide, con cargo a los rescatados.
Pero a la vez, las advertencias de Minski y otros colegas sobre la necesidad de regular unos mercados financieros desatados no fueron escuchadas y se impuso el frenesí del libre movimiento de capitales, la especulación desenfrenada, el contagio de la “alta finanza” por la fiebre de la ganancia rápida que marcó la celebración y el fin del auge estadunidense propiciado por los demócratas y echado por la borda por Bush y su junta. Nada nuevo, si se atiende a la vera historia del capitalismo, pero desconcertante para un mundo empeñado en vivir el presente continuo que le prometen la utopía globalista y el neoliberalismo, enfriados en Davos pero vivos y coleando en los Vaticanos del sistema financiero internacional.
Las marchas de este jueves recogen ese desconcierto y, sobre todo, aquella desatención que agravia y enfurece, impone el encono como forma de pensar y lleva a imaginar batallas finales que no conducen a ninguna parte. Las salidas de banqueta de los responsables de la conducción económica, junto con los desplantes sin contexto ni perspectiva del presidente Calderón y sus compañeros de grupo, no abren paso entre la bruma y de seguir por ahí sólo contribuirán a que el ambiente se vuelva más espeso y el reclamo más airado y mal averiguado. No es de mascaradas o faramallas de lecheros o maiceros de lo que debe hablarse hoy, sino de multitudes que se agregan en la primera ocasión para pedir alivio, solicitar apoyo, atestiguar con cuerpo y voz que por donde hemos ido no se puede seguir porque las buenas intenciones de demócratas y liberales vueltos a nacer sólo empiedran el camino del infierno.
Grupos poderosos de la clase dominante mexicana impusieron un resultado electoral y, con ello, perdieron la oportunidad de explorar y experimentar nuevas formas de gobierno, más congruentes con la evolución social y mental del pueblo mexicano. Prohibieron la existencia de éste y se inventaron una ciudadanía al modo, hasta bloquear el desarrollo de un espíritu republicano popular sin el cual dicha ciudadanía es sólo superchería oligárquica. Para afirmar su poder no dudaron en serruchar su propio piso, y ahora es la sociedad toda, incluida su ciudadanía portátil, la que tiene que afrontar el vuelco del mundo desprovista de amarres para la unidad que es necesaria para cruzar el oleaje de la crisis y tan sólo respirar.
La discusión del momento no responde a reflexión alguna y las fuerzas políticas, en primer lugar la que pretende gobernarnos, optan por el autoengaño y la riña doméstica, la bravata o el oportunismo corriente, mientras la empresa no sabe ni qué hacer o decir y parece más bien prepararse para hacer mutis. La embestida contra los sindicatos, en primer término los mineros, no sólo revela miopía y torpeza ilegal, sino incapacidad mental, insensibilidad, de un gobierno en apuros que para salir de ellos busca a diario más litigios.
Los ingenieros, entre ellos Carlos Slim, reivindican su papel histórico y exigen más inversión básica, nuevas instituciones que desaten los nudos absurdos que han maniatado la acumulación y los negocios, pero la respuesta oficial con sus corifeos en los medios y las cúpulas reitera su sordera: a la recesión, la reforma energética, que para ellos no significa otra cosa que la “apertura” de Pemex al negocio privado y concentrado. Al reclamo social, dicharachos groseros de agricultores prósperos que confunden su ganancia privada con el interés general o el bien común que su doctrina postula como faro de la política. A la emergencia económica, reiteraciones pueriles de fe en “los mercados” y disciplina ortodoxa, cuando aquí arriba, en la avenida Pennsylvania, se hace cera y pabilo de los mandamientos de Friedman o Hayek.
Si la cosa se pone en verdad grave, no podremos recurrir más a las baratijas del autoengaño. Tampoco a la enjundia maniquea de buenos y malos, traidores y patriotas. Una política para la crisis supone sacrificios y posposiciones, pero no en las espaldas de los desempleados y de los que no tendrán siquiera la oportunidad de haber tenido un primer empleo. En realidad, deberían ser ellos y el alivio de su situación el objeto central de una política que pusiera a prueba nuestra disposición de acordar y ceder, que en este caso podría ser sinónimo de no ser suicidas.
Ahora sí, oficialmente felicitaciones, Felipe Cazals