Usted está aquí: domingo 10 de febrero de 2008 Opinión Los muchachos kirchneristas

Guillermo Almeyra

Los muchachos kirchneristas

El enfrentamiento con la derecha peronista de la familia Kirchner que controla el gobierno argentino fue flor de un día, al igual que el llamado transversalismo de Néstor Kirchner, o sea, el recurso a una ala de los radicales –los radicales K, como el vicepresidente Julio Cobos– y a los socialistas K para enfrentar sea al gorilismo clásico de la dirección de la Unión Cívica Radical, de Elisa Carrió, surgida de ese partido, y de la derecha proligárquica (Mauricio Macri, Ricardo López Murphy), sea a la derecha clásica peronista (Menem, el caudillo de la provincia de San Luis, Rodríguez Sáa, el ex vicepresidente y actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Scioli). Néstor Kirchner, ante la posibilidad de que Scioli, desde el bastión político tradicional que es el distrito con mayor número de electores del país, construya con el ex presidente Duhalde y los alcaldes del Gran Buenos Aires un aparato mafioso-político- policial independendiente que le pueda permitir negociar con la otra derecha, la de Macri, el ultraderechista gobernador de la capital federal, dio un brusco giro de timón, del transversalismo a la reconstrucción del Partido Justicialista. Para eso selló una alianza con el ex ministro de Finanzas, Roberto Lavagna, peronista de derecha, para controlar dicho partido con Kirchner como presidente y Lavagna como vice del mismo. Separó así a Lavagna de Duhalde (a quien aquél había servido siempre) y de la dirección radical que, en octubre último, lo había presentado como su candidato a presidente para combatir la candidatura de Kirchner. Dejó mucho más débil a la oposición derechista al quitarle el centroderecha (Lavagna, que había conseguido 3.2 millones de votos) y puso en la dirección del partido, que es también la dirección del gobierno, al hombre que los industriales y sectores financieros internacionales le pedían como garantía y que, en condiciones de crisis económica mundial, tiene mucho mayor capacidad y prestigio que todos los improvisados ministros kirchneristas.

Por supuesto, esta alianza con la derecha y con un candidato que había dicho pestes de su política y al cual él mismo había condenado con acritud, y este abandono de los radicales K y de los socialistas K, todos los cuales andan como alma en pena lejos del poder, es presentada como ejemplo de “pragmatismo” cuando no es más que un enésimo ejemplo de la carencia de ideas y principios de los peronistas. En un mismo saco tejido fuertemente por la burocracia estatal y partidaria que defiende su canonjías, caben desde la derecha hasta el centro izquierda. Kirchner y su esposa presidenta ofrecen a los industriales negocios jugosos y subsidios y el contenimiento de los salarios reales, que tratan de asegurar apoyándose en la burocracia sindical corrupta de la Central General de Trabajadores presidida por el camionero Hugo Moyano, el Jimmy Hoffa argentino. La CGT ofrece contener los aumentos en las negociaciones paritarias en todos los gremios decisivos, el gobierno ofrece a su vez a los empresarios concesiones y subsidios y la política económica permanece inmutable en beneficio de las trasnacionales soyeras, a costa de la naturaleza, de los campesinos y de la producción de alimentos y de carne (o sea, del nivel de vida y de los salarios reales de los trabajadores).

En el campo de la economía, la señora Kirchner entregó 25 por ciento de las acciones de YPF, la empresa petrolera ex estatal, al banquero privado Enrique Eskenazi, que es de Santa Cruz como los Kirchner, en vez de restatizar la empresa. Ésta sigue en manos de Repsol, que junto con varios bancos españoles, prestó al fantomático Eskenazi 90 por ciento del capital necesario para esa operación, mientras en todas las provincias los gobiernos locales entregan concesiones mineras a capitalistas privados extranjeros o a sus testaferros nacionales. Por si fuera poco, la señora Cristina lanza la construcción de un tren bala, o de alta velocidad, entre Buenos Aires y Córdoba (800 kilómetros), con un costo calculado de 3 mil 600 millones de dólares, que podría aumentar a más del doble. El sistema ferroviario, ineficiente, cuesta hoy al país, por los subsidios a las empresas privadas que lo controlan, tres veces más que cuando era del Estado. De los 36 mil kilómetros de vías que existían antes de la privatización quedan apenas 8 mil, por las cuales los trenes circulan a una velocidad promedio de 50 Km/h. De los 95 mil obreros ferroviarios quedan sólo 14 mil. Todo circula en camiones y gastando petróleo para beneficio de las armadoras extranjeras (y del gremio de camioneros que es el sostén de los Kirchner). El dinero que se empleará, sin discusión previa alguna por el Parlamento, para hacer un tren de alta velocidad para unos pocos privilegiados, bastaría en cambio para reconstruir más de 8 mil kilómetros de vías para que los trenes corran a 120 por hora. Además, 90 por ciento del capital necesario para construir el tren bala lo pondrá la Société Générale y el tren será construido con la tecnología francesa por Alsthom y no por la ingeniería argentina. El gobierno construirá sólo las vías y privatizará su 10 por ciento de aporte. Confirma así su renuncia a redificar una industria ferroviaria de punta y a crear trabajo en el país y da un espléndido negocio al capital francés (en parte para que Sarkozy sea menos duro en la renegociación de la deuda argentina con el Club de París) y un nuevo sostén al empresario camionero y sindicalista Moyano. Perón, Perón, qué grande sos /vos combatís al capital…

 
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