La cantina y el camposanto, refugios para un Romeo solitario y las cuatro Marías
En San Valentín también hay cabida para corazones rotos y amores idos
“Eva me dijo adiós para siempre; con ella, todo el tiempo era 14 de febrero”: Enrique Carrasco
Las hijas de La Chata acudieron al panteón de Dolores a cumplir su promesa
Ampliar la imagen Cabizbajo y deprimido, Enrique Carrasco relata su sentir tras el rompimiento con Eva, su pareja: “No estar con la mujer que amas es horrible; la extraño y prefiero estar solo” Foto: María Meléndrez Parada
Ampliar la imagen María Isabel Ochoa visitó ayer la tumba de su madre: “Mi mamá decía que todos los días había que estar unidos, pero con más razón en las celebraciones, y ésta no tiene por qué ser la excepción” Foto: María Meléndrez Parada
“Me pidió que buscara mi felicidad en otro lado y me dijo adiós para siempre”, suelta sin más Enrique Carrasco, mientras, cabizbajo, se lleva las manos a la cabeza.
Solitario, deprimido, salió ayer de su oficina en avenida Juárez en busca de otros aires. Su refugio: una cantina del Centro Histórico. “Me siento mal, necesito despejarme. No estar con la mujer que amas es horrible, la extraño y prefiero estar solo”.
Un año duró su idilio con Eva, pero a sus 54 años de edad el final de su relación lo resiente aún más que el de la primera o la más larga experiencia amorosa. Aun con un matrimonio frustado, confiesa: “siempre busqué la oportunidad de encontrar una pareja. Pensé, hasta ayer, que lo había logrado, porque coincidimos en el mismo trayecto de la vida, pero no fue así”.
Es mediodía. Día del Amor y la Amistad. En el salón Corona apenas una cuantas mesas están ocupadas. Identificarlo –en medio de los parroquianos, parejas y grupos inmersos en su cotidianidad– no fue difícil. Su rostro desencajado, con la mirada perdida, fija en el plato con dos quesadillas a medio comer, reflejaba su estado de ánimo.
La plática, con dos extrañas, transcurrió como en un diván, pero con un tarro de cerveza de por medio. “En mi vida me he topado con todo tipo de mujeres. Salí con algunas, pero de entrada me decían ‘a qué restaurante me vas a invitar’. Eva no es un cuero de mujer, pero me cautivó su sencillez, su esencia, que es lo que vale la pena. Nos propusimos darnos una nueva oportunidad juntos”.
“A ella le encantan las flores. Es una niña, aunque tiene 51 años. Todo el tiempo era 14 de febrero. Si veía algo, se lo compraba, éramos muy felices”, agrega, tras explicar que hasta hace apenas una semana compartían la misma casa.
La relación no pudo ser, explica, porque está divorciada, con una hija casada, que no la deja ser feliz. “Nos fuimos a un viaje de vacaciones. Ella le mandó un mensaje, ‘estoy con Quique en Acapulco, estamos muy contentos’. ‘Olvídate de que tienes hija’, fue la respuesta. A Eva la mata de felicidad su nieta, no puede vivir sin ella”, relata.
Al regreso fue la despedida. “Insistí durante toda esta semana, le mandé mensajes de ‘te quiero’. Me correspondió. ‘Yo también te quiero, campeón’, me contestó. Soy maratonista, en la categoría veterano plus. Le compré equipo para atletismo; en Acapulco salíamos a trotar por las mañanas. Fue un tiempo maravilloso, María, pero ya no más”.
Visitando a mamá
En el día de San Valentín hay cabida para los Romeos con los corazones rotos, que buscan en una cantina olvidar sus penas. Pero también hay un lugar para quienes intentan mantener vivo el recuerdo de otro tipo de amor ido.
Rosas, claveles y gladiolas, todas rojas, acompañadas de confeti con figuras de corazones, adornan la tumba de María Tiburcia Ochoa. Murió después de un profundo suspiro en los brazos de su hija María Isabel, quien junto con sus tres hermanas, María del Carmen, María Concepción y María del Coral, se dieron cita para celebrar el día en el panteón Dolores.
Las cuatro Marías cumplen con una promesa hecha a quien llaman cariñosamente La Chata, que “murió de depresión” 20 días después de que le diagnosticaron cáncer. “Cuando veníamos al panteón con ella, nos decía: ‘cuando me muera, no dejen de venir a verme’. Qué feo es que la gente no venga a ver a sus muertos”.
“Nos prometimos no abandonarla nunca”, dice María Isabel, tras señalar: “Mi mamá decía que todos los días había que estar unidos, pero con más razón en las celebraciones, y ésta no tiene por qué ser la excepción”.