Cuba en la tormenta
Si la recesión en curso en Estados Unidos se concentrase sobre todo en ese país y fuese, en ese sentido, regional, aunque afectase a otras zonas del mundo, la presión sobre Cuba y su economía no tendría la misma magnitud que si la misma se extendiese al resto del planeta golpeando, por ejemplo, a China y a los países sudamericanos. Es cierto que, de todos modos, una gran recesión en el primer mercado mundial (Estados Unidos) llevaría a una reducción del volumen y del precio del petróleo y las materias primas que Estados Unidos importa, lo cual siempre crearía problemas, por ejemplo, a Venezuela y otros exportadores de crudo y a los países que exportan sobre todo materias primas, lo cual repercutiría en Cuba. Pero, a pesar de eso, la crisis sobre todo en Estados Unidos podría tornar más difíciles en lo inmediato los planes de agresión contra Irán, Cuba y Venezuela que Washington proclama continuamente, mientras que una crisis mundial generalizada, en cambio, impulsaría, como sucedió en los años 1930, la tendencia a buscar una salida en la guerra mundial.
Sea como fuere, al pensar en la situación de Cuba y en qué hacer para estimular su economía y reducir las tensiones sociales en la isla, no se puede prescindir de la evolución de la economía mundial y, sobre todo, estadunidense.
Es evidente, por lo tanto, que Cuba tendría que prepararse para un aumento de la amenaza de agresión y reforzar su economía, sobre todo dependiendo de su propia capacidad de resistir el impacto de una crisis si el comercio con otros países, el turismo y el abastecimiento en combustible se redujese. Eso significa que es esencial reforzar el consenso, consolidar el frente interno político y social. O sea, fortalecer la decisión firme en la inmensa mayoría de los cubanos, sean socialistas o no y estén o no de acuerdo con la política económica del gobierno, de mantener a toda costa la independencia de la isla frente al imperialismo. Y movilizar urgentemente las energías y la voluntad creativa de lo mejor del pueblo cubano, que la corrupción, el burocratismo y el decisionismo vertical y desde arriba hacia abajo han desgastado, sobre todo en vastos sectores de la juventud urbana.
El burocratismo, como la corrupción, crece con la escasez. Pero ésta no sólo persistirá sino que hasta podría aumentar en el caso de que los impactos de la crisis mundial sean muy fuertes en Cuba. Pero, además, corrupción y burocratismo son respuestas sociales, que dependen del nivel de movilización y conciencia de los trabajadores, los cuales ni son permanentes ni están dados de una vez para siempre. Los polacos, como se sabe, beben “como polacos”, pero en todas las grandes movilizaciones antiburocráticas, desde las de 1952 hasta la ocupación de las fábricas y astilleros de Dansk en 1980, nadie bebía. Lo mismo sucedió en la revolución rusa de 1917 o sucede cuando, por ejemplo en Argentina, se ocupan fábricas con miles de obreras y obreros y no hay bebidas ni machismo. En los momentos de lucha, la gente saca lo mejor de sí misma, el altruismo, incluso el heroísmo, mientras que en la vida rutinaria o en los reflujos se retorna a lo peor, al individualismo e incluso se cae en la pasividad y la desmoralización.
Por eso no basta dar una lucha burocrática, vertical y de aparato, contra la corrupción y el burocratismo ni bastan los consejos morales y las campañas éticas para transformar urgentemente y movilizar las energías y los sentimientos más sanos de los sectores populares. Es indispensable, en cambio, que todos sientan que libran una gran lucha, por sí mismos y por el resto del mundo, y que son los protagonistas directos, los sujetos, de una transformación revolucionaria, no los soldados obedientes de un mando superior, los meros aplicadores de las decisiones ajenas (que, además, muchas veces han demostrado ser inadecuadas). Durante una larga fase –la de “llegó el comandante y mandó parar” o la de “a la orden mi comandante” o la de “patria o muerte” en vez de “socialismo y vida”– el pueblo cubano, sinceramente o no, dependió de las decisiones de Fidel y del poder, que se les presentaban como hecho consumado que nada podía cambiar. Se ha abierto ahora, desde no hace mucho, un nuevo periodo donde, en cambio, se percibe la necesidad de una interacción entre quienes son objeto de las decisiones pero son a la vez sujetos indispensables para su aplicación, o sea, entre la llamada “base” y una parte de la “dirección” que no cree posible mantener la estructura burocrática y vertical (otra parte sí lo desea, creyendo que Cuba podría repetir lo de China). Para que todos los trabajadores sean dirigentes y se cree de inmediato un nuevo clima moral en la isla, se debe discutir libremente, debe desaparecer el tipo de prensa y de televisión que no expresa ni las necesidades ni la vida real de los cubanos, ni el debate cotidiano; se debe apelar a la conciencia y a la autogestión, instaurar el control obrero y popular sobre la economía y el funcionamiento de todo tipo de empresas, establecer una clara transparencia política, permitiendo el control público de los proyectos económicos, de los gastos de la burocracia, de los costos reales y globales de las inversiones en turismo. Es decir, es indispensable una señal inmediata y clara: informar sobre el porqué de las dificultades, informar sobre los medios con que se cuenta y sobre las opciones productivas posibles, apelar a la juventud y al nivel cultural de los cubanos, superior en promedio al de los demás países latinoamericanos, abrir culturalmente la enseñanza y las editoriales considerando adulto y capaz de pensar por sí mismo a quienes hasta ahora se trataba con paternalismo. Hay que hacer un balance de los daños causados por el burocratismo a la soviética y erradicar las costumbres de buena parte del aparato si se quiere blindar a Cuba ante los efectos de la crisis y la posible agresión.