Por Fernando M. González *
La Iglesia Católica no deja de ofrecer
cotidianamente ejemplos de las contradicciones
entre algunos de los puntos
doctrinales que proclama y las conductas
de algunos de sus miembros, tanto en los
terrenos económico y político, como en el
sexual. Más aún, en su propia doctrina se
pueden detectar elementos que desafían la
inteligencia e invitan a suspender cualquier
pensamiento crítico.
Uno de estos casos tiene que ver con la
versión más extendida de la Sagrada Familia
—el antecedente ideológico de lo que en
términos modernos conocemos como “familia
nuclear burguesa”.
En el relato de la concepción del dios-hombre
de los cristianos se encuentran resumidos
una serie de elementos dignos de consideración
y —por extraño que parezca— con efectos
actuales en las políticas de salud pública,
así como en los valores de los creyentes católicos
de algunas partes del mundo occidental,
incluyendo a México.
En las narraciones evangélicas de Mateo y
Lucas —que no coinciden punto por punto—
se puede encontrar una secuencia que va
de la anunciación del ángel Gabriel a María
de su futuro embarazo sin contacto carnal
—provocado por el Espíritu Santo—, hasta el
nacimiento de Jesús.
Ante la perplejidad de María, quien no
entiende cómo será posible su preñez —dice
“no conozco varón” (San Lucas, I. 34)—, el
ángel anunciante le responde:
[…] el Espíritu Santo vendrá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso, el que ha de nacer será
santo […] Dijo María: “he aquí la esclava del
Señor”. (San Lucas, I. 35 y 38).
El relato de San Mateo complementa algunos
efectos del asentimiento de María como
“la esclava del Señor”, introduciendo a un tercer
personaje: José, el prometido de María.
“María había sido desposada por José y,
antes de que empezaran a estar juntos,
se encontró encinta por obra del Espíritu
Santo. Su esposo José —como era justo,
no quería ponerla en evidencia— resolvió
repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado
cuando el Ángel del Señor se le apareció
en sueños, y le dijo: “José, no temas tomar
contigo a María, tu esposa, porque lo concebido
por ella viene del Espíritu Santo”
(San Mateo, I. 18 a 20).
La Familia esteril
El modelo de familia que ofrece la Iglesia
Católica es paradójico si analizamos criticamente
el relato: María tiene relaciones
sexuales prematrimoniales con otro varón
diferente a su prometido; personaje al que se
subordina sin ninguna resistencia, al grado
de declararse su “esclava”. Con ello, María
ofrece generosamente su matriz al huésped
que no se propuso engendrar (situación que
puede sonar muy moderna si se piensa en
algunas técnicas de reproducción asistida).
Asimismo, el desconocimiento de María del
momento de su fecundación promueve una
espiritualización de las relaciones sexuales
y un rechazo a cualquier placer asociado
al coito.
En el caso de José, la Iglesia promueve a un
marido que perdona la infidelidad de su mujer
para librarla de la acusación de adulterio, bajo
la influencia del mismo ángel que ha anunciado
su preñez a María. Como culminación, el
hijo así engendrado no tiene ningún interés
en reproducirse.
La Sagrada Familia, en resumen, consta
de cuatro miembros, uno de los cuales —el
Invisible— se hace presente por intermedio
de su ángel anunciador y de su capacidad para
preñar a la mujer elegida, María, virgen, esposa,
adúltera y madre de un hijo célibe y casto con
el que termina el linaje familiar —salvo en el
caso de que José y María, una vez cumplida
su función de peones del plan celestial, se
atrevieran a engendrar sin interpósito tercero
a sus propios hijos.
El mito se transforma en un modelo poco
operativo en la realidad. Los futuros esposos
cristianos que no pudieran, por el elemental
deseo de reproducirse, seguir el camino tan
complicado quedarían imposibilitados para
cumplir al pie de la letra el canon. En esa
incapacidad fáctica se condensan temas tan
actuales como el adulterio, el divorcio, las relaciones
prematrimoniales e, incluso, el aborto
(supóngase, por ejemplo, que la supuesta
intervención del Espíritu Santo fuera más bien
una violación, eufemizada por el relato evangélico).
El hecho de que María y José se hayan
plegado a tener a un hijo no planeado, introduce
un problema teológico más, a saber:
la Inmaculada Concepción de María. Dogma
que servirá para justificar que al feto divino no
le hayan transmitido el “pecado original”, esa
“funesta denigración de la sexualidad”, como
sostiene el teólogo Hans Küng.
