Usted está aquí: domingo 10 de febrero de 2008 Política El despertar

El despertar

José Agustín Ortiz Pinchetti
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Hasta donde alcanza la vista

Para divertirme y preparar un nuevo libro sobre la historia de nuestros años, he imaginado cómo veremos dentro de 20 años, desde 2029: el arco de medio siglo que va desde la consolidación del PRI, gobierno desde 1950 hasta la turbia primera década del siglo XXI. Imaginen: un grupo de ancianos nacidos en los años cuarenta, instalados en un retiro insular gozando de buen clima, libaciones y amenas pláticas, revisitan lo que han vivido y disputan para interpretar. Unos nostálgicos, asocian su juventud vivida en el “desarrollo estabilizador” (1950-1977) a un auge continuo. Crecimiento de 6% por décadas. Gobiernos estables, apoyo popular implícito al presidente monarca, un poder con halo legendario. Los críticos replicarán: los vicios eran profundos. El ímpetu de la revolución se había extinguido, la desigualdad social crecía, la estabilidad política olía a establo (Gabriel Zaid, 1968), el PRI, gobierno, era corrupto y corrompía.

Nostálgicos y críticos estarían de acuerdo: 1) Que el sistema se quebró. A partir de la reunión juvenil de 1968, inició un deterioro agravado por el despilfarro del auge petrolero y el endeudamiento (1976-1982). Que el proyecto regresivo (neoliberalismo) no llevó a México al prometido primer mundo, sino a un estancamiento peligroso en el que nos encontramos.

2) Que las decisiones políticas que llevaron a este desastre eran enemigas de algunas más sanas, que técnicos y pensadores progresistas proponían. 3) Que a pesar del poder que se atribuía al Ejecutivo, ninguno de los presidentes pudo aprovechar el excelente impulso de los años de las vacas gordas para modernizar la economía y la sociedad. Ninguno impulsó las reformas necesarias, empezando por la fiscal progresiva que proponía Antonio Ortiz Mena. 4) Que se retrasó el proceso democrático.

A pesar de algunas buenas intenciones de los gobiernos, los monopolios empresariales, los sindicales y burocráticos se opusieron con éxito a los cambios. Durante la época “democrática” (2000-hasta hoy) no sólo la desigualdad, la violencia, la corrupción y la impunidad se han ahondado, sino que las instituciones y la clase política padecen de una descomposición alarmante.

Sin embargo, hay una diferencia formidable entre la época de la abundancia autoritaria y ésta la nuestra tan pecadora. Pablo González Casanova escribió en 1965, entre 50 y 70% de la población estaba desorganizada y tranquila. La elite no tenía por qué preocuparse, la fuerza popular no se manifestaba y la estructura del poder seguía funcionando.

Nostálgicos y críticos seguramente aceptarían además que, vistos estos pecadores años nuestros a la distancia de 2029, las oligarquías se han fortalecido, pero más de la mitad de la población está en un proceso de agitación y de organización impensables 30 años antes. Hacia 1965 la esperanza del cambio se cifraba en la voluntad del presidente-monarca la palanca de la historia. Hoy a nadie se le ocurriría peregrina idea. La esperanza está cifrada en que el pueblo, el segmento participativo y consciente de la sociedad pueda mover al país y construir un proyecto nacional y una democracia de a de veras. El desplazamiento de la responsabilidad histórica del rey al pueblo es un mayor cambio en nuestros años.

 
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