Usted está aquí: jueves 14 de febrero de 2008 Sociedad y Justicia Navegaciones

Navegaciones

Pedro Miguel
[email protected]http://navegaciones.blogspot.com

Yohimbina y burundanga

Experiencias infelices y no tanto

Leyendas que recorren el continente

El uso del toloache por mujeres que quieren convertir a un hombre en su zombi conyugal es equivalente a la pretensión de algunos hombres de provocar en mujeres una excitación carnal incontenible mediante la yohimbina, compuesto popularmente conocido como “calientaburras”, que se extrae de la corteza del árbol africano yohimbe. El clorhidrato de yohimbina se empleó inicialmente como tratamiento para la disfunción eréctil (aunque ha sido desplazado por medicamentos como Viagra, Cialis y Levitra); luego fue ensayado por veterinarios para incrementar el deseo sexual de los sementales, y hacia los años 60 del siglo pasado dio lugar a innumerables leyendas urbanas, como la de la muchacha a la que le fue suministrada, sin su conocimiento, una dosis excesiva de yohimbina y luego se sintió tan excitada que se empaló con la palanca de velocidades del Volkswagen de su novio.

Algunos avances éticos hemos logrado de entonces a la fecha, y hoy esta clase de experimentos suelen realizarse en forma consentida y en pareja. He aquí lo que cuentan de ello algunos pilotos de pruebas de la península ibérica. Psibyla reporta: “Hace algún tiempo probé la corteza pulverizada de yohimbe en infusión. Me pasé como el doble con la dosis recomendada (10 cucharas para dos infusiones); a los 20 minutos noté los efectos, pero no tuvieron nada que ver con los anunciados: casi se me salía el corazón por la boca y no estaba nada a gusto... Nada de calores placenteros ni de sensaciones afrodisiacas. Luego no pude dormir en 24 horas ni fumándome todo el chocolate [hachís, N. del T.] del mundo”. En contraste, Lapepa dice: “Yo sólo puedo decir que lo probé una vez, con mi marido, claro, y a mí me puso como una moto. Primero me dio como una risa tonta, ja ja, ji ji, y bueno, lo que vino después estuvo de puta madre”.

Mist, por su parte, comenta que la sustancia le parece “como mínimo, desagradable”, y cuenta: “La primera vez hice una infusión que lo único que me hizo fue darme un cansado insomnio al estilo de la cafeína; como no me gustaba su sabor y no me resignaba a no apreciar sus efectos, hice un extracto a partir de corteza con etanol y lo caté dos veces, una esnifado [aspirado vía nasal] y otro vía oral. Asquerosas, las dos catas. Palpitaciones, dolor de cabeza, insomnio prolongado y una erección dolorosamente eterna”. Destroy100 reporta resultados incluso peores: “De primeras estaba un poco pachucho (ni enfermo ni sano), me dolía la cabeza y el estómago no muy bien, y estaba recién cenado. Con abundante miel nos tomamos un vaso por cabeza y, dado el repugnante sabor, no pudimos con un segundo. Al poco notaba muy pesada la tripa y lo peor sucedió a la hora de haberlo tomado: decidí potar [vomitar] porque el menjunje no bajaba del estómago. Después de mucho potar se me pasó el mal. Ya habían pasado tres horas después de la ingesta y algún efecto notaba, pero muy leve, nos entró hambre y cenamos, y acto seguido nos echamos a dormir. A mí me sentó muy mal, pero a la parienta le sentó mejor; se excitó unas cuantas veces pero no pasó nada, debido a mi estado”.

Si les gusta la fecha de hoy, festéjenla como quieran, pero, a la luz de los relatos anteriores, absténganse por favorcito de regalar a sus parejas, a las personas a las que pretenden o a los compañeros de trabajo, un trago furtivo de toloache o de yohimbina. Hay variedades de plantas con cero contenido de escopolamina, como las rosas, que parecen más aburridas, pero que son más adecuadas para el día de hoy.

De la burundanga: en distintos países de habla española circulan historias siniestras como las que siguen. En México: “Cuando estaba usando un teléfono público llegó un minusválido, me preguntó si le podía ayudar a marcar un número, y me ofreció la tarjeta para la llamada y un papel donde estaba anotado el teléfono. Le ayudé, tomé el papel y empecé a marcar el número; luego de pocos segundos empecé a sentir que me desvanecía, como si me fuera a desmayar. No recuerdo más. Más tarde desperté, seguía mareada y la cabeza me explotaba. Acudí al hospital y luego de los exámenes de sangre y de reconocimiento confirmaron las sospechas: habían abusado sexualmente de mí”.

En Chile, la historia ocurre de esta manera: “En una noche como cualquier otra en una discoteca del centro de la capital, Cristián, 22 años, estudiante de arquitectura, es uno más entre los centenares de jóvenes que se disponían a pasar una noche de entretención en ese lugar. En la mitad de la fiesta decide comprar algunos tragos en la barra de aquel local. Y ése es su último recuerdo. Despertó a la mañana siguiente en una calle a kilómetros de la discoteca, sin ninguna de sus pertenencias y sin recordar lo ocurrido.”

Y en Colombia: “Lo último que recuerda Juan fue el pasillo del edificio gubernamental donde queda su oficina. Eran las seis de la tarde y salía a su casa. Las siguientes 12 horas fueron completamente borradas de su memoria. A través del cajero automático le saquearon sus cuentas de ahorro. Hay un registro que indica que aproximadamente a las nueve de la noche compró equipo deportivo en una tienda exclusiva de un concurrido centro comercial. Fue encontrado a la mañana siguiente por un labriego en un lote baldío al norte de la ciudad. Golpeado, sin carro ni objetos personales, Juan no recordaba nada más allá del momento en que salía para su casa.”

Entre sus recomendaciones a los españoles que viajan a Colombia, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid reproduce sin pudor alguno el mito de los asaltos con burundanga y lo da por cierto: “Mezclada con una bebida, un cigarrillo o incluso inhalada (por ejemplo de un papel que se muestra con la apariencia de preguntar por una dirección), hace perder la voluntad en forma absoluta, siendo utilizada para robos, secuestros, asaltos a domicilios. Debe, pues, rechazarse cualquier ofrecimiento de bebidas, cigarrillos, comida, etc. de desconocidos, así como evitar que se pueda poner cualquier papel, tela u otro objeto cerca de la nariz. Esta forma de agresión ocurre preferentemente en lugares públicos y son víctimas preferentes las personas que viajan solas.”

Juan Pablo Ríos, subdirector del Centro de Investigaciones Toxicológicas de la Universidad Católica de Chile, reconoce que algunos alcaloides, como la escopolamina, pueden producir ciertas pérdidas de memoria, pero no generan pérdidas de voluntad. “Puede ocurrir que pierdas el conocimiento y que te roben la billetera, pero eso de que actúes como autómata me genera muchas dudas”, afirma. Ríos propone una explicación alternativa a las misteriosas historias de asaltos: las noches de parranda y los excesos (de alcohol, de drogas y de otras cosas) serían, por sí mismos, los causantes de las lagunas de memoria. Y remata: “no creo en la burundanga”, la cual, por cierto, se comercia libremente mediante anuncios en Internet.

Creo que la escopolamina es la explicación perfecta en la boca de personas obligadas a explicar percances y ausencias derivados no de la burundanga, sino de la pachanga.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.