Contribuciones del sistema educativo a los problemas nacionales
Si bien todos los gobiernos que hemos tenido durante los pasados 40 años han hecho de la demagogia lugar común, no tengo la menor duda de que uno de los sectores preferidos de nuestros gobernantes para practicarla y ejercerla ha sido la educación. Presente siempre en los discursos oficiales como un tema de la más alta prioridad, lo único que los presidentes en turno han demandado de sus secretarios de Educación es que les paren las broncas que el sindicato de maestros les pudieran generar. Así fue con López Portillo y con De la Madrid, con Salinas y con Zedillo, con Fox y con el gobierno actual; en algunos de estos casos los secretarios de Educación han sido personas competentes, e incluso comprometidas con la educación, pero esto de poco ha valido, pues las prioridades han estado siempre en otra parte, aunque se diga lo contrario.
Los resultados saltan a la vista y han quedado plasmados en las evaluaciones realizadas recientemente por organismos internacionales como la OCDE. En todos los países existen masas importantes de población estudiantil mal preparada, pero es posible identificar grupos importantes de estudiantes con altos niveles de conocimientos y habilidades para resolver problemas, con capacidades intelectuales de pensamiento lógico, de comunicación verbal y escrita, de creatividad y de interés por la ciencia, lo cual no es el caso en nuestro país, más allá de algunas pocas casos excepciones.
El sistema educativo nacional ha fallado en dos aspectos fundamentales. El primero de ellos tiene que ver con la calidad y la relevancia de los métodos y los contenidos educativos empleados para enseñar a los niños y las niñas, o mejor aún, para facilitar los procesos de apropiación de conocimiento por parte de éstos, con la necesidad de cambios sustanciales y oportunos en los esquemas de aprendizaje, en la integración de los conocimientos de diferentes disciplinas, al igual que de la tecnología, los cuales han sido demandados una y otra vez por los especialistas educativos, sin respuesta de las autoridades.
El segundo aspecto es más grave aún, habiendo sido ignorado totalmente por las sucesivas administraciones gubernamentales. Para entender sus dimensiones y su impacto en la nación en su conjunto, es necesario decir que la responsabilidad del gobierno incluye la formación de ciudadanos aptos, capaces de competir por mejores oportunidades de trabajo, pero también la formación de estructuras sociales fuertes, solidarias y comprometidas para mejorar la calidad de vida de las comunidades y el avance democrático de la nación.
La estructura emergente de la sociedad que hoy se está construyendo en México, y muy especialmente en sus áreas urbanas, presenta síntomas preocupantes en el crecimiento de la violencia y la delincuencia organizada, en la focalización de amplios estratos de la sociedad hacia la intrascendencia y la trivialidad, con la consecuente desatención de los problemas económicos y sociales, la carencia de aspiraciones de vivir en un país mejor, la falta de interés por la recuperación del proyecto nacional que alguna vez tuvimos.
Podría argumentarse que todo esto escapa del ámbito de responsabilidad del sistema educativo nacional, pero no es así; la mayor parte de los problemas actuales tienen su origen en las deficiencias educativas, y es allí donde se debiera definir el futuro de la nación. Un solo ejemplo sirve para explicar esta tesis: para las sucesivas autoridades educativas, lograr el mayor grado de cobertura posible ha tenido una altísima prioridad, y ello se ha hecho a costa de sacrificar la calidad de los contenidos. Para la mayor parte de la población, el servicio educativo que se ofrece en las escuelas públicas no satisface sus expectativas por diversas razones; la mejor prueba de ello es que los funcionarios públicos son, hoy en día, los primeros en tener a sus hijos en escuelas privadas.
El esquema se repite en todos los niveles: en cualquier familia que logra contar con recursos económicos, su primer objetivo es buscar una escuela donde sus hijos puedan “aprender más”, a cambio de una colegiatura acorde a sus posibilidades. El fenómeno tiene desde luego un efecto perverso, porque el resultado inmediato es la conformación de una estructura de clases sociales sin mecanismos de permeabilidad. Quienes más tienen, mandan a sus hijos a las escuelas más caras, donde tendrán como compañeros y eventualmente amigos a otros niños provenientes de familias ricas. El fenómeno se repite en los siguientes niveles de ingreso y el modelo se fortalece día a día, cuando los padres se percatan de que el pago de colegiaturas es en realidad “la mejor inversión” que ellos pueden hacer para asegurar el futuro económico de sus hijos.
De esta manera, lo que estamos empezando a tener es una nueva sociedad de clases, con todos los problemas futuros que ello implica; peor aún, el liderazgo que se empieza a dar, no en función de capacidades, sino en términos de estatus socioeconómico, sin importar desde luego los compromisos de solidaridad ni las visiones de desarrollo que puedan existir. Así, en unos cuantos años, hemos podido ver un corrimiento en los puestos de dirección política del país, que van claramente de las universidades e instituciones de educación pública, a otras instituciones de carácter privado y de selección con base en los recursos económicos de las familias. Como se ha dicho, el origen de esta distorsión está en el seno del sistema educativo, sin que exista idea siquiera de la existencia del problema ni de sus consecuencias, y mucho menos de cómo resolverlo en el seno del propio sistema educativo.