Usted está aquí: domingo 3 de febrero de 2008 Sociedad y Justicia Mar de Historias

Mar de Historias

Cristina Pacheco

Después de la Candelaria

Ayer encontré la camita desierta. Muy alarmada, le avisé a mi familia. Enseguida emprendimos la búsqueda. El niño tenía que aparecer antes de que Justina nos llamara desde San Antonio, como siempre lo hace para la Candelaria, y nos pidiera informes acerca de él. Lo adora y nos parecía horrible que cuando mi hermana estaba a punto de cumplir su máxima aspiración –tenerlo otra vez a su lado– el niño hubiera desaparecido.

Después de buscarlo hasta en la azotea descubrimos su cabecita al fondo del patio. La decapitación no había afectado la sonrisa candorosa y a la sombra de las pestañas los ojos abiertos miraban hacia el infinito.

Hallar el resto del cuerpo nos tomó la mañana entera. El torso, los brazos y las piernas quebrados estaban irreconocibles. Para reconstruirlos invertimos horas y aplicamos la paciencia de un relojero.

Con toda clase de precauciones logramos acostar al niño en su camita. Lo mirábamos asombrados, incrédulos de que algo tan cruel hubiera podido sucederle en nuestra casa. Ignorábamos si por ese simple hecho nos convertíamos en cómplices de un acto brutal.

La única persona con autoridad para resolver nuestras dudas era el padre Julián. Llevarle hasta la parroquia el cuerpecito descuartizado era imposible; llamar al sacerdote a nuestra casa, también. Su visita iba a despertar sospechas entre los vecinos. De seguro pensarían que alguien de la familia estaba a punto de morir y se le iban a dar los santos óleos.

Aparte de esos dilemas quedaba otro por resolver: ¿quién habría tenido motivos para ensañarse de esa manera con nuestro niño? Impensable que fuera alguno de los vecinos. Todos lo quieren mucho, al grado de que, pese a la mala situación económica, siguen viniendo a traerle ropita nueva y adornos.

Desde que está con nosotros, en la familia adoramos al niño y tenemos mucho qué agradecerle: salud, reconciliaciones, la recuperación de objetos perdidos y sobre todo el milagro de que Danubio, el hijo de mi hermana Justina, haya aceptado que si su madre no se lo llevó a San Antonio fue para evitarle riesgos, persecuciones, incomodidades y miserias; que en cuanto logre conseguir un empleo fijo y una casa mandará lo necesario para que se reúna con ella.

II

En 2003 Danny cumplió cuatro años y Justina lo inscribió en la escuela. Lograr que la tomara como algo emocionante y agradable fue bastante difícil. Cada mañana que su madre lo dejaba en el kínder, mi sobrinito se deshacía en llanto sólo de pensar que iba a separarse de su madre durante unas horas. En 2004, cuando Justina se fue a Estados Unidos, el niño reaccionó con desesperación.

El lunes en que la acompañamos a la Central Camionera del Norte fue muy triste. Danny se aferraba a su madre suplicándole que no lo dejara solo; mi pobre hermana le pedía que no se pusiera así porque nosotros y el Niño de las Palomas íbamos a acompañarlo y a protegerlo mientras volvían a vivir juntos, quizás en menos de un año. Justina estaba segura de que su capacidad de trabajo y la ayuda que prometieron brindarle sus padrinos, empleados en una panificadora, pronto le permitirían regularizar su situación y reunir el dinero para los boletos de Danubio y una acompañante que iba a ser yo.

En el viaje de la central a la casa, por más lucha que hicimos para tranquilizarlo, Danubio no dejó de llorar ni pronunció una sola palabra. Su reacción era natural, sobre todo porque no tiene papá. Confiábamos en que al poco tiempo cambiaría de actitud pero no fue así. Danny, como le decimos de cariño, se aisló en el mutismo.

Nos enteramos de que no hablaba ni siquiera en la escuela el día en que la maestra me citó y además me dijo que el niño no mostraba interés en las clases ni en jugar con sus compañeritos. Me comprometí a que la familia haría todo para que Danny modificara su conducta.

Esa misma tarde llevé a mi sobrino ante el altar y le hice prometerme que procuraría alegrarse porque de otro modo el Niño de las Palomas iba a ponerse muy triste, cosa que le causaría otro dolor a Justina. Aproveché para explicarle que su madre también nos extrañaba a cada momento, sobre todo a él y a su niño, y no era justo cargarla con otros motivos de preocupación.

