Usted está aquí: domingo 3 de febrero de 2008 Espectáculos El asombroso viaje de The Who

Leonardo García Tsao
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El asombroso viaje de The Who

No es raro que los mejores productos en video salgan al mercado sin la menor fanfarria publicitaria. Eso ha sucedido con el devedé doble de Amazing Journey: la historia de The Who, que ha sido editado en México por la compañía Universal como un secreto bien guardado.

Estrenado en el pasado festival de Toronto, el documental dirigido por Murray Lerner y Paul Crowder es una puntual crónica de la historia del grupo que, junto con los Beatles, los Stones y los Kinks, encabezó la llamada invasión inglesa de los 60. A diferencia de Los chavos están bien (Jeff Stein, 1979), un documental para fans del grupo y no apto para paganos, Amazing Journey sigue un orden cronológico, con capítulos nombrados según títulos de su cancionero: desde la infancia de los cuatro miembros originales al estado actual, cuando Pete Townshend y Roger Daltrey han decidido seguir portando el estandarte Who, a pesar del fallecimiento prematuro de Keith Moon y John Entwistle.

Con el auxilio de pietaje poco visto, los realizadores han recurrido al testimonio directo de Daltrey, Townshend y sus colaboradores cercanos (managers, productores, guaruras) para narrar los diferentes triunfos, crisis y cambios de The Who desde mediados de los 60. Es, claro, una historia representativa de la evolución de un tipo de rock –realmente digno del adjetivo progresivo– que formó parte esencial de la exuberancia cultural de los años 60. Pero es también una sensible historia de amor fraternal en la que los músicos se dan cuenta de que la interacción de The Who fue como la de “un matrimonio entre cuatro tipos que no podrían haber sido más diferentes entre sí”.

El gran logro de Lerner y Crowder es haber conseguido las declaraciones más sinceras que se le conocen a Townshend quien, con frecuencia –y esto fue muy palpable en Los chavos están bien– se pone la careta del cinismo. El músico y compositor describe, con su característica inmodestia, que los Who vivieron la tensión habida entre tres genios musicales y un cantante que sólo era eso; sin embargo, reconoce que, una vez que asumió el papel de Tommy –el protagonista de la rock-ópera homónima–, Daltrey se volvió un intérprete que le conferiría una voz personal y propia a las composiciones de Townshend. Asimismo, en un raro registro emotivo, llega a admitir que ha extrañado a Moon y Entwistle.

Otro acierto fue no entrevistar a rockeros contemporáneos a The Who, sino a exponentes de generaciones posteriores –The Edge, Sting, Eddie Vedder–, quienes hablan con admiración del legado del grupo. Hasta un patán como Noel Gallagher, de Oasis, expresa con elocuencia lo significativo de esa influencia en su carrera.

El devedé adicional no contiene paja, como suele suceder, sino redondea con acierto el contenido de la película. Titulado Six Quick Ones (Seis rapidines), se trata de un enfoque adicional sobre cada miembro original de The Who, centrándose en el aspecto musical. Según se sabe, Townshend, Entwistle y Moon reinventaron el concepto del desempeño en el rock del requinto, el bajo y la batería, respectivamente, y aquí se exploran sus posibles influencias, así como su sonido, tan singular como inimitable. Por ejemplo, que los acordes del guitarrista responden a su gusto inicial por el flamenco y el jazz, o que el florido manejo del bajo del virtuoso apodado Thunderfingers sea una consecuencia de su aprendizaje inicial del corno inglés.

Ese retrato es complementado por una mirada a la influencia de la escuela de arte en el rock inglés, el único material sobreviviente de un pretendido documental en que una versión imberbe de The Who toca en el sótano de un hotel ante una multitud de mods y un breve documental (debido al veterano D.A. Pennebaker y otros colegas) sobre la grabación de la canción Real good looking boy, con la cual el grupo –o lo que quedaba de él– volvió a los estudios tras décadas de ausencia, apoyados por músicos conocidos, como Greg Lake y Zak Starkey (hijo de Ringo).

Quienes en México nos decepcionamos por el cancelado concierto de The Who el año pasado, el devedé sirve para paliar esa frustración. No es un sustituto, pero sí una disfrutable compensación.

 
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