¿Lo encubrió Wojtyla o miente Ratzinger?
La muerte del pederasta y estafador Marcial Maciel Degollado, líder de una de las más fuertes congregaciones católicas del mundo, ha venido a colocar en posiciones muy incómodas a la feligresía católica, pero sobre todo al actual papa Ratzinger, cuyo juicio al respecto fue opuesto al de su predecesor, Karol Joseph Wojtyla.
Dicen que los papas son infalibles, que reciben asistencia personal del Espíritu Santo, aunque esa infalibilidad pontificia no quiere decir que estén a salvo del pecado, ni que estén libres de cometer errores. Además, me resulta interesante que esta vez no hablemos de los errores y contradicciones de la izquierda, sino también constatar la falta de alineación dentro de los grupos de la derecha.
Para mí, que no soy una mujer de fe y poco me interesan los dogmas y liderazgos católicos, el escándalo del fundador de la Legión de Cristo contribuye de manera drástica al descrédito del Vaticano, de una institución eclesial cuya influencia en la cultura y en las políticas públicas de la región de América Latina ha sido un obstáculo para el ejercicio de los derechos humanos de mujeres, niñas, niños y adolescentes, que tiende a incrementarse en nuestro país, sobre todo por el arrebato gubernamental del PAN.
A juicio del papa Benedicto XVI, había demasiadas evidencias de abuso sexual del fundador de los Legionarios de Cristo, al grado de que fue necesario imponerle una sanción disciplinaria –por delitos reservados a la competencia exclusiva de ese dicasterio–, que terminó obligando al sacerdote mexicano, en el año 2006, a llevar una vida “reservada de oración y de penitencia, renunciando a todo ministerio público”. Pero a juicio de Juan Pablo II, Marcial Maciel fue un “guía eficaz de la juventud”, y con esta frase le dio reconocimiento en carta de felicitación en diciembre de 1994. Ese pronunciamiento provocó que se decidieran a denunciar el abuso sexual nueve sacerdotes víctimas del oscuro mal de su mentor espiritual, en carta directa al sumo pontífice. La respuesta de este último fue el silencio, el encubrimiento, y más, la exaltación al trabajo del gran pederasta.
Las palabras de Wojtyla en ocasión de los 60 años del fundador de la Legión de Cristo fueron: “La aspiración profunda que ha guiado su acción educativa, cultural y pastoral, inspiración que ha transmitido como tesoro precioso a la familia religiosa fundada por usted, ha sido la constante premura por una promoción integral de la persona, y esto especialmente en relación con la formación humana…. Por todas estas razones estoy feliz de unirme al cántico de alabanza y de agradecimiento al Señor, que se eleva desde muchos corazones por las cosas grandes que la gracia de Dios ha realizado en estos 60 años de su intenso, generoso y proficuo ministerio…”
Juan Pablo II no solamente desacreditó a hombres honestos que tardaron más de 20 años en decidirse a denunciar las horrendas humillaciones de que habían sido objeto, sino que consideró las denuncias en su contra como “calumniosas y humillantes para un incansable e incomprendido trabajador pastoral”. Se trataba del líder de su legión favorita, por su trabajo caritativo y educativo con gran capacidad financiera que alcanzaba un presupuesto anual de 650 millones de dólares. La legión funciona en unos 20 países, incluyendo Estados Unidos, Chile, España, Brasil e Irlanda. Moviliza a 20 mil voluntarios para impulsar a católicos que dudan de la fe y luchan para reclutar a sacerdotes. En los nueve seminarios de la legión se han ordenado 650 sacerdotes, y muchos provienen de familias adineradas. “Son muy buenos educadores –llegó a afirmar Carlos Slim–; mis hijos estudiaron con ellos”. En 1990 logró reclutar 210 nuevos sacerdotes, cuando el resto de las órdenes acusa una crisis de vocación sacerdotal. Las filas de la legión también incluyen a cerca de 2 mil 500 seminaristas que estudian para ser sacerdotes y mil “mujeres consagradas”, monjas que prometen seguir siendo castas y pobres.
Este gran ejército que vimos movilizarse en los recientes funerales de Marcial Maciel coincide con Juan Pablo II al considerar que las víctimas de abuso sexual calumnian a quien más bien merece ser reconocido y hasta canonizado; pero están en franca oposición con la visión del actual pontífice. Ratzinger tiene dos opciones: o sostiene el juicio que sanciona al líder de la legión y lo manda al infierno, a ese que existe y es eterno, o bien rectifica y apoya su canonización. De paso limpia el camino para la canonización de Juan Pablo II que ya está en proceso, de quien promulgó un nuevo catecismo después de cinco siglos, del papa peregrino, que en 104 viajes pastorales recorrió el equivalente a 30 vueltas al planeta o tres viajes de ida y vuelta a la Luna, del papa que encubrió a Maciel. Optar por lo segundo haría muy felices a los partidos conservadores, a nuestro gobierno federal y a los grandes empresarios, que son el sostén principal del Vaticano.