Danny cambió un poquito: en la casa nos platicaba de la escuela, en donde al fin empezó a mostrar interés por las clases y a convivir con los demás niños. A cambio de esa mejoría se le hizo obsesión preguntarnos cuánto faltaba para que Justina lo llamara. Imposible darle una fecha precisa porque, a pesar de todos sus esfuerzos, mi hermana no conseguía más que trabajos ocasionales relativamente bien pagados pero no tanto como para llevarse a su hijo.

En las conversaciones telefónicas de cada tres o cuatro semanas, se notaba desesperada pero aún así nos decía que pronto iba a tener el dinero para los pasajes. Las dificultades y los frentazos disminuyeron sus aspiraciones: terminó conformándose con tener algo con qué gratificar a quien le llevara hasta San Antonio a su Niño de las Palomas. Eso podía ocurrir en cualquier momento. Muchos de nuestros amigos, pese a los riesgos y las amenazas, siguen emigrando a Estados Unidos.

III

A principios de enero mi sobrina Keira vino a decirnos que, como aquí era imposible conseguir empleo, se iría a San Antonio con otras dos muchachas, también despedidas de la fábrica de juguetes. Danny, que ya tiene nueve años, se imaginó que podían llevárselo, cosa que le ahorraba a su madre mi boleto.

Nos preocupó mucho que Danny se hiciera tantas ilusiones, pero más nos inquietó su reacción cuando Justina lo desanimó explicándole por teléfono lo que antes me había dicho: acababan de contratarla en un restorancito donde iban a pagarle mucho menos que en su trabajo anterior: sólo tres dólares por hora. Con eso apenas le alcanzaría para malcomer, pagar la renta del cuarto compartido con tres oaxaqueñas y comprarle a Keira un regalito a cambio de que le llevara al Niño de las Palomas.

Danny no se dio por vencido. Lo oímos prometerle a Justina que no iba a causarle molestias ni gastos porque él también iba a trabajar, como ha visto en la tele que lo hacen muchos niños mexicanos y de otras nacionalidades. Por los gritos y el llanto adivinamos la respuesta de Justina.

Entonces todos nos dedicamos a consolar a Danny y a decirle que a su edad ya debería comprender que hay situaciones difíciles, problemas insalvables aun para una madre que adora a su hijo tanto como Justina a él. No fue nada fácil lograr que se tranquilizara y por primera vez se refirió a la falta de un padre. Le dijimos que nos tenía a nosotros, su familia, y que en cuanto pudiéramos íbamos a ahorrar dinero para su viaje y el mío. ¿Cómo iba a creerlo? Ve que todo el tiempo andamos a salto de mata, rascándole aquí y allá para conseguir miserias que no nos sacan de pobres.

IV

Keira aceptó nuestra sugerencia de que viajara después de la Candelaria. Nunca hemos interrumpido la levantada del Niño de las Palomas y no íbamos a hacerlo ahora, cuando la imagen de bulto estaba a punto de partir a San Antonio y quizá tardaríamos mucho en volver a hospedarla en nuestra casa.

Todos estábamos conscientes de eso y quisimos hacerle al Niño de las Palomas una fiesta inolvidable. Mi tía Consuelo se encargó de invitar a los vecinos. Le pedí a Danny que me acompañara a las calles de Talavera, donde venden unos trajes muy bonitos para los niños Dios.

Desde el jueves estuvimos limpiando las hojas y batiendo la masa para los tamales. El sábado temprano fui a cambiarle de ropa al niño. Me estremezco nada más de recordar lo que sentí al ver su camita vacía. Allí comenzó la búsqueda y horas más tarde la reconstrucción. Pegamos las partes pero la figurita no quedó bien. Era imposible mandárselo a mi hermana en esas condiciones. Aleccionamos a Keira para que le dijera que no se había atrevido a meter el niño en su maleta por temor a que algo malo pudiera sucederle. La pobre de Keira aceptó de muy mala gana y asustada por lo que de seguro le diría Justina.

Imposible desinvitar a los vecinos. Cubrimos al Niño de las Palomas con una cobijita para que no se dieran cuenta del estado en que se encontraba. Lo único visible era su rostro: precioso, con aquellos ojos que miran siempre al cielo, seguía inspirando paz y amor.

La tamaliza estuvo muy animada y acabó en un bailecito. Danubio se la pasó jugando con los otros niños. A todos nos dio mucho gusto que no lo hubiera afectado tanto la imposibilidad de reunirse con Justina.

Los invitados se fueron muy tarde. Mi sobrino no quiso irse temprano a su cama y se quedó dormido en un sillón: parecía un angelito. Tuve que llevarlo en brazos a su cuarto. Al acostarlo descubrí un martillo bajo las sábanas.

 
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