Bastaría remitirse al texto paulino —el más
próximo a la vida de Jesús—, el cual afirma
que Jesús “nació del linaje de David, según
la carne” (Romanos I, 3) para que otra concepción
se abra camino, minoritaria hasta la
fecha. “¿Qué mérito —se pregunta Jacques
Duquesne— habría tenido la joven mujer de
Nazareth al aceptar tener al infante de Dios, si
ella ya había sido elegida?
A María se le anuncia lo que se decidió sin
su autorización y se alaba su sometimiento. Es
nítido cómo en este tipo de relato evangélico
se convierte en virtud la pasividad femenina
ante la intervención externa, así como el sometimiento
de la pareja frente a los dictados del
poder celestial.
Modelo inoperante
¿Por qué la Iglesia Católica se empeña en exaltar
a rajatabla el modelo de familia nuclear burguesa?
Sería comprensible si su configuración
conjurara los problemas más complicados derivados
de las relaciones de pareja y el engendramiento
de infantes. El Papa Benedicto XVI
acaba de reforzar este modelo —el 1º de enero
de 2008— al describirlo como la “principal
agencia de paz”. Sorprende tanta ingenuidad
de mensaje en una institución que puede ser
también una máquina de guerra y dolor.
La familia única decretada como “modelo
de paz” tiene el inconveniente de devaluar
cualquier otra posibilidad de arreglo de convivencia.
Incluso aquellas relaciones familiares
alternativas que son el producto de los conflictos
que se engendran en el seno de la única
autorizada son consideradas atentatorias del
lazo social.
Se trata de un modelo despiadado que
no está preparado para soportar que algo
no marche por sus cauces. Que sólo acepta
la heterosexualidad y, por consecuencia, no
encuentra donde colocar a los homosexuales,
a quienes sólo pueden ofrecerles abstinencia:
“Los aceptamos, e incluso oramos por ustedes,
pero por favor no actúen su sexualidad. Y, de
preferencia, manténgase fuera de la vista”. Se
les exige castidad y celibato —al igual que la
vida decretada para los consagrados, sacerdotes
y monjas, “que deben seguir el ejemplo de
Jesús”— pero sin ningún privilegio a cambio.
Los dos modelos articulados —el de los
célibes y castos y el de la familia nuclear, con
la tela de fondo de la Sagrada Familia— promueven
un tipo de violencia y de hipocresía
que sólo acepta el compromiso para siempre
sin considerar el precio ni la violencia que se
genera en los que ya no se aman o pierden el
sentido de su vocación sacerdotal.
A todo esto se le añade una biopolítica eclesiástica
que, sostenida en su modelo de familia,
se despliega sobre varios campos. Uno de los
más graves es el que postula la vida a cualquier
precio —como un deber y no como derecho—,
con lo que elimina cualquier posibilidad
de quitarse la vida en condiciones insostenibles
(eutanasia) o de aceptar la despenalización del
aborto; el extremo más absurdo se presenta en
las condenas al condón y a su uso para evitar
infecciones de transmisión sexual.
Homenaje a la muerte que con tal de controlar
el placer sexual fuera del matrimonio
atenta contra la salud de la población, y que
contradice —de manera flagrante— su postulado
de la vida a cualquier precio y desde el
primer instante de la concepción. Otro caso
muy explícito de homenaje a la muerte —esta
vez psíquica—, es la resistencia de la jerarquía
eclesiástica a enfrentar con elemental honestidad
los casos de sus sacerdotes y monjas
pederastas.
No está de más analizar como parte de
la biopolítica eclesial a la iniciativa de Ley de
Familia lanzada por la bancada del Partido
Acción Nacional en el Congreso de Nuevo
León el 22 de diciembre de 2007. Su argumentación
se apoya sustancialmente en la Carta
de los Derechos de la Familia firmada por Juan
Pablo II el 22 de octubre de 1983.
Si los miembros de Acción Nacional y la
jerarquía eclesiástica tuvieran un mínimo sentido
crítico tendrían más cuidado de discutir
asuntos públicos con argumentos religiosos.
Al igual que en la gran cruzada promovida
desde Roma para postular una moratoria en
las leyes que postulan la despenalización del
aborto. Tanto el clero como los sectores conservadores
que abrazan sus causas están atrapados
en sus puntos ciegos, no se dan cuenta
que el piso en el que pretenden sostener sus
argumentaciones está seriamente agrietado.
1 Entrevista de Claire Chartier a Jacques Duquesne, “L’eglise a joué
Marie comme un produit d’appel”, L’Éxpress Internacional, núm.
2771, 9-15 de agosto, 2004, pág. 40.
* Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
Es autor de Marcial Maciel. Los Legionarios de Cristo: testimonio y
documentos inéditos (Tusquets, 2006) |