Antrobiótica
72-hour party people
Ampliar la imagen Pintura rupestre en La Almeja, Baja California, captada en 2003 Foto: Fabrizio León Diez
Esa ráfaga, el tango, esa diablura, dice Borges con 11 sílabas. Y sí, aunque en “diablura” (al menos para nosotros) no resuena realmente el diablo, sino un niño travieso, el tango verdadero tiene algo de satánico y mortal. No recuerdo dónde escribe Borges que en los primeros tiempos el tango era tan espinoso que no se permitía que lo bailaran un hombre y una mujer: únicamente era bailable entre hombres. (Extraño: así parece más trasgresor.) El gran Tom Lehrer comprendió la potencia subversiva tanguera, y en su aportación, que se llama The masochism tango, mezcló dos fuerzas que se enlazan deliciosa y perversamente: el sexo y el dolor físico. Tiene versos sensacionales: “Let our love be a flame, not an ember,/ Say it’s me that you want to dismember” o “And I envy the rose/ That you held in your teeth, love,/ With the thorns underneath, love,/ Sticking into your gums”. ¿A quién puede sorprenderle que se lo quisieran vetar? Un pariente del tango, el maxixe, fue un “baile prohibido” brasileño a principios del siglo pasado; otro, más famosamente, fue su bisnieta la lambada, que algunos ven como una ridícula reliquia de los años 80 –en parte por el hit de Kaoma que nos trajo una lambada perfectamente prelavada–, pero que en sus faldas aéreas y en la proximidad del pito y la vagina, de preferencia erecto y húmeda, sí venía cargada de sedición.
Pasa todo el tiempo. En la Gatomaquia, de Lope de Vega (silva V, vv. 205-208), “bailaron la chacona” los gatos Trapillos y Maimona, “cogiendo el delantal con las dos manos”, pero aclara que lo hacen “si bien murmuración de gatos canos”. Es un momento cachondón, aunque les moleste a los gatos rucos. Sin embargo, el propio Lopito doblecara escribió en La Dorotea que las danzas antiguas se van olvidando “con estas acciones gesticulares y movimientos lascivos de las chaconas, en tanta ofensa de la virtud y la castidad y el decoro, so silencio de las damas”. (Porcierto #1: en la edición de Castalia de la Gatomaquia dice Celina Sabor que la chacona era un “baile popular de carácter desenfadado, como la zarabanda, el polvillo y el zambapalo”, y que se acompañaba “con castañetas, sonajas, panderos y meneos indecentes”. Rico. Porcierto #2: la chacona es acaso un baile mestizo; en la página 31 de Los primeros mexicanos, de Benítez, que se refiere a la segunda mitad del siglo XVI, está esta frase: “mulatas con pañuelos amarrados a la cabeza bailaban la chacona y la charumba”.) La Dorotea es de por ahí de 1630; el Periquillo Sarniento, de 1816. En éste viene la condena de un tipo de reventón mexicano, la jamaica, donde se bailaban el zape, el chuchumbé, el sacamandú. Ese párrafo enfadoso dice que quienes hacen las jamaicas son “alcahuetes de mil indecencias”, que los mozos bailadores “son unos pícaros de buen tamaño” que, si pueden, “pervierten a la doncella y hacen prevaricar a la casada”; también, que, aunque se encuentren con muchachas “juiciosas, honestas, recatadas”, ellos siguen “brincando y saltando contentándose con lo que ellos llaman el caldo”, que es, ¡atención, casados y padres de familia!, “el manoseo que tienen vuestras hijas y mujeres”, licencias que “pasan mil veces de las manos a las bocas...” Uta. Obvio, las jamaicas estuvieron prohibidas a partir de 1761. El obispo de Oaxaca –según enseña el divertido ¿Relajados o reprimidos?– había escrito que esos bailes eran de autoría diabólica “por lo lascivo de las coplas, por los gestos y meneos, y desnudez de los cuerpos, por los mutuos, recíprocos tocamientos de hombres y mujeres...”
Neta: pasa todo el tiempo. Es facilísimo encontrar (en Google o en cualquier conversación) al güey o la vieja que dicen que el perreo del reguetón es cosa de “nacos”: más o menos lo mismo que decía el Periquillo de los mozos en las jamaicas. No es leyenda urbana que Giuliani, empeñado en convertir a Nueva York en un suburbio de Houston, mandó poner al principio de su gobierno la frase NO DANCING en algunos bares y antros neoyorquinos. El Criminal Justice Act (o bill) de 1994 pasó en Inglaterra una famosa norma que impedía la reunión espontánea de gente para cualquier propósito, específicamente para oír música, y declaraba que por música se entendía también “sonidos completa o predominantemente caracterizados por una sucesión de ritmos repetitivos” o repetitive beats. Una mamada. Por suerte The Streets, en su elegante Original Pirate Material (2002), incluyen este pasaje: “Outta respect for Johnny Walker/ Paul Oakenfold/ Nicky Holloway/ Danny Rampling/ and all the people who gave us these times/ and to the government/ I stick my middle finger up/ with regards to the criminal justice bill…” Ahora no se puede fumar en México; en la cantina Buenos Aires nos recluyeron a una esquinita de la barra; en un restaurante uruguayo de avenida Michoacán han puesto un letrero que dice: “Este local no discrimina por razones de raza, religión, condición económica, preferencia sexual. Excepto a personas en estado de ebriedad”. Pronto, obvio, alguien hará prohibir el alcohol y su pareja, el baile. Qué ganas de decir al carajo y largarse a vivir a Puerto Príncipe.