La sensibilidad del marginal
En un país donde la mayoría de la población está marginada de la vida institucional (y esto va al alza de manera vertiginosa), las instituciones embozadas y arropadas bajo el papel de “buena conciencia”, armadas de un arsenal de abstracciones, pretenden engañarnos creyendo que ha habido avances y logros para la ciudadanía en general, y a la luz de semejantes argumentaciones hasta se atreven a poner en primera línea los beneficios obtenidos para los más desprotegidos.
Al no poner en tela de juicio semejantes argumentaciones y ajustarlas a la realidad y analizarlas con profundidad y con verdadero juicio de equidad y comprensión de la complejidad que plantea una nación como la nuestra, se corre el riesgo de terminar de vaciarlas de toda sustancia. Con la autoritaria e insuficiente premisa de hacer diferencias arbitrarias (con poco conocimiento de causa) entre el marginal y el supuesto “hombre civilizado), vamos al fracaso y a la deriva.
De acuerdo con tan arbitraria y amaurótica perspectiva, los supuestos “civilizados” han adquirido un bagaje que les permite mirar al marginal por encima del hombro. En aras de esa supuesta superioridad de pensamiento se cometen toda clase de injusticias y atropellos, asunto que además refleja una ignorancia en cuanto a conocimientos en relación con la estructuración del pensamiento y de las diferentes formas de simbolización.
No han entendido que la marginalidad, con sus pérdidas, sus duelos y las situaciones traumáticas repetidas que han venido padeciendo por generaciones, desarrolla neurosis traumáticas y, por tanto, conductas que en nada les ayudan a integrarse al sistema.
Se da por sentada la llamada mentalidad “primitiva”, y con ello se lleva tergiversaciones y simplificaciones de este tenor: los marginales tienen un nombre para designar al pino y otro para el cedro, pero no tienen un nombre para designar al árbol en general. Por tanto, no tienen capacidad de abstracción. Pero no se les ocurre pensar que ellos tienen un sistema de abstracción y socialización diferente al nuestro.
Si el marginal no tuviera capacidad de abstracción, no hubiera podido tampoco dar nombre al pino y al cedro. Para hacer esto tuvieron que determinar una especie mediante abstracción y generalización, igual que todo ser que se sirva del lenguaje. Basta con pasar de una lengua a otra para ver cómo no se realiza de la misma manera la captación y la codificación de la realidad.
El observar a un niño en un ambiente lingüístico y ver sus intentos de adherirse al mundo conceptual de dicho espacio y cómo éste lo admite y es inteligible para él, podría ayudarnos a entender un poco más acerca de la estructuración de los procesos de pensamiento.
Todo pensamiento es generalizador y simbólico, y por este motivo funda el lenguaje. Pero la capacidad particular de abstracción proporcionada por un ambiente lingüístico determinado exige cierta adaptación del pensamiento a sus normas, y decir que el marginal no tiene sentido de abstracción (por ejemplo, las trabajadoras domésticas) porque su abstracción funciona con una lógica distinta a la nuestra, es coludirse con la desigualdad social que se vive y se practica urbi et orbi y que desemboca en una forma de explotación y sometimiento.
Habría que preguntarnos si los “civilizados”, al haber adquirido un supuesto nivel de desarrollo mental más elevado a escala del pensamiento discursivo y de la capacidad de abstracción, no hemos perdido algo en la esfera de la percepción intuitiva de la realidad y una cierta sensibilidad respecto de ella.
La cultura debiera ser un instrumento que nos permita no sólo la adquisición de conocimientos sino algo que nos humanice y sensibilice hacia el “otro”; y no un vano logro narcisista que además se ha utilizado de manera tramposa y arbitraria para someter y reprimir a los demás.