Ofensiva del Tet: cuarenta años después
Hace cuarenta años, el 31 de enero de 1968, el mundo fue testigo de la ofensiva más importante de la guerra de Vietnam. Aprovechando los festejos del año nuevo lunar vietnamita, Tet Nguyen Dan, 70 mil soldados del Frente de Liberación Nacional (Vietcong) atacaron simultáneamente más de cien ciudades en Vietnam del Sur, incluyendo todas las capitales provinciales y distritales. Docenas de bases e instalaciones militares también fueron embestidas. En las provincias norteñas cerca de la mal llamada Zona Desmilitarizada tropas de Vietnam del Norte participaron en la ofensiva.
En Saigón los combatientes del FLN atacaron varios puntos de la ciudad y los combates se generalizaron en algunas de las avenidas principales. Diecinueve comandos se introdujeron en el búnker de la embajada de Estados Unidos, detonando explosivos y matando a varios militares de ese país. Retomar el control de los terrenos de la embajada tomó seis horas, lo que permitió transmitir a las agencias noticiosas del mundo las imágenes de este acto de audacia y desafío.
La ofensiva del Tet marcó el derrotero de las operaciones militares en 1968 y la intensidad de los combates no amainó sino hasta el otoño de ese año. En la antigua capital imperial de Hue, la lucha de casa en casa duró un mes. Para reducir su número de bajas, los estadounidenses recurrieron a un masivo bombardeo aéreo que arrasó con la ciudad. Ahí un comandante estadunidense acuñó una frase célebre: tuvimos que destruir la ciudad para salvarla. La verdad es que las atrocidades cometidas por ambos lados contra la población civil marcaron uno de los episodios más terribles de la guerra.
La campaña del Tet cambió el escenario político-militar, llevando a un medio urbano lo que hasta entonces había sido primordialmente una guerrilla rural. Pero la ofensiva fue un gran fracaso militar para el FLN y las fuerzas de Hanoi. La contraofensiva de las tropas de Estados Unidos y del ejército de Vietnam del Sur fue devastadora: en ella murieron alrededor de 45 mil combatientes (entre los más aguerridos) del FLN. Además, el objetivo de detonar un levantamiento generalizado en las ciudades de Vietnam del Sur no se alcanzó. Militarmente hablando, la aventura del FLN fue un estrepitoso fracaso.
Sin embargo, la amplitud de los combates reventó la idea manejada en Washington de que la guerra iba por buen camino. En noviembre 1967 el general Westmoreland había regresado de un viaje a Vietnam diciendo que ya se veía la luz del otro lado del túnel. Los medios estadunidenses difundían la noticia y el movimiento de oposición a la guerra buscaba la brújula para no desfallecer.
La ofensiva del Tet cambió todo eso de manera radical. En el terreno político las operaciones del Tet lograron un efecto que nadie esperaba en Hanoi. Tal parece que todo ese episodio sirvió para comprobar la frase de Clemenceau: una guerra es una serie de catástrofes que conduce a la victoria. En esencia, la ofensiva del Tet quebró la voluntad de Estados Unidos para pelear en Vietnam. A pesar de que el medio millón de soldados estadunidenses continuaba representando una fuerza aparentemente inamovible, los duros combates que siguieron ese año dejaron un mensaje claro y decisivo en el ánimo de todos, desde Saigón hasta Washington: la retirada de las tropas estadunidenses era cuestión de tiempo.
La lección de esta historia no es simplemente que una derrota en el plano militar puede convertirse en una victoria política. Después de todo, si ese es el mensaje entonces el cuento que el establishment militar estadunidense se ha repetido a sí mismo durante cuarenta años es correcto: ganamos en lo militar, pero la incompetencia de nuestros políticos nos llevó a perder la guerra. En el Pentágono reverbera tenazmente esa versión edulcorada de la guerra: lo que nuestros soldados ganaron en el campo de batalla, nuestros políticos lo cedieron en las negociaciones.
Hoy el delirio imperial sigue impidiendo a Washington descifrar el mensaje. El mejor ejemplo está en la declaración hace unos días del principal precandidato republicano a la Casa Blanca, John McCain: en Vietnam nunca perdimos una batalla. El corolario es que el poderío militar estadunidense siempre podrá someter a un pueblo que lucha por recuperar su país, siempre y cuando los políticos no contaminen el camino a la victoria. Esa visión no sólo conduce a enaltecer la violencia y el militarismo, sino a un diagnóstico equivocado de lo que hoy está sucediendo en Irak.
Pero algo indiscutible es que la marca histórica de la ofensiva del Tet ha sido un mal viaje para los políticos y las fuerzas armadas estadunidenses. Con razón pasó inadvertido el aniversario. Mejor ni acordarse.
La idea de que Estados Unidos está ganando la guerra en Mesopotamia es la continuación de la pesadilla de Vietnam. Y lleva a recordar la respuesta de Stephen Dedalus al señor Deasy en el Ulises: “La historia es una pesadilla de la que estoy tratando de despertar”. Tal parece que en Washington no quieren despabilarse.